Desafiando el corazón -
Capítulo 28
Capítulo 28:
“Cualquier cosa… no dudes en decirnos”
Agregó Román con la mirada perdida.
La seguridad de Carina no dejaba de darle vueltas en la cabeza.
“Sí, señor Gibrand”, contestó Matilda con una sonrisa a medias.
Los vio partir y después de un suspiro apesadumbrado entró a la habitación de Benjamín.
El anciano estaba dormido, pero soñando pesadillas como cada noche.
Entre la penumbra, Matilda se acercó a la mesa auxiliar y sacó una ampolleta de medicamento.
Preparó la inyección con cuidado y se acercó al borde de la cama.
“¿Señor Benjamín?”, preguntó cuando los ronquidos de su jefe desaparecieron.
“¿Está despierto?”
“Me acabo de despertar y no creí conveniente volver a dormir, quiero enfrentar mi destino con los ojos abiertos”, dijo Benjamín con la mirada perdida.
“Es hora…”
“Solo respóndeme… ¿Desde cuándo…?”
“Desde hace un año… en cuanto Carina llegó a Alemania”.
“¿Quién te pidió este favor?”
“Aaron Winter… el padre del Señor Rainer Winter…”
Benjamín sonrió con melancolía.
Ya lo suponía.
“Sus medicamentos para el corazón, los cambié por placebos. Era cuestión de tiempo para que cayera en el hospital”.
“Supongo que la paga es buena.”
“Muy buena, no tendré que volverme a parar en un hospital hasta el día de mi muerte”, respondió Matilda encajando la jeringa en la venoclisis de Benjamín.
“¿Eso fue lo que te convenció? ¿El dinero?”
“En parte… pero también la libertad”, dijo Matilda dudando en empujar el émbolo.
“Ya me cansé de mentir por usted, de ensuciarme las manos cuando mi único deber era atender su salud. De pronto me di cuenta de que me volví una más de su equipo de barbajanes. Ya estoy harta…”
“Te subestimé, Matilda… De haber sabido que no te temblaría la mano para matar a alguien, te hubiera dado el lugar de sicaria”.
“Demasiado tarde…”, dijo Matilda y suspiró.
“¿Dolerá?”
“No… aplicaré un anestésico que lo dormirá profundamente y después cloruro de potasio. Eso detendrá su corazón… todo indicará que sufrió de un infarto”
“Y te quedarás con el dinero que te prometí tras mi muerte…”
“Y el que me dé el Señor Winter”, contestó Matilda e inyectó el anestésico.
Lentamente Benjamín se fue sumiendo en un sopor profundo y relajante.
“Adiós, Matilda…”, dijo antes de suspirar y cerrar los ojos.
“Adiós, Señor Gibrand…”, respondió Matilda antes de inyectar el cloruro de potasio.
Las alarmas del pasillo sonaron.
Los enfermeros entraron y Matilda ya estaba fingiendo hacer RCP.
Cada esfuerzo por traer de regreso a Benjamín fue inútil y el doctor encargado apuntó la hora del deceso antes de pedirle a Matilda que avisara a los familiares.
El señor Benjamín Gibrand había muerto.
…
Marco apenas pisaba tierras alemanas cuando Frida
le envió un mensaje, el señor Benjamín había
fallecido de un infarto. Aunque la noticia le dolió, no le sorprendió. Respiró profundamente, echó un vistazo al cielo y emprendió la búsqueda de su sobrina.
“¿Qué es esto?”, preguntó Carina mientras Rainer la abrazaba de manera posesiva, manteniéndola sobre su regazo mientras olfateaba su cuello.
“Un acta de matrimonio”, respondió contra su piel antes de besarla.
“No querrás que nuestro hijo nazca fuera del matrimonio”.
“¿Nuestro hijo?”
Carina volteó para ver directo a los ojos a Rainer.
Después de esa noche que llegó con aliento alcohólico, se comportaba protector y posesivo, además de cariñoso.
Era un hombre diferente al que había conocido.
“¿Crees que ya estoy embarazada?”
“Ha pasado casi un mes desde que te hice mía por primera vez”, dijo Rainer besando su hombro y colocando su mano sobre el v!entre de su prometida.
“Estoy seguro de que está creciendo dentro de ti mi bebé”.
“Pues… no lo sé, pero si nos vamos a casar, me encantaría avisarle a mi familia. Quiero que mis padres estén ahí…”
“En su momento haremos una enorme fiesta y te verán en un hermoso vestido blanco”, dijo Rainer ocultando su incomodidad.
“De momento el acta solo te valida como mi esposa y te hará merecedora de todo lo que el apellido Winter representa en Alemania. ¿No quieres ser reconocida como mi mujer a donde vayas?”
“Solo quiero ser reconocida por ti como tu mujer…”
Hizo una pausa.
“Tú eres el único que me importa que lo haga”, respondió Carina desconcertada.
Los ojos de Rainer tenían una tristeza muy profunda, se veían oscuros e incluso vacíos.
Algo lo atormentaba.
Tomó su rostro y acarició sus mejillas.
“¿Estás bien?”
“No… no lo estoy…”, dijo Rainer viéndola con esa tristeza tan intensa.
“Tengo miedo”.
“¿Miedo? ¿De qué?”, preguntó Carina desconcertada.
“Miedo de perderte…”
Su respuesta la tomó por sorpresa, se quedó sin palabras, pues nunca creyó que fuera una posibilidad tanto anhelo de él hacia ella.
“Te amo, Carina Gibrand…”
Acarició la mejilla de su prometida, derrochando deseo y ansiedad.
“Y no te quiero perder. Quiero olvidarme de ese maldito contrato y convertir nuestra relación en algo real. Quiero que te quedes conmigo porque quieres y no porque te sientas obligada. Te daré todo lo que tú desees no porque ese fue el acuerdo, sino porque quiero dártelo. Quiero poner el mundo a tus pies”.
Carina se sentía victoriosa.
Había conseguido el corazón de Rainer.
Había encontrado al hombre indicado, ese que la ama con compromiso y determinación.
Se había enamorado perdidamente de él y la alegría de saberse correspondida no cabía en su pecho.
“Te amo, Rainer… te amo, te amo, te amo”, dijo Carina llenándolo de besos, se sentía en un sueño.
Había escapado de un compromiso que no deseaba y ahora podía imaginarse como el resto de su vida sería perfecta.
Tomó el boligrafo del escritorio y firmó el acta mientras Rainer sonreía contra su brazo, viendo el deslizar de la tinta sobre el papel.
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