Después de la tormenta -
Capítulo 15
Capítulo 15:
“¡Basta!”, le rujo, llevándome las manos a la cabeza y tratando de bloquear su voz.
“¡Ya basta! No quiero seguir escuchándote, Cristhian”
Él no lo entiende y probablemente nunca lo hará.
Cuando dos personas se aman como Alexander y yo, no hay nada que pueda separarnos. Ni el tiempo, ni la distancia, ni siquiera la muerte…
¡Nada!
“Tú lo escuchaste, Cristhian”, mascullo con una mezcla de dolor y esperanza.
“Él murió ese día, pero regresó a la vida. Regresó por mí”, me toco el pecho, sintiendo el latido de mi corazón acelerado.
“Regresó para proteger a su bebé, como prometió que lo haría”
“¿Regresar, Anna?”, inquiere Cristhian con escepticismo.
“¿De verdad piensas que eso es vida? Estar así como él se encuentra…”
Cierro los ojos, frustrada.
No entiendo por qué sigue insistiendo en lo mismo, como un disco rayado que no deja de girar.
“Los doctores te lo han dicho, Anna, él no va a despertar”, insiste, y cada palabra suya es como una daga que intenta desgarrar mi fe.
“¿Aunque te duela admitirlo?”, le retruco con amargura.
“¿De verdad te duele? Porque parece que preferirías que él no se despertara”
“Anna, no digas eso”, me replica, y puedo notar un atisbo de dolor en su voz.
“Sabes muy bien que lo que le pasó a Alexander también me ha afectado”
“Pues no lo parece, Cristhian”, le digo, tratando de hacerle ver su error.
“Te has dedicado a repetirme lo mismo una y otra vez, y ya estoy harta”
Mi fe es inquebrantable.
Tarde o temprano, él se va a despertar y regresará conmigo y con su bebé.
Seremos felices, como siempre debimos serlo.
Así como mi padre despertó de una situación similar, estoy segura de que Alexander también lo hará. Esto es solo otra prueba que tenemos que superar.
“Te lo voy a decir una última vez, Cristhian”, le advierto con firmeza.
“Agradezco todo lo que has hecho por mí, pero si vuelves a decirme esto, si siquiera repites una palabra al respecto, te juro que te vas a ir y no volverás a verme en tu vida”
Me giro y salgo de la habitación, queriendo poner distancia entre Cristhian y yo.
Su actitud me irrita, su insistencia me agota.
Necesito aire, necesito alejarme de su presencia y despejar mi mente de las dudas que él ha sembrado en ella.
El aire frío de las montañas de Mont Tremblant golpea mi rostro, y aunque aún no ha comenzado a nevar, el frío es intenso.
Ajusto mi chaqueta y una ventisca me hace estremecer.
Las lágrimas comienzan a deslizarse por mis mejillas mientras camino lejos, hasta que me pierdo en el extenso jardín que rodea la casa.
Finalmente, me apoyo en el tronco de un enorme pino y me dejo caer al suelo, llorando amargamente.
¿Por qué él no despierta?
Nuestro bebé está a punto de nacer, y lo necesito más que nunca.
No creo poder enfrentar esto sola.
Lo quiero a mi lado, dándome fuerzas, ayudándome a despejar los temores que me agobian cada día.
Abrazo mi v!entre hinchado, implorando que Alexander despierte de una vez por todas.
Los doctores dicen que es imposible, pero yo no puedo, no quiero creerles.
Han sido tres largos meses de sufrimiento, de añorar su presencia, sus besos, sus abrazos, su calidez y su sonrisa.
Tres malditos meses desde que nos tendieron esa trampa, desde que él resultó herido protegiéndome.
Si no hubiera sido por él, probablemente yo no estaría aquí.
Él nos protegió, y ahora lo necesito más que nunca.
No hay un solo segundo en que no le pida a Dios que lo despierte, que lo traiga de vuelta a mí para cumplir todos los sueños que una vez tuvimos.
Toco el hilo rojo atado a mi muñeca, el símbolo de su promesa de que siempre estaríamos juntos, hasta la eternidad.
Con el rostro empapado en lágrimas, miro hacia el cielo gris otoñal, respiro hondo y cierro los ojos, intentando ahogar las lágrimas que no cesan.
Traigo su recuerdo a mi mente, deseando ver sus ojos azules y su sonrisa cálida y perfecta una vez más.
“Regresa a mí, Alex”, susurro al viento, con la esperanza de que, de alguna manera, él pueda escucharme.
Ven, porque hoy te voy a necesitar más que nunca…
Un dolor agudo me recorre el v!entre.
No es el mismo dolor que he sentido en otras ocasiones.
Este es distinto.
Con prisa, me levanto del suelo, frunzo el rostro y me apoyo en el pino cuando otra contracción me ataca.
Inhalo y exhalo con fuerza.
Cuando la contracción cesa, comienzo a caminar de regreso a la casa para buscar a Cristhian.
Debo darme prisa porque algo, dentro de mí, me dice que hoy será el día en que nuestro bebé nazca. Y también espero, que hoy sea el día en que él despierte…
“¡Feliz cumpleaños, princesa!”, exclamamos, al unísono, Cristhian y yo.
La princesita sopla la única vela dorada que hay sobre la pequeña y sencilla torta de vainilla y betún blanco, adornada con florecitas blancas que he hecho para celebrar sus tres añitos de vida.
La vela se apaga y la princesita sonríe y aplaude emocionada.
La abrazo con fuerza y le doy un beso en la frente.
“Mami, me vas a dañar mis diamantes”, me dice con su vocecita tierna, tocando con sus deditos las pequeñas piedras de colores que adornan su rostro.
“No, mi amor, tus diamantes están bien”, le respondo con ternura.
“¿Te ha gustado la fiesta que tu tío y yo hemos preparado para ti?”
“Sí, mami. Me gusta mucho mi vestido, mis galletas, mis dulces y mi pastel”, manifiesta, esbozando una sonrisa tan hermosa como las sonrisas de su papá.
Cada día se parece más a él.
Tiene su mismo color de ojos, la misma sonrisa, la forma de su rostro y hasta hace ese mismo mohín de niño mimado que él hacía con la boca.
Lo único que ha sacado de mi familia es el cabello rubio, característico de los Kalthoff, el cabello de mi madre.
Lleva un vestido de tul de color beige oscuro que la hace parecer una princesa.
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