Capítulo 1:

“¿Me llamaron?”, preguntó Cari al entrar al despacho del imponente y temido Señor Rainer.

Llevaba un año desde que se había mudado a Alemania para estudiar la ingeniería de mecatrónica, y medio año trabajando para la empresa más importante a nivel de tecnología.

Winter Tech Group.

Era la becaria más inteligente y astuta, pronto se encontró trabajando con los ingenieros más habilidosos de la compañía.

“Pasa, Carina… me alegra verte de nuevo”, dijo el Señor Winter.

El hombre había sentido empatía por esa niña extranjera aprendiendo una carrera tan complicada y siendo la calificación más alta de su generación.

No dudó en integrarla a la compañía, intercediendo por ella ante su hijo Rainer, CEO de la empresa.

“¡Señor Winter!”, exclamó con alegría Carina, pero su sonrisa se disolvió en cuanto su atención se posó en el frío CEO ante el escritorio.

Rainer Winter era conocido por su arrogancia y falta de empatía.

Era exigente con sus empleados, la reputación de la empresa había cobrado valor cuando él tomó el mando, pues no pedía menos que excelencia y quien no cumpliera con eso, estaba fuera.

No tenía problemas en correr a media plantilla de trabajadores si era necesario.

Levantó su mirada fría hacia Carina, congelándola, arrancándole el alma mucho antes de que ella pudiera saludar.

Apretó la mandíbula y se puso de pie con elegancia, presumía un traje negro con camisa azul.

Sus movimientos eran fluidos y precisos, sus pasos seguros y su ceño fruncido le daba más fuerza a su mirada.

“¿Carina Gibrand?”, preguntó viendo de pies a cabeza a la criatura delante de él.

Carina, por el contrario, llevaba unos vaqueros rotos de las rodillas, converse viejos y una camisa de franela roja encima de una playera negra y sin mangas.

Su cabello parecía un nido de pájaros dispuesto en ese chongo desarreglado y sus lentes de armazón cuadrado y negro resbalaban de su nariz.

“Señor Winter”

Volvió a pronunciar, ahora dirigida al CEO, y su voz se quebró de manera cómica. Tuvo que carraspear un poco para evitar que sucediera de nuevo.

“Tengo entendido que resolvió un problema muy complejo para la empresa petroquímica que recientemente nos pidió una cotización”

Continuó Rainer acostumbrado al miedo de Carina, pues era el que cada empleado sentía en su presencia.

“Sí, yo… lo intenté y lo logré…”, agregó Carina mientras luchaba con los retortijones de su estómago.

“Ni siquiera tu jefe logró resolverlo y eso que lleva aquí toda una vida…”

Carina sonrió orgullosa, pero al notar ese gesto molesto en el rostro de Rainer, volvió a su postura apenada.

‘¿Por qué me ve así? ¿Qué no se supone que debería de estar feliz?’ pensó confundida.

“Mi padre considera que te debería dar un ascenso por tu hazaña… pero me sorprende que, siendo una becaria, con la escasa preparación y experiencia, lo hayas resuelto tú sola. Posiblemente fue un golpe de suerte”.

“¿Golpe de suerte?”

Carina pasó del temor a la indignación.

“Si dices quien te ayudó a resolverlo, puedo ofrecerte un bono por tu aporte…”

“¡Nadie me ayudó!”, exclamó confundida y retrocedió como si el CEO le hubiera dado un puñetazo en el rostro.

Ella tenía experiencia de sobra, su padre era dueño del Corporativo Gibrand, industria petroquímica de alto rendimiento, sería estúpido no haber aprendido algo después de tantos años.

“Entiendo que al ser nueva no concibas como funcionan las cosas aquí, así que te lo explicaré. Sé sincera, di la verdad y valoraré tu aportación, pero miénteme… intenta robarte todo el crédito y te sacaré de aquí. En esta empresa se trabaja en equipo”

Amenazó Rainer con la sangre fría.

“¡Yo no me robé el crédito!”, exclamó indignada.

“Tu jefe, el señor Ziegler, dice lo contrario”

Rainer dio media vuelta, directo hacia su escritorio y, dandole la orden a su secretaria a través de teléfono, el jefe de Carina entró por la puerta.

Ya no tenía esa imagen bonachona que usaba para acercarse a ella y revisar cada avance, ahora se mostraba altanero e incluso molesto con ella.

“Señor Winter, gracias por darme la oportunidad de defenderme… admito que la Señorita Gibrand me ayudó a resolver el problema, pero no es la autora de la solución. Ella solo me ayudó con algunos cálculos y me temó que, cuando por fin encontramos la respuesta, ella ya había copiado todo y entregado a su nombre”.

“¡¿Cómo?! ¡Tú no hiciste nada! ¡Te la pasabas asomándote a mi escritorio y preguntándome como hacia las cosas! ¡Maldito mentiroso!”, exclamó Carina horrorizada.

“Señorita Gibrand, contenga su lengua… no está en posición de…”

“¡¿Qué contenga mi lengua?!”

Carina interrumpió a Rainer furiosa y el despacho quedó en silencio. Tanto el Señor Winter como el Señor Ziegler se quedaron sorprendidos.

Nunca habían visto a alguien levantarle la voz a Rainer.

“¡Yo desarrollé la solución! ¡Yo me quemé las pestañas y me desvelé estudiando como para que llegue cualquier idiota con delirio de grandeza y me quiera robar mi crédito!”

“Guarda silencio si no quieres que…”

De nuevo Rainer no logró terminar una frase.

“¡No!”, gritó iracunda y sosteniéndole la mirada.

“Yo lo hice y estoy dispuesta a demostrarlo. Solo quien resolvió ese maldito problema puede explicarlo. ¡Vamos! ¿Por qué no le pide al Señor Ziegler que lo haga? ¿Por qué no dejamos que se luzca y le hacemos preguntas?”

Carina volteó hacia su jefe, con los dientes apretados y los ojos llameando, intimidándolo, pues había pasado de la tierna y dulce Carina, a esa encantadora versión más joven y femenina de su padre.

“¿O tiene miedo, Ziegler?”, preguntó divertida, notando la incertidumbre en el hombre.

“No tengo que explicar nada, suficiente con resolverlo. No estoy aquí para afectar a nadie, lo único que quería es que saliera a la luz la verdad”, dijo Ziegler con aires de modestia.

“Si el Señor Winter desea darle todo el crédito a la Señorita Gibrand para que esta no se moleste y siga trabajando en la empresa, lo entenderé”.

A Carina se le cayó la mandíbula de la sorpresa.

Ese hombre era un manipulador odioso.

“Cobarde… no hay nada peor que un cobarde”, dijo Carina iracunda.

Sus puños vibraban por la fuerza que imprimía al cerrarlos.

No faltaba mucho para que intentara golpearlo.

“No será necesario…”, respondió Rainer molesto.

“Retírense. No los quiero ver”

“Sí, señor”, dijo Ziegler y con una respetuosa reverencia salió del despacho, en cambio Carina, retrocedió un par de pasos sin dejar de verlo con un odio tan profundo que Rainer se sorprendió, nadie se había atrevido a tratarlo así en años.

Carina dio media vuelta y justo en la puerta volteó hacia el Señor Winter.

“Con su permiso”

Fue del único del que se despidió con una sonrisa tierna y su mirada se suavizó.

“¿De donde la sacaste?”, preguntó Rainer en cuanto Carina salió del despacho. Su padre parecía decepcionado de la situación.

“De la misma universidad de la que tú y yo salimos”, respondió.

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