Desafiando el corazón -
Capítulo 2
Capítulo 2:
“Es una buena chica, no has recibido ninguna queja de ella y su trabajo es bueno. No relumbra por ser conflictiva, pero si por su inteligencia, así como Ziegler siempre ha relumbrado por ser un lambiscón”.
“No tengo problemas en admitir que Ziegler le robó la idea y la presentó como suya. Donde tengo problema es que ella se comporte de esa manera tan explosiva y arrogante. Yo soy su jefe, no tiene que hablarme de esa forma”.
“¿Asustado, Rainer?”, preguntó el Señor Winter divertido.
“No, pero hay jerarquías. Si permito que uno solo me hable así, perderé el control de todos…”
“Sé lo que insinúas… no te atrevas”
El Señor Winter se acercó hasta apoyar ambas manos en el escritorio de su hijo.
“Quiero a esa niña trabajando para nosotros. No puedes despedirla”
“Eso lo decido yo…”
“Te di el cargo con la condición de que mis peticiones fueran escuchadas. Sabes que puedo quitarte la empresa mientras no encuentres una mujer con la cual casarte. Esa es la condición del contrato. El día que me des un nieto, ese día te dejaré de molestar, pero como aun no llega, entonces… tienes rotundamente prohibido despedir a Carina Gibrand”.
El Señor Winter parecía complacido por la frustración proyectada en el rostro de su hijo.
“No puedo creer que Ziegler haya hecho eso…”, dijo Fred después de escuchar lo ocurrido de boca de Cari.
Fred era su compañero de escuela y no solo eso, también trabajaban juntos y compartían un departamento en el que dividían la renta.
Era el único en toda Alemania que sabía quién era ella en verdad.
“Me sorprende que no me haya despedido después de cómo me comporté dentro de su despacho… es la primera vez que estoy ante el gran Señor Rainer y creo que lo arruiné”, dijo Carina desanimada.
De pronto vieron en la entrada del edificio a una jovencita de aspecto encantador, parecía una muñeca de porcelana, con gestos dignos de una princesa, pero su semblante era deprimente.
Lloraba desconsolada y caminaba de un lado a otro con angustia y frotándose las manos.
“¿Quién es ella?”, preguntó con curiosidad.
Las palabras de Fred causaron horror en Cari.
La presión en su pecho era tan fuerte que le costaba respirar. Ante sus ojos no solo pasaron sus recuerdos de la niñez, cuando Román perseguía incansablemente a Frida, sino también la tristeza que vivió Emma cuando se casó con Will.
Aunque pensaba que Román era el mejor papá del mundo y quería a William como un hermano mayor, estaba consciente que no todas sufrían de la misma suerte.
Conforme fue creciendo, vio mujeres atadas a hombres que solo las tenían como una obligación o un lujo, mientras ellas se les iba la vida entre alcohol y tristezas.
“¿Carina? ¿A dónde vas?”, preguntó Fred al ver como su compañera caminaba con paso seguro hacia la chica en desgracia.
“¡Carina!”
Sin importarle las advertencias de Fred, Carina posó su mano sobre el hombro de esa chica tan vulnerable, su mirada estaba tan consumida en tristeza como la de ella.
“Hola… me llamo Carina”, dijo con una sonrisa tímida y le ofreció su mano.
“Lena…”, respondió la chica con los ojos llorosos.
“¿Tú eres… la abogada del Señor Rainer?”
Cuando Lena puso atención a la vestimenta de Carina, se arrepintió de hacer la pregunta. Era notorio que era una chica tan común como ella.
“No, pero… ¿Te parece si te invito un café?”
“No tengo tiempo, tampoco te conozco… además… tengo que…”
“Lo sé”, interfirió Carina.
“Sé lo que pasa y creo que tienes más opciones”
“No las tengo, porque no tengo tiempo que perder”, agregó Lena y sus lágrimas cayeron de sus ojos, llenas de dolor y angustia.
“Dame cinco minutos y te mostraré otro camino…”
“Uno donde no te tengas que vender como ganado para un hombre como él”, respondió Carina y apretó los dientes.
Si ya odiaba a Rainer, ahora más, al ver el dolor que le causaba a esa jovencita.
Le ofreció su mano y con algo de duda, Lena la tomó y la siguió, alejándose del edificio cada vez más.
…
“Nunca has tomado ni un solo centavo de la cuenta y ahora lo sacaste todo…”, dijo Román al teléfono.
Al notar que la cuenta de Carina había sido vaciada, tenía miedo de que se encontrara en problemas.
“Necesitaba el dinero para una amiga”, respondió Carina orgullosa.
El aire era más ligero y aunque el cielo estaba nublado, era un gran día.
“Su madre está enferma y no pude evitarlo. Te prometo que te pagaré cada centavo”.
“No es necesario, ese dinero era para ti. Eres tan benevolente como tu madre, qué bueno que te pareces más a ella”.
“No quieras mentirte pensando que me parezco más a ella que a ti”, dijo Carina entre risas.
“Sabes que soy tu pequeña versión femenina. ¿No te emociona?”
Aunque no lo veía, sabía que la sonrisa de Román había desaparecido y su rostro de preocupación había tomado su lugar.
“Cielos me agarre confesado”, respondió contrariado.
“Cuídate, sabes que estaré ahí en cualquier momento y a cualquier hora. ¿Entendido?”
“iSí, pá! ¡Te amo!”, exclamó Carina con ternura.
“Y yo a ti, mi princesa”, respondió Román antes de colgar.
Era día de descanso, el único a la semana donde no estudiaba ni trabajaba, por suerte era el mismo que Fred.
Cuando se asomó del cuarto, lo vio pasar con su cabello castaño revuelto y su mirada posada en un libro de termodinámica.
Al igual que Carina, a Fred le apasionaba su trabajo y disfrutaba lo que hacía.
Era un chico sencillo que había crecido en una familia sencilla.
Tal vez físicamente también era sencillo, pero su rostro tenía una armonía que la había cautivado.
Desde la primera vez que lo vio, ella comenzó a sonreír como tonta.
Sabía que no había viajado a Alemania para enamorarse de su compañero de cuarto, pero era inevitable no sentirse atraída por su comportamiento humilde y su humor.
“¿Estás listo?”, preguntó Carina sacándolo de su lectura mientras levantaba su guitarra, provocando que esa sonrisa que tanto le gustaba se hiciera más grande.
“Siempre estoy listo”, dijo Fred tomando su guitarra recargada sobre la pared.
“Es hora de ir a buscar el desayuno”.
Juntos y bien abrigados salieron del departamento.
Su día libre consistía en salir a cantar en el parque.
Con el dinero recolectado, irían a su cafetería favorita a desayunar.
Era una forma sencilla, pero mágica de comenzar el día, así como Fred era para Carina, sencillo y mágico.
“Ha regresado cada centavo, incluso con intereses…”, dijo Walter, el ayudante personal de Rainer.
“¿De dónde sacó el dinero?”, preguntó Rainer iracundo.
Odiaba pensar que su padre lo presionara para casarse.
Lo único que aparentemente quería el Señor Winter era tener nietos y ver la familia crecer, y aunque Rainer tenía una hermana menor que podría darle el gusto a su padre, la responsabilidad había caido directo en él, ya que Greta tenía otro destino, el de esperar a que el Señor Winter encontrará un hombre poderoso con el cual casarla.
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