Capítulo 14:

Me quedo paralizado, sin saber cómo procesar la noticia, mucho menos cómo transmitírsela a Anna. Esperaba escuchar que Alexander estaba recuperándose, no que su vida pendía de un hilo.

“Klaus, te llamo luego. Por favor, mantenme al tanto de lo que suceda por allá”, digo finalmente y cuelgo, dejando a Anna con una mirada confusa y llena de temor.

“¿Por qué cortaste la llamada? ¿Por qué no dejaste que pudiera hablar con ellos?”, pregunta desesperada.

No respondo.

¿Cómo le explicas a alguien que su mundo está a punto de desmoronarse?

Sé que me va a odiar por esto, pero es mi deber protegerla.

“Anna, quiero que te tranquilices”, le digo suavemente, colocando mis manos en sus hombros.

“¡Por Dios, Cristhian! ¡Habla de una maldita vez! ¿Qué está pasando? ¿Cómo está Alexander?”, exclama, perdiendo la paciencia.

Respiro hondo, buscando la fuerza para decir las palabras que cambiarán todo:

“Anna… Alexander está siendo intervenido para extraer la bala, pero… los doctores… ellos creen que no resistirá”.

Anna me mira, incrédula, y su rostro se transforma en una máscara de angustia.

“¡Dime que estás bromeando!”, me suplica, agarrándome de la camiseta, su expresión es un torbellino de emociones.

Quisiera poder decirle que es una broma, que todo está bien, pero la verdad es otra y no puedo cambiarla.

“Anna… lo siento”, murmuro con un hilo de voz.

“Quisiera que todo esto fuera un error… quisiera…”

“¡No!”, grita desesperada, llevándose las manos a la cabeza y cerrando los ojos con fuerza.

Se niega a aceptar la realidad, a creer que Alexander podría no volver.

Trato de sujetarla, de ofrecerle algún consuelo, pero está fuera de sí, golpeándome, culpándome, sin querer entender que, a pesar de todo, debemos protegerla a ella y al bebé.

“Llévame con él”, me suplica entre lágrimas.

“Necesito estar a su lado, Cristhian. Por favor, te lo ruego. No puedo estar lejos de él”.

Pero mi respuesta solo la desquicia más.

“Anna, no puedo llevarte de regreso a Nueva York”, le digo con firmeza, sabiendo que su vida y la del bebé corren peligro allá.

Se derrumba al suelo, abrazando sus rodillas y escondiendo su rostro.

Su llanto es desgarrador.

Me acerco, me arrodillo frente a ella y la abrazo, intentando transmitirle algo de paz en medio del caos.

Poco a poco, su llanto se va calmando hasta convertirse en un suave sollozo.

“Anna, espero que entiendas que todo esto es por tu bien”, le susurro, pero me detengo al ver el cambio en su expresión.

“Anna, ¿Qué sucede?”, pregunto alarmado.

Con un gesto tembloroso, se lleva la mano al v!entre y luego la mira, horrorizada.

“¡Mi bebé!”, exclama, asustada. Al ver su mano manchada de sangre, el miedo me paraliza por un instante.

Sin perder más tiempo, la levanto en brazos y salgo de la habitación.

“Cristhian, no quiero perder a mi bebé”, repite una y otra vez en el camino al hospital.

POV ALEXANDER THOMPSON

Camino por un largo e interminable sendero, en el que no hay nada alrededor, más que luz y una tranquilidad absoluta.

Quisiera quedarme en este lugar para siempre, pero hay algo que me impulsa a seguir adelante, algo que me atrae irresistiblemente hacia el final de este camino, como si fuera mi destino ineludible.

Continúo avanzando, sin detenerme, hasta que finalmente puedo ver el final del sendero.

Es una enorme luz deslumbrante que llena todo el espacio de una luminosidad sobrenatural.

Esa luz me hipnotiza y siento una desesperación por alcanzarla.

Me acerco y justo cuando estoy a punto de tocarla, una risa me invade al sentir la energía que emana de ella.

En ese momento, olvido todo lo que fui, todo recuerdo se desvanece.

Nada me retiene, nada me hace querer mirar atrás.

Solo existe en mí el deseo de cruzar al otro lado. Estoy a punto de dar el paso cuando una voz me detiene.

“Alex…”, un susurro en eco que me hace girar buscando su origen. Reconozco la voz, pero no puedo recordar a quién pertenece, y no hay nadie a la vista.

Vuelvo a girar hacia la luz, pero la voz insiste:

“¡Alex, te necesito!”.

Busco de nuevo, esta vez con más empeño, hasta que diviso algo a lo lejos.

Una pequeña sombra se aproxima, y al acercarse, veo a una niña de ojos azules y rostro angelical.

No la reconozco, pero algo en ella me resulta familiar.

“¿Quién eres?”, le pregunto intrigado.

“Soy Mía”, responde ella con una sonrisa.

“Mía… ¿Te conozco?”, pregunto confundido.

“Aún no”, dice ella.

“Pero si regresas, pronto me conocerás”.

Sus palabras me dejan desconcertado.

Antes de que pueda decir algo más, ella agrega:

“Ella te necesita”.

“¿Quién?”, insisto.

“Mi mamá”, susurra.

Me extiende su mano pequeña y frágil, y aunque dudo, su mano me resulta tan familiar que no puedo resistirme y tomo la suya.

Al hacerlo, una sensación de calidez me invade, una paz aún mayor que la que sentía antes.

La sigo, alejándome de la luz, y entonces todo se vuelve oscuro.

La niña desaparece, la calidez de su mano se esfuma y comienzo a caer en un vacío abrumador. Trato de aferrarme a algo cuando un pitido ensordecedor me asalta.

Abro los ojos y la luz de la sala me ciega.

Pestañeo repetidamente, y entre mi confusión, la veo.

Veo su rostro sonriéndome.

Mi Anna.

Mi dulce Anna.

POV ANNA KALTHOFF

“Por favor, Anna. ¡Ya es tiempo de que lo sueltes!”, espeta Cristhian, tratando de convencerme con algo que jamás logrará.

Lo observo, furiosa, sintiendo cómo la ira se acumula en mí como una tormenta a punto de estallar.

“¡Por Dios, Anna! Ya han pasado tres meses… tres meses desde que él…”, intenta continuar, pero no puedo soportarlo más.

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