Después de la tormenta -
Capítulo 12
Capítulo 12:
“Pero, ya le dije que me importa poco lo que ellos quieran. Anna no volverá a poner un pie en esa corte, otra vez”.
“Todo esto… Me parece una m!erda”, murmura, viendo hacia la nada, cavilando en sus propios pensamientos.
“No entiendo para qué, Miranda quiso que este juicio se realizara. Ella sabe que no tiene nada para ganar y, aun así, nos hace venir hasta acá, se queda en silencio y me lo quedo viendo, entendiendo lo que quiere decir”.
“¿Crees que sea una trampa? ¿Una artimaña para hacernos venir hasta acá?”.
“No lo sé”, masculla, se endereza y sus ojos oscuros se clavan en los míos. “Pero, nada de esto, me da buena espina. Miranda y Miller, son capaces de hacer cualquier cosa”.
“Yo también he pensado lo mismo y, por eso, ya tengo todo arreglado para que hoy mismo nos vayamos de aquí”, le digo.
“Me vale si quieren tratarnos como prófugos de la ley o lo que putas quieran, no vamos a regresar a ese juicio y punto. Y si dejan en libertad a Miranda, soy capaz de mandar a incendiar toda la p%ta Nueva York para encontrarla a ella y a Miller y hacerlos pagar todo”.
Se queda viéndome por un instante, sin decir nada. Su mirada me escudriña y me analiza a detalle. “Veo que, ahora, si estás dispuesto a todo por ella”.
“Lo estoy”, le aseguro, más convencido de eso, que de cualquier otra cosa en el mundo.
“Estoy dispuesto a dar mi vida por ella y por mi hijo”.
“Bien”, responde.
“Quiero que sepas y tengas más que seguro, que yo también lo estoy”.
“Lo sé”, admito.
“Y, por eso, quiero pedirte que, ante cualquier cosa que suceda, estés dispuesto a protegerlos si yo no puedo. Que los protejas con tu vida, de ser necesario”.
“No tienes ni que pedirlo”.
Es lo único que dice y yo ya no le sigo diciendo nada más. Porque sé que, así como yo, él todavía la ama y está dispuesto a todo por ella.
POV …
Me despierto confundida y desorientada. Sin saber dónde estoy, ni qué hago aquí, ni lo que ha pasado. Pero, cuando recuerdo todo, entro en ataque de pánico y comienzo a gritar desesperada y a tratar de quitarme las sábanas para ver mi barriga.
No pasan ni tres segundos de aquello, cuando tengo a Alexander abrazándome y arrullándome entre sus brazos.
“¡Shhh! ¡Shhh! Tranquila, mi amor. Todo está bien”, me dice, tratando de tranquilizarme. Deposita un beso en mi frente y acaricia mi cabello con ternura.
“Alex, ¿Cómo está el bebé?”, le pregunto entre sollozos.
“Está bien”, susurra. Acuna mi rostro entre sus manos y lo aleja de su pecho, para poder verme a los ojos.
“El bebé está bien. Pero, el doctor dice que necesitas estar tranquila. No sufrir ningún tipo de alteración y tratar de estar relajada y descansar, mi vida”.
“Alex, ella lo sabe. Lo sabe todo. Sabe que estamos esperando un bebé”, farfullo, al borde la histeria.
“No quiero estar aquí. No quiero estar cerca de ella. No quiero que le haga daño a nuestro bebe”.
“Lo sé. Lo sé”, susurra, acunándome en su pecho.
“Ya lo he arreglado todo para irnos de este lugar. Solo estábamos esperando que despertaras. Te prometo que nada les pasará, ni a ti, ni al bebé. Pronto estaremos lejos de este sitio”.
“¿Dónde está Cristhian?”, le pregunto, repasando, con mi vista, todo el lugar, sin encontrarlo.
“Ha salido a buscar un café, no tarda en regresar”.
Me quedo abrazándolo durante unos minutos. En silencio, tan solo disfrutando el poder estar así con él, sintiendo su mano acariciar mi espalda. Me da un beso. Tierno, lento, lleno de cariño. Y cuando se separa de mí, le pregunto:
“¿A qué hora nos iremos?”. Me siento desesperada y entre más tiempo estemos aquí, más me desespero.
“Si tú quieres, ahora mismo voy a buscar al doctor para que te dé el alta y podamos irnos de aquí”.
“Sí, por favor”, susurro.
POV ANNA KALTHOFF
El doctor me ha dado el alta. Y únicamente me ha recetado algunos medicamentos y me ha indicado que tengo que estar tranquila, sin ningún tipo de alteración y tratar de cuidarme lo más que pueda.
Me siento mal porque tengamos que irnos de esta manera, sin despedirnos de nadie. Estuvimos aquí y en ningún momento pudimos ver a Irene y Michael y contarles que serán abuelos. O a Sara, Ángela y David, a quienes extraño mucho.
Pero, lastimosamente, son sacrificios que debemos hacer y, solamente, esperamos que todo esto pase algún día y nuevamente podamos compartir tiempo con todos ellos.
Pasamos recogiendo nuestras cosas al departamento. Cuando hemos terminado de alistar las maletas, salimos fuera del edificio, donde el auto nos espera cruzando la calle.
Alexander me toma de la mano para cruzar la calle, Cristhian camina al otro lado y Klaus detrás de nosotros.
Todo lo que sucede, es como sacado de una película. Un automóvil en color negro nos intercepta, haciendo chirriar las llantas sobre el concreto.
Dos hombres, con pasamontañas, se bajan de aquel auto, cargando armas en sus manos y comienzan a disparar contra nosotros.
Todo sucede en segundos.
Klaus y Cristhian sacan sus armas y abren fuego contra aquellos hombres. Alexander me cubre con su enorme cuerpo y me estampa contra uno de los automóviles que hay estacionados en la orilla, golpeándome la espalda, cuando cae sobre mí, protegiéndome.
Rodeamos aquel auto y nos escondemos detrás de él. Nuestro auto está a unos 3 metros y la distancia me parece inmensa.
Lo único que puedo escuchar son los repetidos disparos y me tapo los oídos para amortiguar el sonido.
Siento algo húmedo, mojando mi v!entre, me palpo y luego observo mi mano ensangrentada. Entro en pánico, pensando lo peor:
¡Mi bebé!
¡Estoy perdiendo a mi bebé!
Pero, no es nada de aquello.
No hay dolor, no hay nada.
Solo sangre.
Sangre cubriendo mi ropa y tiñéndola de rojo carmesí.
No necesito de mucho tiempo para enterarme de lo que está sucediendo.
Alexander se retuerce y cae de rodillas en el suelo y, entonces, lo veo. Veo la herida en la parte baja de su espalda.
Me arrodillo frente a él y tomo su rostro entre mis manos.
“¡Alex! ¡No!”, le chillo, y comienzo a llorar. Está pálido y toma aire con dificultad. Lo abrazo con fuerza, cuando deja caer su peso sobre mí.
“¡No! ¡No! ¡No!”, exclamo entre sollozos.
“Resiste, mi amor. Por favor”.
“Anna… Escúchame”, musita, casi en un gruñido de dolor.
“Debes irte. Ahora mismo”.
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