Desafiando el corazón -
Capítulo 29
Capítulo 29:
Ahora, oficialmente, era Carina Winter.
Carina paseaba por la farmacia, buscando algo en especial, aunque parecía que tendría que acudir con la encargada.
Imaginarse que había un bebé en su v!entre, creciendo, la emocionaba.
Se preguntaba a quién se parecería más. Ya quería darles la noticia a sus padres, pero primero tenía que corroborar que había algo dentro.
“Creí que esto sería más difícil…”
Levantó la mirada desconcertada y cuando iba a voltear, el aparente desconocido volvió a hablar:
“No voltees… ¿No has notado que te han estado siguiendo?”
Cuando Carina iba a echar un vistazo a su alrededor, el hombre a su lado la volvió a interrumpir.
“Intenta no ser tan obvia, ¿Quieres? Aún tenemos mucho que platicar tú y yo…”
Carina siguió revisando los medicamentos ante ella y sutilmente levantó la mirada, notando que, en la puerta, con los ojos puestos en cada auto que pasaba, Walter permanecía inamovible.
No portaba el traje y la corbata, su atuendo de civil lo hacía irreconocible hasta que se le prestaba atención.
‘¿Qué hace aquí?’, se preguntó Carina frunciendo el ceño y desvió la mirada en cuanto Walter giró la cabeza hacia el interior de la farmacia.
“¿Lo conoces?”
“Sí”, respondió Carina y tomó uno de los pequeños espejos de bisutería que vendía la encargada junto al maquillaje económico.
De esa forma pudo ver a su acompañante.
“A ti también te conozco”.
“Para no ser cercanos, me sorprende que me recuerdes…”
“¿Crees que olvidaría esas visitas a la residencia Sorrentino? ¿Crees que no recuerdo como molestabas a mi madre hasta hacerla llorar?”
“Tan rencorosa como tu padre…”
“¿Qué haces aquí, tío?”
“Ya que nadie puede comunicarse contigo por teléfono, bueno… tuve que venir para avisarte que el viejo Benjamín ha muerto…”
El rostro lleno de desconfianza y altanería de Carina se volvió una mueca de asombro.
“Consérvate tranquila, si tu amigo se da cuenta de que estás perturbada, no podremos seguir platicando”.
“¿Cómo sé que no mientes? ¿Cómo sé que no quieres manipularme como en algún momento quisiste manipular a mi madre?”
“No me creas si no quieres… pero yo no soy el enemigo en este lugar. ¿Cada cuando te mandas mensajes con tu hermanita Emma?”
Sus palabras causaron eco en Carina. Tomó su celular y quiso revisar su conversación, pero entre sus grupos de trabajo y algunas conversaciones con sus compañeros de escuela, no encontró la plática con Emma.
“¿Hace cuánto que no revisas tus contactos?”
‘¿Quién revisa sus contactos con habitualidad?’, se preguntó Carina desconcertada y buscó la lista.
“¿Cuántos Gibrand encontraste?”, preguntó Marco divertido.
“No están… mi papá… mi mamá…”, dijo Carina en voz baja.
“Ni siquiera está Lorena…”
“Te avisaron que Benjamín estaba enfermo, querían que regresaras para que él pudiera despedirse de ti y pedir tu perdón, pero jamás se imaginaron que serías tan cruel como para decir que no te importaba…”
Marco bajó su celular hasta su cintura, como si no pudiera ver bien la pantalla y tuviera que enfocar mejor.
Carina pudo ver la captura de pantalla de esa breve conversación con Emma. Eran palabras que jamás escribió y entonces comprendió que Marco decía la verdad, su abuelo había muerto y lo único que había pedido era ver una última vez a su nieta para poder irse en paz.
Tuvo que agachar el rostro para que Walter allá afuera no pudiera ver su dolor.
“Sal por la puerta trasera… te espero con el motor encendido”; dijo Marco guardando su teléfono en el saco y dio media vuelta para salir por la puerta principal.
Cuando se plantó al lado de Walter le dedicó una sonrisa.
“Disculpe, ¿Me podría dar su hora?”, preguntó en un perfecto alemán, tanto que parecía nativo de ahí.
“Son las 11:34”, respondió Walter molesto.
“Gracias, caballero”
Marco asintió gustoso y se apartó de la farmacia, internándose en la primera calle que lo llevara hacia la parte trasera del local, sin que Walter se diera cuenta.
Cuando el ayudante de Rainer buscó a Carina dentro de la farmacia, ella ya no estaba.
Desconsolada y con el alma desgarrada, Carina lloraba al lado de Marco, ambos sentados en una de las bancas del enorme parque donde ella solía cantar.
“¿Por qué me haría algo así?”, preguntó llena de dolor.
No podía creer que Rainer hubiera hecho algo tan ruin.
“¿Por qué me trata con tanto amor cuando detesta así a mi familia? ¡No tuvo que negarme ver a mi abuelo! ¡¿Qué le hice para que me tratara así?! ¡Yo he sido buena con él! ¡He hecho mi mejor esfuerzo!”
“Carina… es más complejo de lo que crees…”, respondió Marco con la mirada perdida.
“Su abuelo mató a tus abuelos, a los padres de Román y obviamente míos… todo por evitar competencia, por alejar al Corporativo de su país”.
Hizo una pausa.
“Como respuesta Benjamín mató a la madre de tu esposo. La quemó viva dentro de una refinería. Fuiste a parar en una cadena de venganzas…”
“¿Eso soy? ¿Material para una venganza?”, preguntó Carina limpiándose las lágrimas con el dorso de su mano.
“¿Por eso se aferró a casarse conmigo?”
“No sé cuáles sean los planes de Rainer y no me importa… Lo único que quería era cumplir con la voluntad de Benjamín. Él quería que tú estuvieras consciente de lo que ocurría, pero… después de eso, solo tú sabes que hacer”
“¿Solo por eso estás aquí?”
“Tu padre cree que te llevaré de regreso, sea como sea… pero… Carina, ya no eres una niña, ya eres una mujer. ¿Qué es lo que quieres?”
Carina respiró profundamente intentando calmar sus ansias y su dolor, necesitaba pensar claro.
Necesitaba enfriar su corazón, hacerlo a un lado por un momento.
De pronto su teléfono comenzó a sonar.
Era Rainer quien ya se había enterado de la falla de Walter.
Esta vez su llamada no causó júbilo en ella, solo rencor y odio. No era la culpable de la muerte de su madre, no era culpable de la muerte de sus abuelos y no iba a pagar los platos rotos.
Apretó los dientes con tanta fuerza que temía romperse uno.
Dejó que la llamada se perdiera y volteó hacia Marco que seguía con ese semblante tan tranquilo.
“Quiero que me ayudes…”, dijo entre sollozos y odio.
“Como tú me digas…”, respondió Marco levantando los hombros.
Sabía lo que quería hacer su sobrina, ya había visto esa mirada antes en Frida.
Quería enfrentarse a Rainer como alguna vez su madre enfrentó a Román.
“Que triste que no pueda ofrecerte un vestido de seda… creo que te lo mereces.”
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