Después de la tormenta -
Capítulo 23
Capítulo 23:
Ya ha echado abajo los muros que me había impuesto.
Enrolla sus manos en mi cuello y su boca caza mis labios.
Me besa, un beso que me roba el aliento y pone mi sangre a bullir, deseando poder hacerla mía en ese mismo momento.
Miles de pensamientos pecaminosos se arremolinan en mi mente, pero, por más que lo deseo, por más excitado que esté, tengo que contenerme.
“Te deseo, Anna. No tienes idea de cuánto te deseo”, musito.
“Pero, no podemos”, concluyo la frase.
Estúpido e inútil cuerpo que aún no funciona del todo y estúpidos pulmones que no me permiten agotarme sin sentir que me asfixio.
Resoplo con fuerza y me dejo caer sobre su cuerpo, escondiendo mi rostro en el hueco de su cuello mientras ella acaricia mi cabello y me da besos en la frente.
Me giro, dejándola encima de mí, y la abrazo con fuerza.
Enredo mi mano en sus ondas castañas, peinándolas, mientras mi otra mano acaricia su espalda.
“Te amo, Anna”, le susurro.
“No importa el tiempo que ha pasado y hemos perdido. Yo te sigo amando tanto o más que desde el principio”.
“Si me amas tanto como dices, entonces, por favor, desiste de esa idea que tienes de hacerlos pagar y vámonos lejos”, me suplica.
“Vamos con Mia y seamos tan felices como lo hemos deseado desde hace tiempo”.
Resoplo y aparto mi mirada de ella.
Parece que no vamos a ponernos de acuerdo nunca. Pero no quiero seguir discutiendo con ella y que todas estas cosas nos separen.
Hemos estado alejados demasiado tiempo y no puedo permitir que sigamos así. Necesitamos recuperar el tiempo perdido.
“Antes, fuiste tú quien me pidió que estuviera de tu lado y te ayudara a acabar con Miranda”, susurro.
“Y, comportándome como un reverendo idiota, te dije que no y te hablé sobre la moral, lo que era bueno y lo que era malo”.
“¿Crees que me estoy comportando como idiota?”, pregunta.
“No, jamás”, tomo su mano y las llevo hasta mi boca para besar sus palmas.
“Pero, entiendo que no quieras hacerlo. Nuestros motivos son distintos. Yo lo veía mal y, quizá sí, esté mal. De todas formas, está mal. Si las personas supieran lo que vamos a hacer, nos juzgarían. Dirían que nos estamos comportando igual que ellos, que somos tan crueles y malvados como ellos”.
Acomodo un mechón suelto de su cabello detrás de su oreja y acaricio su mejilla.
“Pero, es mejor que sean ellos y no nosotros”, prosigo.
“Ellos no van a descansar hasta que no hayan acabado con nosotros, Anna. Tal y como tú temes que algo malo nos pase, así temo que, de cualquier momento a otro, hagan algo”.
Me escucha atentamente, su mirada fija en mí, apenas pestañeando.
“¿Qué te hace pensar que ya no se han enterado de que tú y Cristhian han regresado y no están tramando cómo atacarlos, otra vez?”, le pregunto.
No responde, pero puedo ver el miedo en su rostro y algo más, como si quisiera contarme algo que no se atreve a decir.
Su pecho sube y baja irregularmente, su mandíbula se ha cuadrado y los labios los mantiene en una línea recta.
Es como si con mis palabras hubiera tocado un punto del que no quisiera hablar.
“¿Quieres decirme algo?”, le pregunto, frunciendo el ceño.
Sigue sin responder, solo me observa en silencio y con esa actitud de angustia.
“Anna”, demando, llamando su atención.
Niega con la cabeza y se recuesta, acomodando su cabeza en mi pecho.
“Alex, nada más quiero estar contigo y con nuestra hija. No me importa más nada”, me susurra.
Yo estoy dispuesto a hacer lo que sea para estar bien con ella.
Ya hemos sufrido demasiado, ella mucho más que yo.
Ya hemos estado en guerra otras tantas veces más.
Ya no podemos seguir así.
Unidos, es la forma en la que somos más fuertes.
“Anna, yo igual. Solamente quiero estar contigo y con nuestra hija. Ya no quiero que estemos enojados, no quiero más guerras ni separaciones entre nosotros. Ya tuvimos mucho de eso y dijimos que todo eso había quedado atrás, después de aquella tormenta en Múnich”.
“Y, de esta manera es”, susurra.
“Bien”, musito.
“Yo estoy dispuesto a hacer cualquier cosa, con tal de que nos mantengamos de esta manera. Así que, si tú quieres que nos mantengamos lejos de ellos, así será”.
Se yergue y me mira absorta.
“¿Es en serio?”, pregunta.
“Sí, Anna. Quiero que estemos bien, así que las cosas serán como tú dices”, manifiesto.
“Pero, con una condición”.
Frunce el ceño y pregunta:
“¿Cuál condición?”
“Voy a entrenar, sí o sí, con Klaus. No voy a permitir que ellos vuelvan a atentar contra nosotros, y yo solo me quede observando como un imbécil y pase lo mismo de la última vez. No iré tras ellos, pero, si ellos nos buscan, me van a encontrar y obtendrán lo que se merecen”.
Cuando Cristhian regresa, Anna y yo estamos riéndonos como adolescentes, pues ella me cuenta historias de Mia.
Hemos llegado a un acuerdo y estamos dispuestos a estar bien.
“Vaya, parece que las aguas se han calmado por aquí”, manifiesta Cristhian con jocosidad.
“Así es”, le digo.
“Ya estamos bien, otra vez”.
“Y, ¿A qué acuerdo han llegado?”, pregunta Cristhian.
Le cuento lo que hemos decidido, pero en cierto momento, Cristhian mira de una forma extraña a Anna y ella evade su mirada.
Luego de un rato, hablando sobre otras cosas, una enfermera entra y le dice a Anna que el doctor quiere hablar con ella.
Anna sale junto a la enfermera y, cuando Cristhian y yo hemos quedado solos, él se acerca a mí y me dice:
“Llegué a pensar que, en algún momento, me pedirías que te apoyara en tu plan de venganza contra Miranda y Miller”.
“Pues déjame decirte, que sí lo tenía supuesto”, admito.
“Pero, como te he dicho antes, ya no lo voy a hacer. Únicamente voy a entrenar y estar preparado para lo que venga”.
“¿De verdad, has decidido abandonar la idea de hacer pagar a esos malnacidos?”, pregunta.
“O, ¿Solamente lo has dicho para contentar a Anna?”
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