Después de la tormenta -
Capítulo 13
Capítulo 13:
“¡No! ¡No voy a dejarte!”, manifiesto, negándome a hacer tal cosa.
“¡Por un carajo, Anna!”, masculla en un mandato.
“Piensa en nuestro bebé y vete ahora mismo”.
Cristhian llega a nuestro lado. Sangra de un brazo y viene agitado, escondiéndose detrás del mismo auto.
“¿Qué sucede?”, pregunta al ver la herida de Alexander.
Sus ojos se abren asustados y se arrodilla junto a nosotros, tomando a Alexander en sus brazos, tratando de ayudarlo.
Aún se escuchan algunos disparos.
Debe ser Klaus, luchando solo contra esos hombres. Aunque toda mi atención está en el hombre moribundo en mi regazo, me preocupo también por Klaus.
“Cristhian”, lo llamo, agarrándolo con fuerza por la camisa.
“Llévate a Anna. No pueden seguir aquí. Recuerda lo que te dije”.
Cristhian lo observa en silencio por unos segundos, rechinando los dientes con furia, pero finalmente asiente con la cabeza.
Ante mi atónita mirada, Cristhian se levanta y me toma entre sus brazos, alejándome a la fuerza de Alexander.
No puedo creer que esté haciendo esto, que esté dejando a su hermano herido en la acera. Lucho contra él, golpeándolo y gritando que no podemos dejarlo atrás, pero Cristhian ignora mis súplicas.
Me arroja en la parte trasera del auto y cierra con seguro, mientras yo me desgarro la garganta gritando y llorando por Alexander.
El auto gira en la esquina y lo último que veo es a Alexander cayendo inconsciente sobre el concreto, antes de perder el conocimiento.
…
Me despierto en la cama de la habitación que compartimos con Alexander en la casa de sus padres. Observo a mi alrededor y todo luce tan extraño, tan silencioso y abrumador.
No recuerdo absolutamente nada de lo que ha pasado. La última imagen que guardo en mi mente es la de Alexander herido y cayendo, inconsciente, sobre aquella acera.
Llamo a Cristhian, a Alexander, y…
Nada.
No obtengo contestación de ninguno.
Me levanto de la cama y salgo de la habitación.
Me asomo en el largo pasillo y todo luce tan lúgubre y solitario. Vuelvo a llamar a Alexander y a Cristhian, pero igual que la primera vez, no obtengo respuesta.
Camino por el pasillo hasta llegar al inicio de las escaleras.
El ambiente se siente pesado y mi corazón late con prisa.
Bajo las escaleras y me detengo en el último escalón.
Inspecciono todo a mi alrededor y lo único que puedo escuchar es el trinar de los pájaros que viene desde el enorme jardín.
Sigo caminando hasta llegar al salón principal.
Mi corazón se detiene y me quedo petrificada cuando veo el ataúd de caoba al fondo del salón.
“¡No! ¡No! ¡No! ¡Esto no puede ser cierto!”, grito desesperada.
Me abalanzo sobre el ataúd, llorando desconsolada, golpeándolo con fuerza, tratando de sacar a Alexander de allí y despertarlo.
“¡Alexander, despierta! ¡Por favor, no puedes hacerme esto!”, suplico.
Unas manos me toman por la cintura y tratan de alejarme del ataúd, pero lucho contra ellas. No quiero soltarlo, necesito despertarlo.
“¡No puede dejarme sola! ¡Teníamos tantos planes, tanta vida por delante!”, grito.
Cristhian logra apartarme y me gira para quedar frente a él.
Lo observo con rabia y le doy un fuerte golpe en el rostro.
“¡Tú tuviste la culpa! ¡Tú lo dejaste morir!”, le acuso.
Él intenta explicarse, pero yo no quiero escucharlo.
“¡Cállate! ¡No quiero escucharte más!”, le grito.
Las lágrimas no dejan de caer por mi rostro.
Estoy desesperada, necesito entender qué está pasando.
“¡Dios, esto no puede ser cierto! ¡Él no puede estar muerto! ¡No puede dejarme sola! ¡No puede dejar a su hijo!”, exclamo con dolor.
Cristhian me mira con tristeza e impotencia.
“Anna… ya no hay bebé. Lo has perdido”, me dice con pesar.
Confundida, le pido que me explique.
Él, con el rostro reflejando dolor, me revela que después de lo ocurrido, tuve un aborto espontáneo.
“¡No! ¡Estás mintiendo! ¡Eso no puede ser cierto!”, le grito, desesperada, tocando mi v!entre en busca de alguna señal de vida que ya no está.
Al girarme, veo un pequeño ataúd detrás del de Alexander y caigo de rodillas, abrumada por el dolor y la desesperación.
“¡Esto tiene que ser una pesadilla! ¡Por favor, que alguien me despierte!”, suplico.
Cristhian intenta consolarme, llamándome, pidiéndome que despierte.
Finalmente, abro los ojos y me despierto de la horrible pesadilla, llorando en sus brazos.
“¿Qué noticias hay de Alexander?”, le pregunto, con la esperanza de que esté bien.
Afligido, me dice que aún no sabe nada.
Le ruego que llame de nuevo, que necesito saber qué está pasando, que necesito saber que él está bien.
POV CRISTHIAN SCOTT
Después de tres intentos de llamada, finalmente escucho la voz de Klaus del otro lado:
“Hallo”.
“Klaus, ich bin’s, Cristhian”, le digo, para que me reconozca, ya que estoy llamando desde un número desconocido.
“Cristhian, ¿cómo están? ¿Cómo está Anna?”, pregunta Klaus con preocupación.
“Estamos bien. Y, ¿Ustedes? ¿Cómo están? ¿Cómo está mi hermano?”, respondo intentando mantener la calma.
Anna me observa con desesperación, su mirada escudriña cada gesto mío buscando alguna señal.
Está nerviosa y la preocupación se dibuja en su rostro.
Me murmura que le diga lo que está pasando, que qué dice Klaus…
Me bombardea con preguntas, todas buscando la misma respuesta: que Alexander está bien.
“Cristhian, no voy a mentirte. Está muy mal. Los doctores no creen que vaya a resistir. Está siendo sometido a una intervención de emergencia para extraer la bala. Pero no dan ni una sola esperanza”, dice Klaus con voz grave.
El silencio se apodera de la habitación mientras digiero sus palabras.
“Cristhian, ¿Qué te dice Klaus?”.
Insiste Anna, acercándose al borde de la cama.
“Pregúntale si puedo hablar con Alex, por favor”.
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