Después de la tormenta -
Capítulo 21
Capítulo 21:
Pienso en mi linda Mia, y traigo a mi mente la última imagen que tengo de ella: despidiéndose de mí, mientras abrazaba a esa bola de pelos que un día le regalé a su padre y ahora le pertenece a ella.
Mi pobre princesa.
Solo espero que pronto estemos juntos los tres. Bueno, los cuatro, contando al imbécil que sigue riéndose por verme tan malhumorada.
El jet aterrizó alrededor de media hora en Nueva York. Nuestro recorrido en el coche hacia el hospital solo me ha puesto más desesperada.
“Ya falta poco”, me repito a mí misma una y otra vez.
“Muy poco, Anna. Y podrás abrazarlo, una vez más”
El automóvil se estaciona frente a la entrada principal del hospital.
Casi corriendo, me bajo del coche y me introduzco dentro del vestíbulo, sin esperar a Cristhian.
“Buen día”, saludo a la persona que se encuentra en la recepción.
“Busco la habitación del Señor John Bartfeld”, es el nombre con el que lo hemos registrado para que no lo encontraran.
“Buen día, señorita”, la mujer me devuelve el saludo.
Presiona algunas teclas en el teclado de su computadora y revisa sus registros.
“El señor se encuentra en la habitación 506”, me indica.
Le agradezco y, otra vez, avanzo casi corriendo hacia el ascensor.
Presiono el botón de llamado y, unos segundos después, las puertas se abren y me introduzco dentro de él.
Antes de que las compuertas se cierren, veo a Cristhian entrando al vestíbulo. Voltea a ver hacia el ascensor y le hago una señal con la mano, indicándole que lo espero arriba.
Las compuertas se cierran y el ascensor comienza a ascender.
El corazón se me desboca, los latidos se me aceleran, y el tiempo se detiene para mí en segundos que parecen eternos.
Cuando la campanilla, que anuncia que el ascensor ha llegado al piso indicado, suena y las compuertas finalmente se abren, el aire se escapa de mis pulmones y olvido ese simple gesto de cómo respirar.
Salgo y me dirijo hacia la izquierda del pasillo, donde un pequeño rótulo en la pared indica que se encuentra la habitación 506.
Corro, porque ya no lo soporto más.
Llego hasta la puerta de aquella habitación y ni siquiera me molesto en tocar. La abro y, finalmente, lo veo.
Está parado a un costado de la cama, dando pequeños pasos mientras se apoya con un bastón. Gira su rostro hacia la puerta y, al verme, ensancha una sonrisa.
Corro hasta él y, con el rostro empapado en lágrimas, me abalanzo a sus brazos, haciéndolo trastabillar y caer sentado en el borde de la cama.
Lloro como una condenada cría, entre sus fuertes brazos. Inhalo su aroma y lo aprieto con fuerza, sin querer soltarlo, porque temo que se desvanezca como un sueño.
Sus enormes manos acunan mi cabeza y llena mi rostro de besos.
No puedo decir palabra alguna, todas se quedan atascadas en el nudo que se ha formado en mi garganta.
Pero, en mi mente, agradezco infinitamente al cielo y a la vida porque por fin estamos juntos otra vez.
Porque de verdad ha despertado y no es solo un estúpido sueño.
“Estoy contigo, mi vida”, me susurra.
“Y ya nada nos va a separar”
POV ANNA KALTHOFF
Palpo su rostro, sus hombros, su pecho, sus brazos, sus costillas…
Lo toco todo, contemplando todo lo que él es y cerciorándome de que es real.
Tiene el cabello y la barba crecidos, lo que le da un aspecto salvaje.
Debajo de sus ojos, unas ojeras color violeta delatan el cansancio, y luce delgado y demacrado.
En sus muñecas, varios moretones, recuerdo de los catéteres de los años en coma.
Intenta levantarse, se tambalea y se apoya en el bastón.
Mi corazón se comprime al ver los estragos que el sueño prolongado le ha causado.
“Deberías quedarte sentado”, le digo, ayudándolo a levantarse.
“He estado en esta cama durante tres años, mi amor, ya no quiero ni verla”, me replica con esa determinación que siempre le caracterizó.
Pasa su brazo por mis hombros y me besa la frente.
“¿Cómo has estado?”, pregunta, mirándome atentamente.
“No sabes lo feliz que estoy de verte”.
“Y yo a ti, mi amor. No tienes idea de cuánto te he necesitado”, le confieso, escondiendo mi rostro en su pecho y abrazándolo más fuerte.
“Te he extrañado, Alex. Mucho te he extrañado”.
“Lo sé, mi vida. Lo sé”, susurra, y me llena de besos.
“Siento mucho que hayas tenido que pasar por todo esto. Siento mucho no haber estado contigo y con nuestra hija”.
“No tienes que disculparte”, le replico.
“Tú no has tenido la culpa de nada. Han sido ellos. Miranda y Miller son los culpables”.
Cristhian entra en la habitación y, al ver el reencuentro, se apresura hacia nosotros.
Dejo que se abracen fuertemente, conmovidos y felices.
“Mi hermanito, cuánto me alegro de que estés con nosotros otra vez. Te hemos extrañado”, le dice Cristhian.
“Yo igual, me alegro de verte y te agradezco que hayas estado junto a Anna todo este tiempo”, responde Alex.
“No tienes que agradecer”, le dice Cristhian.
“Sabes que lo hago de corazón y nada me hace más feliz que saber que pronto podrán estar los tres juntos. Tú, Anna y Mia”.
Alex sonríe al escuchar el nombre de Mia.
“¿Cómo es?”, pregunta.
“¿Cómo está? ¿Se quedó triste porque la dejaron?”.
“¡Oh, Alex!”, exclamo emocionada.
“Tienes que conocerla pronto. Ella se muere por conocerte”.
“Es hermosa”, comenta Cristhian.
“Muy inteligente y un amor de niña”.
“Se parece demasiado a ti”, acoto.
“Tiene el mismo color de tus ojos, la forma de tu rostro… ¿Quieres ver sus fotografías?”
Saco el teléfono y le pido que se siente junto a mí en uno de los sillones.
Cristhian anuncia que será mejor dejarnos solos y se retira con Klaus.
Nos acomodamos juntos y le entrego el teléfono para que vea las fotos de Mia.
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