Desafiando el corazón
Capítulo 25

Capítulo 25:

“Complácela con lo que te pida, pero no le quites el ojo de encima…”, agregó Rainer y después de echarle una mirada cargada de incertidumbre a su oficina, se enfocó en salir del edificio.

En una cafetería cercana a la compañía, Aida bebía tranquilamente un cappuccino mientras su mirada se clavaba en el cielo nublado a través de la ventana.

Eran días fríos y pronto nevaría.

Rainer entró como un vendaval al establecimiento, paseando su mirada por las mesas hasta que se encontró con la mirada inquisitiva de Aida.

Avanzó hacia ella con los dientes apretados y exhalando hostilidad.

“¿Qué se supone que estás haciendo?”, preguntó Rainer sin ganas de sentarse frente a ella.

“Creo que tu papá está cometiendo un error para encubrir otro más grande. Como yo no puedo hacer mucho, pensé que tú sí”.

“¿De qué estás hablando?”

Aida le señaló el asiento frente a ella y esperó paciente a que se sentara.

“Descubrí que la presencia de Carina en este país es orquestada por tu padre… pero noto que tú también lo sabías, no hay rastro de sorpresa en tu rostro”, dijo Aida.

“¿Segura?”

¿Qué me dirías si te confieso que el abuelo de Carina, el gran señor Benjamín Gibrand, es el culpable de la muerte de tu madre?”, preguntó Aida fascinada por ver caer ese muro de frialdad y soberbia que Rainer sostenía delante de ella.

“¿Qué?”, preguntó desconcertado.

“Entiendo que Carina no es la culpable… eso lo tengo claro, ella aún no existía cuando tu madre murió, pero el hombre que cimentó la grandeza de los Gibrand, fue el responsable de que tu madre tuviera ese horrible accidente en aquella refinería…”

Cuando Rainer era pequeño, su madre, Ofelia Winter, murió en una refinería que terminó consumiéndose por el fuego. No muchos pudieron salir y murieron consumidos por las llamas, entre ellos, ella.

Su muerte no solo fue un golpe en el corazón de Rainer, sino que conforme creció, supo lo doloroso y agónico que podía ser morir quemado, le dolía imaginar cuánto tiempo su madre tuvo que soportar el dolor del fuego consumiendo su carne antes de morir por fin.

Sus peores pesadillas eran cuando su madre le pedía a gritos que la ayudara, entre el crepitar de la retumbaba en sus oídos y despertaba agitado y bañado en sudor.

“Mientes… la explosión de la refinería fue un accidente…”, dijo Rainer con los puños apretados y sintiendo que el aire no era capaz de entrar a sus pulmones.

“Sí, un accidente provocado por el señor Benjamín y su ambición frustrada. Él quería poner una célula del Corporativo en Alemania, tu abuelo no lo permitió y decidió vengarse”, agregó Aida escondiendo una sonrisa detrás de esa máscara de seriedad y tristeza.

“La mujer que has escogido para ser tu esposa es la nieta de un hombre ruin que te arrancó a tu madre cuando eras un niño y de la forma más cruel. ¿Todavía quieres emparentar con esa familia?”

“No te creo…”

“No me creas si no quieres, pero eso me lo platicó tu padre el día que llevaste a Carina a la casa”, respondió Aida.

“Tú sabes que tu padre no es un hombre peligroso, de seguro lo único que ambiciona es que el viejo Benjamín solo se preocupe por el futuro de su nieta al estar en manos de la familia a la que le arrebató a uno de sus miembros… Ya sabes, causarle incertidumbre…”

Rainer recordó su corta estancia en esa casa de campo y la actitud que adoptó Benjamín al saber de su compromiso.

Prueba irrefutable de que había algo más que solo el capricho de que Carina se casara con Noah.

“O tal vez quiere que con el tiempo el Corporativo Gibrand pase a las manos de la Familia Winter gracias a tu unión con Carina…”

“¡Ya basta!”, exclamó Rainer pegando en la mesa y levantándose.

“Cállate maldita víbora”.

“Dime como quieras, pero la mujer a la que metes a tu cama lleva la sangre corrupta del hombre que asesinó a tu madre. ¿Cómo podrás verla a los ojos sin pensar en tu madre consumiéndose por el fuego?”

Rainer dio media vuelta y salió de la cafetería, sin ganas de seguir escuchando a Aida, pero tampoco con ganas de regresar a la oficina.

Carina se despertó sola, pero envuelta en el dulce olor de la loción de Rainer.

Pasaron las horas y él no regresaba.

Walter le llevó comida y estuvo atento a ella, siguiéndola como una sombra.

Después de un rato, Carina intentó llamar a Rainer, estaba preocupada, angustiada por creer que algo le había pasado, pero por fin contestó al tercer intento.

“¿Rainer? ¿Estás bien? ¿Qué ocurrió?”, Carina era un manojo de nervios.

“Dile a Walter que te lleve al departamento…”

“Llegaré tarde, no me esperes despierta”, dijo Rainer con una voz tan profunda y vacía que se clavó como un puñal en el corazón de Carina.

“¿Estás bien?”, preguntó atormentada, pero él había decidido colgar.

Cuando Rainer regresó al departamento, las luces estaban apagadas, era de madrugada y el silencio predominaba.

Entró al cuarto principal, con aliento alcohólico y la cabeza y el corazón hechos un lío.

Entre la penumbra se encontró con el cuerpo de Carina, escondido entre las sábanas y abrazando a ese elefantito de peluche que tanta gracia le daba a Rainer.

Aida tenía razón, no podía ver a Carina sin pensar en el sufrimiento de su madre.

Ella no era la culpable de lo ocurrido, pero Benjamín aparentemente sí.

Después de que Walter dejó a Carina en el departamento, Rainer le encomendó que investigara a los posibles culpables de la explosión de esa refinería, descubriendo que cuando colapsó, Benjamín estaba de visita en el país, acompañado por un grupo de hombres sin nombre ni pasado.

Rainer tenía ganas de gritar, de llorar, de hacer víctima de su ira a cualquier cosa que se atravesara en su camino.

Ahora su corazón estaba dividido, pues amaba a Carina, la deseaba a su lado, pero no podía estar con ella sin pensar que Benjamín había matado a su madre de esa manera tan cruel.

De pronto el teléfono de Carina comenzó a vibrar en la mesa de noche.

Cuando Rainer se asomó, notó que era una llamada de su madre.

Tomó el teléfono y lo silenció, pero Frida insistió. Iracundo, buscó cada contacto que perteneciera a esa familia y lo bloqueó.

Cuando estaba por bloquear a Emma, siendo el último contacto por eliminar, llegó un mensaje de esta.

[¡Cari! ¡¿Qué pasa contigo?! Te estamos llamando y no contestas. ¡El abuelo está enfermo y quiere verte! ¡Es una emergencia!]

[¿Es una emergencia para quién? Dijo que yo estaba muerta para él. Si no quiere saber nada de mi, yo tampoco quiero saber nada de él. Yo ya no soy una Gibrand]

Escribió Rainer antes de bloquear a Emma y regresar el teléfono de Carina a su lugar.

Se sentó en el borde de la cama y la vio con tristeza.

No la quería lejos de él, pero no estaba dispuesto a seguir permitiendo que Benjamín tuviera contacto con ella.

“Quédate conmigo”, susurró en su oído.

“Él te dio la espalda, te abandonó… y nadie intervino para defenderte… esa familia no te merece, Carina. Tú no perteneces ahí, no eres como ellos”.

Se recostó a su lado, abrazándola por la cintura, pegándola a su pecho intentando conciliar el sueño, mientras que volvía a evocar esa pesadilla que hacía años no lo atormentaba.

Entre más fuertes eran los gritos de su madre entre las llamas, abrazaba con más fuerza a Carina.

Ella era su lugar seguro, su ancla y su consuelo.

“Esto es imposible…”; dijo Emma viendo el mensaje con sorpresa.

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