Desafiando el corazón
Capítulo 39

Capítulo 39:

“Puedo apostar que sigue siendo mío”.

Antes de que Carina reclamara por su exceso de confianza, Rainer la besó.

Al principio haciendo una sutil presión de su boca contra la de ella.

Pero cuando se dio cuenta de que no lo rechazaba.

Los movimientos de sus labios fueron más notorios y constantes.

Estaba debatiéndose por recuperar su aliento, seduciendo a los labios de Carina que no tardaron en despertar.

Después de tantos besos insípidos que le había dado a Noah, volver a sentir la calidez de los de Rainer fue una explosión en todo su cuerpo.

Sus brazos de inmediato buscaron rodear el cuello de Rainer, de esa forma, entre besos y caricias, terminó recostada en la cama, mientras su viejo amante la cubría con su cuerpo, dándole su calor y su ternura.

El beso era dulce y mantuvo todo el tiempo sus ojos cerrados, deleitándose, concentrándose en saborear su saliva y disfrutar esas dulces caricias en su boca.

Enredó sus delgados dedos en los cabellos rubios de Rainer, manteniendo su rostro contra el de ella, mientras él intentaba no aplastarla con su peso, hasta que de pronto la puerta de la habitación se abrió, mostrando ante los ojos de Emma y la doctora a los amantes demostrándose un amor herido y ansioso por ser curado.

“¡Ejem!”

Carraspeó Emma al notar que la pareja no se había dado cuenta de su presencia.

Rainer se levantó lentamente, no parecía culpable, por el contrario, estaba molesto por haber sido interrumpido.

Vio de pies a cabeza a Emma y a la doctora que estaban congeladas, y se acomidió a levantar a Carina, aún con el rostro sonrojado y con la mirada esquiva, no quería enfrentarse a los reproches de su hermana mayor.

“Supongo que usted es el padre de los niños”, dijo la doctora viendo fijamente a Rainer y con una sonrisa pícara.

“Es lindo ver que la pasión en la pareja se mantenga estable, pero les pediré que no hagan nada de eso en el hospital. Aquí traemos a los niños al mundo, no los fabricamos”.

“Disculpe, doctora”

Intervino Rainer con una sonrisa arrogante.

“A veces me es imposible controlarme cuando estoy con ella”.

Volteó hacia Carina y su sonrisa se disolvió cuando se encontró con sus ojos aún cargados de tristeza.

Lo rompía verla así y entonces se dio cuenta que él no era el único que había perdido su fuerza.

Carina se veía como una criatura vulnerable y herida, no era ni la sombra de esa mujer arrojada y orgullosa.

“Ahora con los gemelos, no tendrán ni tiempo para respirar”

Agregó la doctora entre risas.

“Pero no permitan que esa llama se apague”.

No permitan que esa llama se apague.

Esa frase hizo eco en la cabeza de ambos, comprendiendo que no era tan fácil como sonaba.

“No creo que debas de entrar…”, dijo Carina molesta.

Rainer se había ofrecido a acompañarla hasta la casa, sin importar las miradas molestas de Román Gibrand.

Si no hubiera sido por Marco, que seguía intercediendo por él, de seguro el Señor Gibrand no hubiera permitido que la acompañara.

“¿Por qué no debería?”, preguntó Rainer sin voltear hacia Carina, pues estaba concentrado en la pequeña bebé entre sus brazos. Entre más la veía, más se enamoraba.

“¿Será porque su esposo está dentro y sería incómodo que ustedes se encontraran?”, preguntó Álvaro, quien había acompañado a la pareja.

Odiaba ser el que se llevaba la peor parte, ese trabajo que nadie estaba dispuesto a hacer.

“Eso no me importa, no vine a verlo a él”, respondió Rainer disgustado.

Carina sabía que el problema no era que se encontraran, estaba casi segura de que no le gustaría hallar a Noah después de toda una noche ausente.

Mientras ella arrullaba al bebé en sus brazos, Álvaro se acomidió para abrir las puertas. La sorpresa fue para ambos hombres, pues Carina ya se lo esperaba.

La casa parecía un campo de guerra, con botellas vacías en cada rincón, así como cuerpos semidesnudos, unos encima de otros y envueltos en serpentinas.

Noah había hecho una fiesta con sus conocidos más cercanos, aquellos con los que sabía que podía contar con su prudencia y silencio.

Dentro de esa población, abundaban las mujeres jóvenes y curvilíneas, y Rainer notó algo que al parecer Carina no había contemplado.

Todas tenían cierto parecido con ella, en su mayoría eran castañas o pelirrojas, mismo tono de piel, misma complexión y Rainer podía apostar que incluso tenía el mismo color de ojos.

“Vaya… la nueva mamita regresó con una gran sorpresa…”, dijo Noah desde las escaleras, viendo con intenso odio a Rainer.

“¿Yo regresé con una gran sorpresa? No es tan grande como la que me preparaste…”, respondió Carina apretando los dientes.

“Descuida, no tardan en llegar los empleados para arreglar todo”

Noah bajó los escalones sin quitarle la mirada de encima a Rainer.

“¿Ahora viviremos los tres juntos? No creí que tuvieras intención de comenzar tu harém”.

Carina dejó sobre los brazos de Álvaro a su bebé antes de avanzar hacia Noah.

“Es el padre de los niños y… tenemos que llegar a un acuerdo con respecto a la custodia”, dijo Carina cruzada de brazos después de sortear a un par de cuerpos en el suelo.

“Entonces… las amenazas de William y el bendito Señor Román, ¿Fueron en vano? ¿Me mostrarás ante el público y mi familia como un hombre engañado y estúpido?”

“Noah…”

“Y tú te descubrirás ante todos como una p%ta… me parece interesante…”

Noah no terminó de hablar cuando Carina lo abofeteó.

¿Era una p%ta solo por tener a los hijos del hombre del que se había enamorado?

“Cállate… porque es de seguro el título que me ganaré de ahora en adelante, así que… no necesito escucharlo también de ti, y menos cuando tú te la pasas en orgías y bebiendo hasta perderte…”

“La diferencia es que yo soy cuidadoso con la imagen que doy a los demás, en cambio tú, «querida esposa», vas a gritarle al mundo que tuviste gemelos de un hombre que no es tu esposo”, dijo Noah con los dientes apretados.

“Me complacerá bastante leer cada encabezado, incluso puedo leerte todas las mañanas la infinidad de formas en las que te llamarán…”

Cuando Carina estaba a punto de volver a abofetearlo, Noah la tomó por la muñeca con fuerza.

“Dile a tu amante que salga de mi casa, no entrará aquí hasta que lleguen a un acuerdo y recibirá a los niños en la puerta cuando tenga que llevárselos”.

De pronto un par de manos tomaron a Noah del cuello de la camisa, arrastrándolo hasta golpearlo contra la pared.

Era Rainer, iracundo por cómo estaba tratando a Carina.

Con un solo puñetazo lo hizo caer al suelo mientras todos los presentes se despertaron por el acto de violencia.

“¿Quién es usted?”, preguntó uno de ellos, sin saber cómo ayudar a Noah.

“El encargado de limpieza… ahora… ¡Fuera de esta casa! ¡Largo!”

Su voz era tan fuerte y dominante que todos huyeron, sosteniendo sus ropas y saliendo semidesnudos a la calle.

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