Capítulo 22:

Se emociona y se le humedecen los ojos al ver las imágenes de nuestra hija.

“Me he perdido tanto, Anna”, murmura con la voz entrecortada.

“Han sido tantos los momentos de la vida de nuestra hija que me he perdido por culpa de ellos”.

“Ya no te sientas mal por eso”, le aliento, acariciando su mejilla.

“Pronto estaremos los tres juntos, y podrás recuperar todo lo que te has perdido, Alex”.

Le pido que me mire.

“Te llevaré con nosotras, amor, y seremos felices, lejos de aquí. Lejos de ellos, donde no puedan encontrarnos. Tú, Mia, el tonto de tu hermano y yo… vamos a recuperar el tiempo perdido y seremos tan felices como lo merecemos”.

Él me observa en silencio.

Acomoda mi cabello y sonríe con ironía.

“¿Huyendo, Anna?”, pregunta con voz ronca.

“¿Así es como tenemos que vivir? ¿Escondidos todo el tiempo, temiendo que en cualquier momento ellos puedan atacarnos otra vez?”

Me desconcierta su pregunta.

“Alexander, ¿De qué estás hablando?”, le cuestiono, comenzando a alterarme.

“Una vez lo prometí, Anna”, dice casi gruñendo y besa mis nudillos.

“Prometí que si ellos trataban de hacerte algo, los haría pagar”.

“Alex, por favor, no sigas”, le ruego, pero él está atribulado.

“Atentaron contra tu vida y contra la vida de Mia y no pude hacer nada. Fui un inútil”.

“¡Basta, Alexander!”, le suplico.

“Tú nos protegiste. Si no te hubieras interpuesto, Mia y yo estaríamos muertas”.

Trato de convencerlo de que no cometa una locura, pero él guarda silencio, reacio a desistir de su idea de venganza.

“¿Qué es un hombre si no puede proteger a su familia y darles el futuro feliz que merecen?”, argumenta él, y me doy cuenta de que los papeles se han invertido.

Ahora él es quien busca justicia, y yo quien ruega por dejarlo atrás.

indignada, me reclama:

“¡Escondidos en una cueva, Anna? ¿Temiendo que algún día nos encuentren y te maten, o maten a Mia, o a Cristhian o…?”

No dejo que siga hablando. Escucharlo decir aquellas palabras me perturba.

Tomo su rostro entre mis manos y lo beso.

No es un beso romántico, ni lujurioso, ni disfrutable.

Por más que durante todo este tiempo estuve deseando volver a sentir sus labios, este beso no es para nada de mi agrado.

En realidad, lloro, deseando que borre esas estúpidas ideas de su mente.

Él tampoco lo disfruta, tan solo se deja besar y me deja luchar contra sus pensamientos, pero sabe que no me va a dejar ganar.

Me separa y pega su frente con la mía.

Cierra los ojos, resopla y se queda en silencio.

Me abraza con fuerza y me besa la frente.

“Antes deseabas hacerlo”, murmura, abriendo los ojos y observándome.

“Dime, ¿Por qué ahora, que estoy de tu lado, tienes tanto miedo?”

“Porque temo perderte”, le confieso entre sollozos.

Esboza una sonrisa irónica y niega con la cabeza.

“Lo mismo me pasa a mí. Tengo miedo de perderte”, declara.

Me da un casto beso en los labios.

Un beso en el que se puede sentir el amor que me tiene.

Se separa y sus ojos azules, que siempre han parecido un cielo despejado y ahora parecen ciclónicos, se clavan en los míos.

POV ALEXANDER THOMPSON

Han pasado dos días desde que Anna y Cristhian llegaron al hospital.

Desde nuestra conversación sobre mis deseos de acabar con Miranda y Miller, Anna se ha mantenido esquiva.

Habla lo necesario y si intento hablar del tema, me ignora y se va. Sé que está molesta y que quiere que nos marchemos lejos, pero ya he tomado mi decisión:

Ellos deben pagar.

Klaus está de mi lado y ha aceptado entrenarme.

Sigo la terapia y el tratamiento con rigor porque necesito estar al cien por ciento, ser fuerte como antes.

Necesito convencer a Cristhian para que se una a mi causa.

El doctor entra para el chequeo rutinario y al terminar, dice que mi recuperación es tan rápida que pronto podría estar esquiando en los Alpes. Anna pregunta cuándo podré salir del hospital. El doctor sugiere que en unos días más, si sigo así, podré irme. Puedo ver la desilusión en Anna; ella quiere llevarme lejos de aquí.

El doctor nos deja solos. Anna, ahora encargada de mi cuidado, aplica un ungüento en las llagas de mi cuerpo.

Sus manos recorren mi piel y cada contacto me hace sonreír y suspirar.

Cuando termina y pregunta si necesito algo más, le pido un masaje en la espalda y los hombros, pretextando un dolor.

Se sube a la cama detrás de mí y comienza a masajear con delicadeza. Pido que suba a los omóplatos y luego a los hombros, disfrutando el contacto y su cercanía.

Luego, un poco travieso, dirijo sus manos a mi pecho y le pido que continúe el masaje ahí. Se queda quieta, dudando, pero luego se inclina y hace lo que le pido.

Me río en silencio, disfrutando de su esfuerzo y de cómo estoy aprovechándome de la situación.

Ella se detiene, sospechando que me río, y yo invento una excusa.

Continúa un poco más, pero cuando bajo sus manos a mis muslos y emito un gemido, ella se suelta y se separa de mí enfadada, acusándome de no tomarla en serio.

Antes de que pueda levantarse, la atrapo y la aprisiono contra mi cuerpo.

Luchamos por un momento antes de que la inmovilice en la cama y busque sus labios con los míos.

Se resiste, pero no me detengo hasta que beso su rostro, su cuello y su pecho.

La contemplo y pregunto si no me ha extrañado lo suficiente durante estos tres años, pero ella se niega a responder, mostrándome su orgullo y su enojo, intactos a pesar del tiempo.

“Mi amor, ¿De verdad quieres estar enojada conmigo?”, uso un tono de voz empalagoso.

Meto mi mano debajo de su muslo y enrollo su pierna encima de la mía.

“Dime, ¿No extrañaste sentir mis besos?”, le doy un beso en el cuello y se retuerce entre mis brazos.

“¿No extrañabas sentir mis manos tocando tu piel?”

Acaricio su cintura, cadera y pierna, y su cuerpo se estremece por completo.

“Dime, mi vida, ¿No anhelaste sentirme dentro de ti, sentir que te hacía mía, mientras jadeabas mi nombre con fuerza y el aire se escapaba de tus pulmones?”

Restriego mi hombría en su centro y aquello la derrite.

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