Desafiando el corazón -
Capítulo 24
Capítulo 24:
“Niña tonta…”, respondió Rainer con ternura mientras acariciaba ese rostro profundamente dormido.
“Pudiste pedir algo más caro o excepcional… algo que no pudieras conseguir…”
Se acomodó junto a ella y la estrechó entre sus brazos, olisqueando el dulce aroma de su cabello y acariciando la piel de su cintura y espalda apenas con el roce de sus dedos.
No quería admitirlo, la sensación se atoraba en su corazón, resistiéndose a salir en palabras, pero estaba seguro de algo: no estaba solo enamorado, también la quería como jamás había querido a una mujer.
Carina llegó a hurtadillas hasta la cocina y olisqueó el ambiente, el rastro de mantequilla y manzanas la llamaban.
Se sirvió un pedazo de tarta y cuando creyó salirse con la suya un par de manos se deslizaron por su cintura, encima de la sábana que cubría su cuerpo.
Se puso rígida con el tacto y su piel se erizó en cuanto la boca de Rainer depositó besos lentos en su espalda.
“¿Por qué huiste de mí?”, preguntó en un ronroneo para después morder su oído.
De un brinco Carina tomó distancia.
Estaba cansada, toda la noche había sido víctima de Rainer, parecía que ese hombre no se cansaba jamás.
Sus piernas temblaban, pero aun así tuvo fuerza para retroceder.
Sus caderas chocaron con la encimera mientras Rainer caminaba hacia ella, disfrutando de acorralarla.
“Entiendo que estás ansioso por que tengamos un hijo, pero… creo que por el día de hoy fue suficiente”, dijo Carina aún con un trozo de manzana en los dedos.
Rainer tomó su mano y mordió la fruta sin despegar la mirada de su prometida.
“Aún tengo hambre…”, dijo con esa voz grave que le erizaba la piel a Carina y elevaba la temperatura de su cuerpo.
“Te puedo preparar algo… ¿Quieres… un… sándwich?”
Tragó saliva en cuanto la boca de Rainer probó sus dedos aún cubiertos por el dulce de la fruta.
Quiso zafar su mano del agarre de Rainer, pero solo logró que este la jalara hacia él, atrapándola entre sus brazos.
“Señor Winter… tengo que ir a la escuela y… entenderá que no dormí muy bien”, dijo Carina retorciéndose en los brazos de Rainer.
“No vayas…”, suplicó en su oído mientras deslizaba esa sábana que cubría el cuerpo de Carina.
“Quédate conmigo…”
El corazón de Carina dio un vuelco.
Ella deseaba lo mismo, pero tenía tanto miedo, estaba perdiendo el juicio por él.
¿Dónde había quedado esa leona fuerte y decisiva?
¿Dónde estaba la mujer que le daba prioridad a su escuela y su trabajo?
¿Esta era la forma en la que el destino se burlaba de ella?
“Por favor, Carina… no me dejes así… deseándote…”, agregó Rainer, ronroneando suavemente en su oído, rompiendo su fuerza de voluntad.
Carina lo vio directo a los ojos, con el fuego quemando su piel. Se abrazó a Rainer, tirándose al vacío, cediendo el control sobre ella, besándolo con deseo y hambre, queriendo que la llevara de nuevo a la cama y le enseñara una nueva religión.
Entre besos y caricias ansiosas, Rainer volvió a encerrar a Carina, consumiendo así las primeras horas de la mañana, besando y mordiendo esa piel a la que era adicto.
No se hartaba de su sabor, ni de sus g$midos.
Deseaba escucharla gritar su hombre, quería sentir sus uñas rasguñando su espalda.
No le importaba si Carina se embarazaba o no, lo único que deseaba era tenerla, sentirse dueño de su cuerpo, creer que había alcanzado su alma y ahora le pertenecía.
…
Ese día llegaron al trabajo entre risas y jugueteos.
Tomados de la mano, atravesaron el edificio, ante la mirada sorprendida de todos los trabajadores.
Rainer era consciente de que las piernas de Carina tenían la misma fortaleza que una gelatina después de pasar toda la noche y toda la mañana en la cama con él.
Así que, al salir del elevador, la tomó en brazos y la llevó directo a su oficina, para dejarla sobre el cómodo sofá.
Su comportamiento era el de un príncipe y Carina tenía miedo de preguntar a qué se debía su cambio de humor y volver a encontrarse con el ogro.
No quería que ese día terminara, no quería despertar de lo que parecía un dulce sueño.
“Creo que desde el sofá no podré trabajar como secretaria…”, dijo Carina viendo a Rainer tomando los documentos de su escritorio.
“Conseguí a alguien más, ya no serás mi secretaria”, contestó tranquilamente.
“¿Me estás diciendo de manera sutil que me despediste?”, preguntó confundida, pero la sonrisa de Rainer evitó que pudiera enojarse.
“Estoy diciendo que desde ahora serás la directora de tecnología y mecánica industrial… ahora tu supervisarás a los jefes de cada departamento involucrado. Ziegler dependerá de tu visto bueno para que sus proyectos lleguen a mis manos. No seas muy dura con él”
Hizo su sonrisa más grande en cuanto vio la emoción en el rostro de Carina.
“¡¿Hablas en serio?!”, exclamó sorprendida y cubrió su boca antes de reír a carcajadas.
“Muy en serio. Sé que lo harás bien, eres muy inteligente…”
Carina se levantó y corrió hacía él, brincando por encima del escritorio con habilidad y cayendo en el regazo de su prometido.
“Creí que te dolían mucho las piernas como para continuar con ese asunto que teníamos entre las sábanas”, dijo Rainer abrazando a su mujer por la cintura.
“Recobré la fuerza con ese ascenso”, respondió Carina acariciando con la punta de la nariz la mejilla de Rainer.
“Es una suerte que no me importe hacerte el amor en cualquier lugar”, respondió Rainer colocándola sobre el escritorio y acomodándose entre sus piernas.
“Señor Winter, no creo que esto sea correcto”, dijo nerviosa mientras Rainer metía sus manos por debajo de su camisa, acariciando la piel de su espalda.
“¿Es mi culpa que te quiera sentir?”, preguntó en su oído, besando su cuello con ternura.
Carina había terminado dormida sobre el sofá, mientras Rainer se acomodaba la camisa y ajustaba su corbata no le quitaba la mirada de encima.
Sacudió su saco y lo colocó sobre de ella, arropándola con ternura, acomodando ese par de mechones rebeldes que cubrían su bello rostro.
Besó su frente con cariño y se mantuvo atento, podía verla dormir por horas sin aburrirse.
Acarició esa cicatriz sobre su ceja, recordando su capricho porque la mujer que pasara su vida a su lado no tuviera ni una sola marca, ahora enloquecía por cada una de las que hacían a Carina única ante sus ojos; por ese pequeño lunar que adornaba su mejilla derecha, así como ese en su muslo izquierdo, tan escondido que ni siquiera usando short alguien sabría que existe, solo Rainer quien lo había besado incansablemente durante toda la noche.
De pronto su celular vibró, obligándolo a distraer su atención de Carina. Había llegado un mensaje de texto y no de una persona grata.
Se trataba de Aida, quien deseaba hablar con él en privado.
[No tengo tiempo, estoy trabajando. Además… no hay nada que necesites de mí, mejor busca a mi papá], respondió molesto y cuando iba a guardar su teléfono, un nuevo mensaje llegó.
[No es algo que pueda hablar con tu papá. Es referente a su interés en tu prometida], usó las palabras indicadas, aquellas que levantaron la curiosidad en el corazón de Rainer.
Posó su mirada por unos segundos en Carina, quien estaba profundamente dormida, y salió de su oficina.
“Walter… no dejes que nadie entre”, dijo Rainer preocupado por Carina.
“Protege a mi prometida y si despierta antes de que yo vuelva, dile que fui a un asunto de negocios”.
“Sí, señor”.
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