Desafiando el corazón
Capítulo 36

Capítulo 36:

“¿Se puede saber dónde estabas?”, preguntó William con el ceño fruncido, autoritario, como el buen hermano mayor en el que se había convertido.

“Liberé a mis demonios…”, contestó Carina y sonrió.

William notó que sus ojos habían recobrado brillo, aunque estaban hinchados, y su sonrisa temblorosa le confirmaba que esa Carina vengativa e iracunda estaba de vacaciones, dejando que la antigua Carina, ocurrente, alegre y necia, regresara.

Sin pensarlo dos veces, se acercó a su pequeña cuñada y la estrechó con cariño, como se abraza a ese familiar que se ausentó por un largo periodo de tiempo, conmovido de volverla a ver.

“Quiero ir a casa”, pidió Carina entre sollozos, como una niña pequeña.

“Vayamos a casa”, respondió William y besó su frente.

Carina regresó a su hogar, como si fuera la primera vez, como si su anterior regreso nunca hubiera pasado.

Se adentró en la residencia Gibrand, con esos enormes y llorosos ojos azules, incluso Frida se detuvo en seco en cuanto la vio y el alma se le partió, era su niña, su bebita, su mirada gentil se lo confirmaba.

“¿Mi amor?”, preguntó mientras una lágrima cayó de su mejilla.

“Mamita…”, respondió Carina y se acercó con paso tambaleante mientras Frida se precipitó hacia ella, estrechándola con fuerza, llenándola de besos y acariciando su hermoso cabello.

El corazón de una madre nunca miente, era su niña y no el monstruo vengativo en el que se había convertido.

Era su bebé, por la que había luchado y a la que había protegido.

“Me siento muy mal, mamá, me duele el corazón”, agregó Carina mientras su garganta se retorcía en un horrible nudo que la torturaba.

“Lo sé, mi vida… Lo sé…”, dijo Frida estrechándola con más fuerza, queriendo mantener el corazón de su hija unido.

De pronto Román salió de su despacho, viendo la enternecedora escena.

Tanto madre como hija lloraban y su corazón se derritió.

Carina limpió sus lágrimas y volteó hacia él, avergonzada.

Se le acercó, con la actitud de un cachorro regañado.

“Fallé, papá… ya no voy a continuar con esto. No puedo, no soy tan fuerte ni tan astuta…”, dijo entre quejidos, agachando la cabeza haciéndole recordar a Román.

Arrepentida, confeso a sus amigas.

“No fallaste, mi amor… creciste… maduraste… aprendiste…”, dijo Román acariciando la cabeza de su hija antes de abrazarla de esa forma protectora y reconfortante.

Carina se aferró a su camisa y de nuevo lloró desconsolada.

“Me siento muy orgulloso de ti, mi elefantita. Has demostrado ser mejor que tu padre”.

“Te prepararé algo delicioso de comer… ¿Qué se te antoja, mi niña?”, preguntó Frida limpiándose las lágrimas.

“Nada que tenga pescado… me da asco…” respondió Carina entre sollozos.

“De hecho, vomité en el avión cuando nos llevaron bocadillos con caviar. Creo que William ahora me odia porque ensucié su traje”.

“No te odio, Carina… solo… es mi rostro de asqueado”, respondió William entre dientes, plantado en la entrada, con su saco en una bolsa de plástico y su camisa aún con manchas.

Frida y Román se vieron fijamente a los ojos.

Usando esa telepatía que habían desarrollado después de tantos años de casados.

En ese momento Carina sacó la prueba de embarazo de su abrigo y se la extendió a Frida, confirmando sus sospechas.

Aida estaba vuelta loca, de regreso a la casa donde vivió con Gonzalo, lo único que quedaba de él y que nunca vendió, no sabía si la conservó por nostalgia o porque auguraba que un día regresaría.

“¿Cómo nos pudo hacer esto?!”, exclamó Greta entre llanto.

El Señor Winter ya había sido avisado de su partida, pero estaba tardando más de la cuenta en irlas a buscar, incluso no contestaba las llamadas ni los mensajes.

Aida se sentía desesperada.

De pronto la puerta se abrió y ella corrió, ansiosa, creyendo que, a quien se encontraría, sería a Aaron, pero el horror se apoderó de su rostro cuando vio a Frida frente a ella.

“¡Qué gusto me da volverte a ver, amiga mía!”, dijo Frida entrando con arrogancia y la frente en alto.

Iba vestida con un traje de dos piezas, elegante y sofisticado, luciendo joyas finas, que, aunque no eran muy grandes, le daban categoría.

A su lado, Román entró menospreciando la residencia donde Aida había decidido esconderse.

“Fue tu hija quien me trajo de regreso… y ahora vienes a mi casa y te burlas de mi… ¿Así te haces llamar amiga?”

Sin perder tiempo, Frida la abofeteó, torciendo su rostro hacia un lado y haciéndola caer al suelo.

“¡Mamá!”, exclamó Greta y se precipitó hacia ella, pero una mano la tomó del brazo, deteniéndola.

“Así que tú eres mi hermana”, dijo Emma, quien, movida por la curiosidad, decidió acompañar a sus padres.

Mientras que la sangre de Frida la unía a Carina, la sangre de Gonzalo la unía a Greta.

“¿Hermana?”, preguntó la chica desconcertada.

“Cuando yo estaba muriendo en el hospital, tu madre se enredó con el Señor Gonzalo… lo alejó de nosotras y se embarazó, manipulándolo, seduciéndolo y motivándolo a que nos diera la espalda cuando más lo necesitábamos…”

Agregó Emma cargada de rencor.

“Mientras yo moría, tú estabas creciendo en el v!entre podrido de Aida…”

La arrojó al piso con rencor, tirándola al lado de su madre.

“Eres la hija de Gonzalo, pero te pareces más al Señor Gibrand”, dijo Aida abrazando a Greta que había comenzado a llorar.

“Padre es el que cría, no el que engendra…”, respondió Emma asqueada por el comportamiento tan deprimente de su media hermana.

“Mi único padre es Román Gibrand… y repudio el apellido Moretti, así como ustedes, que no dudaron en abandonarlo y adoptar el apellido Winter”.

“Esto no se quedará así”, dijo Aida llena de rencor.

“Cuando venga Aaron, se arrepentirán, él vendrá intimidarme”.

“Cuando llegue Aaron, estaré muy contento de recibirlo”, dijo Román con una amplia y maliciosa sonrisa.

“Aunque me temo que no es tonto, sabe que no eres la única que lo espera”.

“Entonces yo iré con él! ¡No pueden tenerme en este miserable país toda la vida! ¡Soy libre!”, contestó de forma retadora.

No quería verse intimidada por Román.

“A donde vayas, Aida… siempre habrá alguien siguiéndote, diciéndome cada uno de tus movimientos. En cada aeropuerto, estación de autobuses, tren o barco… estás fichada. No puedes abandonar el país, por lo menos no sin que yo lo sepa”

Agregó Frida deleitándose con el miedo reflejado en las pupilas de Aida.

“No pienso meterte a la cárcel por crímenes que no has cometido, tampoco voy a ordenar que te desaparezcan como si jamás hubieras existido… ¿Sabes por qué?”

Aida solo retrocedió, notando que Frida no era la misma mujer que hacía años traicionó y le quitó a su esposo.

“Gracias a ti me liberé de Gonzalo”

Frida buscó a Román y tomó su mano para besarla con infinita ternura.

“A veces me aterra pensar cuál hubiera sido mi destino de haber seguido con él. No sería tan feliz ni tendría una familia tan hermosa como la que tengo ahora y eso es gracias a ti…”

Sus ojos expresaban amor y agradecimiento hacia Román, que, pese a lo complicada de la situación, no dudó en sonreírle tiernamente a su mujer.

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