Capítulo 3:

Como incentivo, Rainer recibió la compañía, así que se dedicó a buscar mujeres, investigarlas y calificarlas, enfocándose en que fueran dóciles y buenas madres.

Era lo único que quería, una mujer que siguiera sus órdenes y cuidara de sus futuros hijos con dedicación, de esa forma llegó a Lena.

“No lo sé, señor. Su familia no es de las más acaudaladas, ni siquiera hay algún pariente lejano que presuma de tener dinero”, respondió Walter.

“Investiga quien es su benefactor… necesito saberlo hoy mismo. aprenderá que no puede meterse con mis cosas”, dijo Rainer iracundo antes de tomar su abrigo y salir de su oficina.

Lena cuidaba a su madre con dedicación, feliz de saber que no le debía nada a Rainer y que era libre.

Carina había llegado a su vida como una bendición.

“Descansa… ahora todo estará bien”, le dijo a su madre con una sonrisa que hacía mucho no lucía.

“Mi niña, tú también deberías de descansar”, contestó su madre preocupada.

Notaba que, aunque el rostro de su hija estaba adornado por ojeras, lucía esa tranquilidad tan pura que te da solventar tus deudas.

“Lo haré… después de ir por un café”, contestó Lena besando la frente de su madre y salió de la habitación.

Sacó de su cartera un poco del dinero extra que le había dejado Carina y buscó una máquina expendedora de café.

“¿Cómo se siente estar libre de mí?”, preguntó Rainer detrás de ella. Su voz la congeló y su corazón explotó.

Volteó lentamente y lo vio ahí, con ese elegante traje y mirada fría como el hielo.

Rainer pasó su mirada de la mano temblorosa de Lena a sus ojos llorosos, era como tener un pequeño conejo asustado, sabiendo que estaba a punto de ser devorado.

“Señor Winter…”, dijo Lena aterrada.

“Te ofrecí todo, Lena… no solo salvar la vida de tu madre, también te ofrecí riquezas y una vida muy diferente a la que tienes… ¿Por qué me despreciaste de esa forma?”

Se plantó en su camino y, aunque no le había puesto un dedo encima, ella sentía que su garganta se cerraba como si la estuviera asfixiando.

“No quiero casarme con usted…”, dijo al borde del llanto y retrocedió.

“Por favor, déjeme en paz”

Agachó el rostro dejando que las lágrimas cayeran de sus mejillas, pero Rainer de inmediato la tomó del mentón con su mano enguantada, curioso de ver ese miedo que parecía alimentarlo.

“Te dejaré en paz… si me dices quién te dio el dinero…”

Después de un desayuno animado que pasó entre risas y una buena plática, Fred y Carina regresaron al departamento.

Tenían que poner todo en orden antes de salir por la tarde a conseguir la comida.

Justo en la puerta, se encontraron con esa hermosa aparición.

Lena estaba abrazándose a ella misma, cansada de haber tocado incesante sin recibir respuesta.

Carina le había dado su dirección en caso de que necesitara ayuda y ahí estaba.

En cuanto Lena posó su atención en Carina, corrió hacia ella, limpiando sus lágrimas. Estaba llena de miedo y se abrazó a su salvadora.

Dentro del departamento, Lena explicó lo ocurrido en el hospital mientras bebía café caliente y estaba envuelta en la cobija favorita de Carina.

“No le dije quién me había dado el dinero, pero…”

“Ahora temo por las acciones que tome en mi contra”, dijo Lena entre sollozos mientras Carina la estrechaba con cariño.

“Tengo miedo de que le haga algo malo a mi mamá”.

“Imposible mientras se mantenga en el hospital”, dijo Fred serio, viendo a Carina, sabiendo que estaba en problemas.

“¿Podemos hablar en la cocina?”

Carina asintió y fue con él.

En cuanto la puerta se cerró, el rostro de Fred pasó de la seriedad al pánico.

“¿Estás consciente del problema en el que te metiste?!”, exclamó sacudiéndola por los hombros.

“¡No es para tanto!”

El rostro de Carina palideció

Después de discutir, Carina convenció a Fred de permitir que Lena se quedara con ellos en el departamento, pues temía que Rainer la abordara en su casa estando sola.

Fred sabía que era peligroso y si el Señor Winter se enteraba del paradero de Lena, ellos sufrirían su odio, pero Cari no entendió la magnitud del conflicto hasta que vio a Fred empacando las cosas de su escritorio, en el trabajo.

Rainer se había enterado antes de que Lena cumpliera veinticuatro horas con ellos y no tardó en cobrar su venganza creyendo que Fred era quien le había dado todo ese dinero.

“Perdóname… esto es mi culpa”, dijo Cari cabizbaja en cuanto Fred levantó su caja llena de sus cosas.

“No pidas perdón…”, contestó Fred.

Decir que no estaba molesto sería mentira, había perdido el trabajo que tanto amaba y la posibilidad de entrar a cualquier otra empresa, pues el Señor Rainer se avocaría a que jamás consiguiera un trabajo sobresaliente en el país.

“Mejor a mí que a ti”.

“Esto es injusto… tú no hiciste nada… si tan solo te hubiera escuchado…”

“Si me hubieras escuchado, Lena estaría siendo acosada por Rainer y tú no podrías dormir con ese peso en tu consciencia… te conozco”, contestó enternecido, sabiendo que Carina tenía un corazón muy noble que no dudaba en brindar ayuda a quien lo necesitara.

“Prométeme que no harás nada estúpido”.

“¿Nada estúpido?”

La pregunta fue contestada con una mirada de desaprobación por parte de Fred antes de que saliera del departamento de mecatrónica, con la mirada de todos encima de él, haciéndolo sentir incómodo, como el condenado que va hacia la horca.

Carina lo acompañó hasta la entrada del edificio y su corazón se estremeció.

“Por favor, Carina, no hagas esto más grande. Si mi despido fue suficiente para calmar su ira, entonces no la vuelvas a provocar… por favor”

Fred conocía el carácter explosivo de Carina y sabía que podía empeorarlo todo.

Cuando Carina perdió de vista la silueta de Fred, regresó sobre sus pasos y justo en el elevador su mano decidía entre los botones.

Bajar al sótano del edificio donde estaba el departamento y taller de mecatrónica o subir hasta la oficina de Rainer.

De pronto el elevador comenzó a ascender.

Rainer revisaba fotografías de mujeres, todas muy parecidas a Lena.

Tenía gustos marcados cuando se trataba de féminas. Le gustaban rubias y de ojos oscuros, con una piel blanca y tersa, sin manchas ni cicatrices.

Si tendría hijos, quería tener el control sobre la genética que expresaran cuando nacieran.

En ese momento alguien tocó a su puerta, demandante. En cuanto levantó la mirada vio entrar a la antítesis de todo lo que buscaba en una mujer.

Carina tenía el cabello castaño rojizo como su padre y los ojos claros, tan azules como los de su madre. Aunque su piel era blanca, no tenía las mejillas sonrojadas y una cicatriz partía el rabillo de su ceja derecha.

Desde niña siempre fue traviesa y las cicatrices eran la prueba de sus aventuras.

“Señorita Gibrand… ¿En qué puedo ayudarla?”, preguntó Rainer con media sonrisa, sabía perfectamente que hacía ella ahí.

“Fue injusto que despidiera a Fred, es un gran ingeniero, dedicado a su trabajo, él ama esta empresa…”

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