Capítulo 16:

Las pequeñas uñas de sus dedos están pintadas con esmaltes de brillitos y lleva unas medias de encaje adornadas con florecitas de colores.

“Todo es tuyo, princesa”, comenta Cristhian, dedicándole una sonrisa.

“¿Qué vas a comer? Escoge una sola cosa, porque todo lo demás será mío”, le dice jugando con ella y haciéndola enojar.

“No, tío”, le replica haciendo aquel mohín con la boca que me recuerda a él.

“Tú te comerás esta galleta”.

Le entrega una de las galletas de hojaldre decoradas con crema, arándanos y moras silvestres.

Me entrega otra a mí y exclama:

“Esta para ti, mami, y esta para mí”, lame la crema de su galleta y sonríe.

“Y esta otra para mi papito”.

Llevo mi mirada hasta Cristhian, que me observa con pesadumbre.

“Porque mi papito vendrá hoy, ¿Verdad, mami?”.

Inquiere mi princesa, como lo ha hecho desde hace tanto tiempo.

“No, mi vida”, le respondo, sintiendo el sinsabor en mi pecho.

“Tu papito tampoco podrá venir esta vez”.

La sonrisa de su rostro se apaga, agacha la cabeza y frunce los labios, molesta.

Comienza a llorar y mi corazón se parte de tristeza.

“No llores, mi cielo”, le pido, tomándola entre mis brazos y sentándola en mi regazo.

Acaricio su cabello y le seco las lágrimas, haciendo un enorme esfuerzo para no llorar junto a ella.

“Sabes que tu papito quisiera estar aquí contigo, pero por ahora él no puede hacerlo”.

“Es que yo ya quiero conocer a mi papito”, replica entre sollozos.

“¿Por qué no vamos nosotros a visitar a mi papito?”, pregunta con voz esperanzadora.

“No podemos, mi vida”, le respondo.

“Sabes que personas malas nos buscan para hacerte daño y por eso tenemos que escondernos de ellos”.

Estoy a punto de llorar con ella. No me gusta tener esta conversación porque siempre termina llorando y eso me pone mal.

Ella sueña con el día en que conozca a su papá.

Desde antes de cumplir los dos años, decía que su papá vendría para su cumpleaños y, cuando eso no ocurrió, lloró desconsolada toda la noche.

Esta no es la excepción.

Comienza a llorar, provocando que mis ojos se humedezcan y un nudo se forme en mi garganta.

Ya no encuentro las palabras para consolarla.

Ya no sé qué excusa darle para decirle que su papá no puede estar con nosotras.

“Mia”, musita Cristhian con ternura, arrodillándose frente a ella.

“¿Qué es lo que hemos hablado?”, le pregunta.

Ella no lo mira, continúa llorando sin parar.

“Mia, ¡mírame!”, le insiste.

La pequeña alza la mirada y observa a su tío.

Cristhian pasa sus dedos por las mejillas de la princesita y le sonríe.

“¿Qué hemos hablado sobre tu papá?”, le pregunta de nuevo.

“Que él no puede venir porque está dormido bajo el embrujo de una malvada bruja”, le responde. Escondo mi rostro para que no vean las lágrimas que caen por mi mejilla.

“Así es”, indica Cristhian.

“La malvada bruja lo hizo caer en un profundo sueño del que no puede despertar. Pero el amor que él siente por ti y por tu mamá hará que luche contra aquel embrujo y un día despierte y venga a buscarlas”.

No puedo soportar más.

Suelto a la pequeña, me levanto y camino hacia la cocina para llorar amargamente, lejos de su mirada.

No entiendo por qué, hasta ahora, él no ha despertado.

Me cuestiono si mis esperanzas son en vano y si él jamás despertará, como todos lo han dicho.

Día a día mis esperanzas se van desvaneciendo.

Ya no puedo soportarlo.

Su ausencia me lastima.

El anhelo de Mia por conocerlo es frustrante.

Ya no sé qué más decirle.

Estoy cansada de dar excusas y me pregunto qué pasará si él nunca despierta.

¿Estaré llenándola de esperanzas en vano y causándole un dolor aún mayor si él nunca regresa con nosotras?

Gruño furiosa y golpeo la encimera de granito.

‘Ya es tiempo de que regreses, Alexander’, pienso.

“Ya nos has hecho sufrir demasiado y es tiempo de que regreses para conocer a tu hija y estar conmigo, que tanto te necesito”

POV NARRADOR OMNISCIENTE

La habitación del hospital está sumida en un silencio sepulcral, roto únicamente por el monótono pitido de la máquina que sostiene la vida del hombre sumido en un profundo coma.

El vigilante, que ha estado a su lado desde el trágico día en que una bala lo alcanzó, se sienta en un sillón, con el teléfono en la mano, enviando un mensaje a la mujer que día tras día pregunta por señales de recuperación.

Alles bleibt beim Alten, Anna.

‘Todo sigue igual, Anna’

Envía el mensaje y levanta la mirada hacia el hombre.

Suspira, se levanta y sale en busca de un café.

La habitación queda nuevamente en silencio, con el hombre que ha estado inmóvil durante más de tres años.

Pero algo cambia.

El dedo índice del hombre comienza a moverse, primero casi imperceptiblemente, luego con más fuerza, hasta que toda la mano recobra el movimiento.

Su mente lucha por despertar, impulsada por el recuerdo de una mujer y la visión de un rostro angelical que lo instó a luchar contra la muerte.

Finalmente, los ojos del hombre se abren.

Desorientado, arranca las mangueras y tubos que lo atan a la cama y balbucea el nombre de Anna.

No reconoce su voz ni su entorno, solo sabe que necesita verla.

Intenta recordar, pero su memoria es un rompecabezas con piezas faltantes.

“¡Anna!”, llama con una voz que gana fuerza.

Intenta levantarse, pero su cuerpo le es extraño, entumecido por el largo tiempo de inmovilidad.

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