Capítulo 20:

Me ponen a hacer varios ejercicios que mejoran considerablemente el movimiento de mis articulaciones.

Toda la mañana he estado en esto.

Luego, me dirijo a consulta con el psicólogo, para que me ayude a adaptarme a mi nueva vida. Según ellos, es difícil regresar después de haber perdido tres años de mi vida y tengo que saber cómo adaptarme a los cambios que han ocurrido durante mi ausencia.

Voy de aquí para allá, de consulta en consulta, arrastrado en una silla de ruedas por el grandioso Klaus. Estoy tan agradecido con él por todo lo que ha hecho por mí.

Ha estado a mi lado durante todo este tiempo.

Trajo a su familia aquí y la mantiene en las afueras de la ciudad.

Él, su esposa y sus dos hijos, han tenido que adaptarse a una nueva vida, solo para que él pueda estar como mi niñero.

Desde que me hirieron en aquel ataque, he estado bajo su cuidado.

Aquel hombre calvo, enorme, de contextura corpulenta y aspecto hosco, me trata como si a un niño estuviese cuidando.

Cualquiera que lo mirase y no lo conociese, diría que es de carácter duro y apático.

Pero la verdad es todo lo contrario.

O, al menos, conmigo siempre ha sido afectuoso.

Desde que me conoció, el día en que fui a buscar por primera vez a Anna a Alemania, se ha comportado de la misma forma.

Pienso que es porque quiere mucho a Anna, como a una hija, y aquel cariño también me lo transmite a mí.

Entramos a mi habitación y me ayuda a recostarme en la cama.

Me siento bastante exhausto y quiero descansar, pero antes de hacerlo y de que Klaus se aleje de mi cama, sujeto su brazo.

Se gira y me observa, intrigado.

“Klaus, sé que ya has hecho demasiado por mí y no sabes lo agradecido que estoy por ello”

“No tiene nada que agradecer”, responde.

“Yo lo hago de todo corazón”

“Lo sé”, le digo, y guardo silencio un momento.

Bajo la mirada y busco las palabras adecuadas para decirle lo que ha rondado mi mente.

“Pero, quiero que cuando salga de este hospital, me hagas un último favor”

Suelto su mano y clavo mi mirada en la suya.

“¿Qué favor quieres tú?”, indaga con curiosidad.

“Sé que tú ayudaste a entrenar a Cristhian en el uso de armas y defensa”, murmuro, esperando que nadie entre a la habitación y escuche nuestra conversación.

“Así es”, musita, frunciendo el ceño.

Sé que ya ha adivinado lo que voy a pedirle y no necesito decirlo.

“¿Estás seguro de querer eso?”, pregunta, achicando la mirada y observándome expectante.

“Sí”, respondo con toda la seguridad del mundo.

“Quiero que cuando salga de aquí, me entrenes y me ayudes a acabar con esos hijos de p%ta que nos han estado jodiendo la vida una y otra vez”

Casi gruño por la rabia contenida que estoy sacando en este momento.

“Ha llegado el momento de hacerles pagar todo lo que nos han hecho. No podemos seguir huyendo y ellos tan tranquilos, como si no hubiesen hecho nada. Ha llegado el momento de que ellos paguen y que Anna y yo seamos felices de una vez por todas”

POV ANNA KALTHOFF

Tener que separarme de Mia ha sido duro.

Durante sus tres años de vida, jamás hemos estado lejos la una de la otra.

Siempre hemos estado juntas.

Pero esto era necesario.

Ya dejé una vez a Alexander tirado en aquella acera, sin saber si iba a vivir o a morir. No voy a cometer ese error otra vez.

Esta vez traeré a Alexander conmigo y lo mantendré a salvo.

Estoy ansiosa. Los minutos se hacen eternos y me parece que nunca llegaremos a nuestro destino. Quisiera levantarme de mi asiento y caminar de un lado a otro en el pasillo para calmar la ansiedad que me agobia.

Cierro los ojos.

Me concentro en calmar mi pierna que se mueve inquieta.

Pongo toda mi mente en aquella tarea y lo logro. Mi pierna deja de moverse por un instante, pero luego el movimiento regresa.

Desisto de aquello porque me desespera aún más y vuelvo a abrir los ojos.

Observo a Cristhian, que luce tan sereno, y me pregunto cómo puede estar tan tranquilo cuando yo estoy a punto de que me dé un ataque de ansiedad.

Miro mi reloj Cartier y definitivamente voy a terminar sucumbiendo ante la locura.

Dos minutos.

Dos míseros minutos han pasado desde que vi el reloj por última vez y me parece que fue toda una eternidad.

¡Dios mío!

Ahora entiendo cómo la gente se vuelve loca y acaba cometiendo atrocidades.

Siento que en cualquier momento voy a empezar a gritar y a arrancarme los cabellos de la cabeza por no ponerle toda la potencia a este jet para que se apresure a llegar a Nueva York.

“Debes calmarte” susurra Cristhian, intuyendo lo que me está pasando.

“Se escucha fácil”, mascullo irritada.

“Pero no tienes ni la menor idea de lo desesperada que estoy por verlo y comprobar que es real. Que de verdad ha despertado, y esto no es otro más de mis sueños”

“No es un sueño”, me replica con una de esas sonrisas suyas que por momentos me caen tan mal como al principio.

“Si no, yo también estaría soñando, y estoy más que seguro de que estoy bien despierto y no estoy conectado a tu sueño”

Se ríe.

Una sonrisita socarrona que me pone de malas y me impacienta aún más. Sabe que me está sacando de quicio y no disimula su risa.

Algunas veces, lo detesto.

Tanto como al principio, cuando comenzaba a conocerlo y verlo por ahí, con su actitud tan despreocupada y dicharachera, me provocaba asestarle un puñetazo para borrarle la sonrisa del rostro.

Me contengo y resoplo, tratando de sacar de mi cuerpo la frustración.

‘No es más que un imbécil’, pienso.

Pero a este imbécil lo quiero mucho.

Demasiado.

Llevo mi vista lejos de él y miro por la ventanilla.

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