Capítulo 4:

“Creo que me vi muy benevolente, debería de darme las gracias por no ser tan contundente con su amigo”, respondió Rainer guardando los perfiles de las mujeres en su cajón.

“¡Él no llevó a Lena al departamento! ¡Fui yo!”, exclamó Carina furiosa.

“Ella es mi amiga y solo decidí ayudarla”.

“Entonces, ¿Debería de despedirte a ti y recontratarlo a él?”

“¡Sí!”, exclamó Carina impulsivamente.

“Se me ocurre algo mejor…”

Se levantó del escritorio y se acercó.

Era un hombre muy alto y junto a él, Carina se veía insignificante, pero eso no le restaba valor, por el contrario, su cercanía le hacía hervir la sangre.

“Fred se mantendrá desempleado y a ti te daré el ascenso que tanto ansiaba”, contestó Rainer divertido.

“¿Ascenso?”

“Sí, a partir de mañana serás mi secretaria personal, vendrás vestida de manera decente y harás lo que yo te mande”.

“¡¿Qué?!”, exclamó Carina horrorizada.

“Tienes dos opciones, Gibrand. Mañana te presentas con un encantador traje sastre y zapatillas para ocupar el lugar de mi secretaria, o traes tu carta de renuncia. Lo dejo en tus manos”, alegó con satisfacción, viendo como el fuego en los ojos de Carina ardía.

“Solo así estaremos a mano por la falta de tu compañero”

“¡Yo le di el dinero a Lena! ¡Yo pagué los servicios de su madre para alejarla de usted!”, exclamó en un intento por regresarle el golpe.

“Fred no tuvo nada que ver”

“¿Tú?”

Rainer la vio de pies a cabeza con desprecio.

“Ni pr%stituyéndote podrías ganar tanto dinero, no eres hermosa, tampoco tienes dinero ni recursos, eres estudiosa, pero tonta… ¿En verdad piensas que te creeré?”

“¡¿Quién es más tonto?! ¡¿Yo o el hombre que me contrató sabiendo que soy tonta?! ¡Ja!”, Carina comenzó a reír a carcajadas.

La sonrisa de Reiner se disolvió, de nuevo Carina volvía a burlarse de él.

Se moría por retorcerle el cuello con sus propias manos.

“Tienes una boca muy grande, pero como mi secretaria aprenderás a mantenerla cerrada…”, contestó con el corazón ardiendo en coraje.

Carina volvió a reírse de las injurias de ese alemán.

Tomó la corbata de Rainer y lo jaló hacia ella, encarándolo más de cerca.

“Y usted aprenderá a cuidar sus palabras, Señor Rainer”, contestó Carina llena de rabia.

“Antes de volverme a hablar así, recuerde que tiene mujeres en su familia”.

“¿Me amenazas?”, preguntó Rainer tomando por la muñeca a Carina, pero esta sonrió y de un solo movimiento se soltó de su agarre.

“No, pero recuerde que alguien puede estarle diciendo lo mismo a ellas, Señor Winter… ¿Le gustaría que las llamaran tontas, feas y pobres o que las compararan con prostitutas? Yo creo que no…”, dijo Carina juguetona y caminó hacia la puerta, dejando a Rainer trabado del coraje.

“Por cierto, ¿A qué hora me necesita aquí, señor?”

“A las tres en punto… no me importa si a esa hora aún tienes clases”, respondió conteniendo su furia.

“Perfecto, hasta mañana, Señor Winter” Carina dio media vuelta y salió del despacho con la frente en alto.

‘Conmigo no vas a jugar, imbécil’, pensó ansiosa por enfrentarlo.

La sangre Gibrand corría por sus venas, intempestiva y violenta, y no había forma de ignorarla.

“Te dije que no hicieras nada estúpido”, dijo Fred escurrido en el sillón de la sala mientras esperaba a que Carina saliera de su cuarto.

“¡No podía dejarlo así!”, exclamó ella desde dentro.

“Y mira lo que ocasionaste… de ingeniera mecatrónica a secretaria… ¿Crees que valió la pena?”

En ese momento se abrió la puerta y Carina salió con ese traje sastre que usaba para momentos especiales.

Aunque los tacones no eran muy altos, sentía que los tobillos se le torcerían más de una vez en el día, pero la mirada sorprendida de Fred hizo que todo valiera la pena.

Su figura se veía estilizada y sus piernas lucían largas y torneadas.

La ropa holgada que solía usar escondía una belleza casi celestial. Fred se sentía tan maravillado como aquella vez que la vio por error salir del baño envuelta en una toalla.

“¡Te ves hermosa!”, exclamó Lena acercándose con admiración.

“Muy diferente”

“Supongo que tendré que comprar más trajes de estos”, añadió Carina resoplando y acomodó sus lentes.

Fred se levantó del sillón y tomó las llaves del auto.

“Vamos, yo te llevo…”, dijo colocándose su abrigo.

“Pero no tienes que hacerlo, yo puedo llegar sola…”

“Manejas horrible”, contestó Fred abriendo la puerta para ella.

Mientras Emma había recibido lecciones intensivas de manejo, Carina era pésima detrás del volante, pues ella había optado por desarrollar otras habilidades que consideraba mejores.

“Puedo tomar el autobús…”

“Deja de quejarte, yo te llevaré”, añadió Fred con media sonrisa, queriendo sentirse útil, además, deseaba apreciar la belleza de Carina lo más que pudiera antes de entregarla al horrible ogro de Winter.

Cuando las puertas del elevador se abrieron, Carina sintió la mirada de todos encima. Había sido todo un logro para ella no caer del carro al elevador, y no estaba muy segura de mantenerse invicta hasta su escritorio.

Vio su reloj, había llegado diez minutos antes, tocó la puerta del despacho de Rainer y se asomó.

“¿Qué no puedes esperar a que te invite a pasar?”, preguntó Rainer en cuanto Carina ya había entrado.

“Mmm… no, lo siento, soy mala con eso”.

Rainer levantó la mirada, iracundo, y entonces se quedó sin aliento.

Entre más pasaba el tiempo, Carina se daba cuenta de que todo estaba cambiando. Fred no podía conseguir trabajo y pasaba las tardes cantando en los parques y calles más concurridas para sacar dinero, ella se había ofrecido a pagar su parte de la renta, pero eso solo lo desalentó y se volvió distante.

Cuando Carina regresaba a casa, siempre veía a Lena riendo con Fred, cocinando juntos la cena o viendo alguna película. Era esa clase de convivencia que solo le pertenecía a los dos, pues en cuanto ella estaba en el departamento, sus risas y complicidad se desvanecían.

Lo que había comenzado como una pequeña punzada de celos en su corazón, ahora era una bomba que explotaba haciendo trizas sus sentimientos.

Deseaba recuperar a Fred, que la viera con tanta alegría como antes, pero sus acercamientos con Lena eran cada vez más dolorosos y cuando sus manos se tocaban en la mesa, Carina perdía el apetito.

“¿lremos a conseguir el desayuno?”, preguntó.

“Fred sacudiendo su guitarra frente a los ojos de Carina, quien estaba melancólica y completamente desanimada”.

Quería levantarse del sofá e ir con Fred como en los viejos tiempos, pero al ver a Lena a su lado, emocionada por salir, no tenía ganas de cantar.

“No lo sé… tengo que revisar unas cosas que me encargó Rainer…”, dijo Carina notando como ese nombre aún hacía temblar a Lena, quien de inmediato se agarró del brazo de Fred, como si esperará que él la defendiera.

‘¡Idiota! ¡Yo te salvé de Rainer, no Fred, si fuera por él, seguirías en las garras de ese CEO!’, pensó Carina ofendida.

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