Desafiando el corazón
Capítulo 23

Capítulo 23:

Estaba sorprendida, no creía que hubiera funcionado.

“En serio y no olvide llevar a sus abogados. Se pondrá muy divertido”

“¿Qué? ¡No! ¡Señor Winter! ¡No era mi intención…!”

“Mi ayudante contactará con usted para acordar la cita”

Rainer la interrumpió y colgó sin darle oportunidad a defenderse.

Sin darse cuenta ya había llegado hasta el edificio de departamentos, levantó la mirada hasta el último piso, sabiendo que ahí estaba Carina, de seguro dormida.

¿Por qué su padre haría algo así?

Con el corazón lleno de incertidumbre y molestia, entró al edificio y todo el camino en el elevador se llenó de odio y rencor.

De pronto sentía que repudiaba a Carina por ser un títere de su padre.

A Rainer no le gustaba ser manipulado y odiaba haber caído en el juego.

Abrió la puerta del departamento y notó que algunas luces aún estaban prendidas.

Estaba dispuesto a hablar con Carina y discutir su llegada al país.

Tenía que descubrir lo que estaba pasando, pero de pronto notó la comida recién hecha en la mesa y salió de la cocina Carina, con la nariz manchada de harina y sosteniendo unos cubiertos.

“¡Rainer! ¡Llegaste antes!”, exclamó sorprendida y se apuró a acomodar todo.

“¿Qué es todo esto?”, preguntó Rainer paseando la mirada en cada platillo en la mesa.

“Aproveché que me dejaste salir temprano y… preparé la cena”, dijo Carina no muy convencida.

“Bueno… Eso fue lo que intenté”

Tuvo que llamar a Emma y a Lorena, esperando que le dieran sus mejores recetas. La tarta de manzana de Lorena había quedado espectacular y el pescado a la mantequilla de Emma se veía bien, aunque Carina tenía miedo de probarlo y que estuviera crudo o insípido.

“¿Qué festejamos? Ni siquiera nos hemos casado…”, dijo Rainer confundido y levantó una ceja.

“No festejamos nada, pero… siento que te debo una cena decente después de lo que ocurrió en la casa de tus padres”; dijo Carina tomando la botella de vino blanco e intentando destaparla, pero el corcho no cedía y Rainer tuvo que ayudarla.

“¡Sé que no fue mi culpa!, aun así, creo que te quedaste con ganas de una cena… agradable”.

Rainer puso la botella en la mesa y tomó a Cari por el mentón, viendo sus ojos azules en la penumbra.

‘¿Me estás mintiendo, Carina? ¿Estás jugando a nombre de mi padre? ¿Me quieres manipular?’, se preguntó mientras se perdía en el azul de sus iris.

La mirada confundida de Carina le resultaba tan encantadora.

“No me traiciones… de todas las personas que conozco… tú no”, dijo Rainer en un susurro que creyó inaudible para Carina, pero esta lo escuchó a la perfección.

“¿Traicionarte?”, preguntó confundida.

“Si insinúas que te quiero envenenar, pues no”

Entiendo que el pescado no se vea muy agradable a la vista, pero no significa que tenga veneno para ratas o algo así…

Carina vio fijamente al pescado, como si se burlara de ella.

“¿Sabes qué? Ahora que lo pienso, yo también temería de mis habilidades culinarias. Mejor lo pruebo yo primero”.

Tomó un tenedor y pinchó la carne, está se desprendió con suavidad, parecía comestible, pero Carina aún guardaba sus dudas.

En cuanto estaba a punto de meterlo a su boca, Rainer tomó su mano por la muñeca y dirigió el tenedor hacia él.

Sin quitarle la mirada de encima a su prometida, masticó el bocado y sonrió de medio lado antes de tragar.

“¿Te gustó?”, preguntó Carina con el rostro llena de horror.

Como respuesta, Rainer comenzó a reír divertido, era el pescado más desagradable que había comido, pero la preocupación de Carina le causaba ternura y compasión.

Sin pensarlo dos veces, Carina tomó otro pedazo y lo probó, ella no pudo disimular el rostro de asco y terminó escupiendo el bocado en una servilleta.

“¡Qué horrible!”, exclamó con el rostro distorsionado por el asco.

“¿Cómo te lo pudiste tragar?”

Rainer seguía riendo mientras ella se limpiaba la lengua con la servilleta.

Era la primera vez que Carina veía a ese frío y altanero CEO riendo como un niño.

“Supongo que mi lengua no es tan delicada como la tuya”, contestó guiñándole un ojo.

“¡Olvidemos el pescado! ¿Quién dijo que una cena necesita un plato fuerte? Podemos hacer esto solo con el postre”

Agregó Carina llevando de regreso su platillo fallido, ahora apostaría por la tarta de manzana.

“Bien dice mi abuelo que el camino hacia el infierno está pavimentado de buenas intenciones”.

Carina le sirvió un pedazo de tarta mientras él se enjuagaba la boca con un trago de vino. El olor a manzana y canela inundó el ambiente.

Se sentó al lado de Rainer y tomó un trozo de tarta con deleite, estaba deseosa de probarla.

Era su postre favorito y extrañaba que Lorena se lo preparara.

‘No se vale, si no se hubiera casado estaría aquí, conmigo’, pensó melancólica.

Cuando acercó el bocado a su boca, Rainer la detuvo y volvió a dirigir el tenedor hacia él.

Está vez su rostro fue de sorpresa y deleite cuando el sabor de la masa y las manzanas se derritió en su boca.

“Muy bien… esto está mejor…”, dijo Rainer y, sin soltarla, la jaló hacia él, sentándola en su regazo y viéndola con adoración.

“¿Quieres más?”, preguntó Carina con el rostro completamente rojo.

El calor de Rainer era reconfortante, pero también alteraba su cuerpo.

“Dame más…”, respondió, pero su tono no le dejaba muy claro a Carina a qué se refería.

Después de un par de bocados, Rainer no pudo aguantar más.

Se llevó a Carina en brazos hasta la habitación, estaba ansioso por deleitarse con su cuerpo.

Esa mujer lo trastornaba, pues la deseaba con delirio.

Entre más tenía de ella, más quería, al punto de que temía obsesionarse y perder la cabeza.

Aferrándose a sus caderas mientras la embestía, deleitándose con sus g$midos y la forma tan delirante en la que se retorcía debajo de su cuerpo, Rainer no solo se prometió a sí mismo que ella siempre sería suya, sino aceptó que él también le pertenecía, cediendo ante su orgullo, admitiendo ser su más fiel servidor.

“Todo lo que desees… todo lo que quieras y anheles… lo que sea…”, dijo Rainer en el oído de Carina, entre gruñidos cargados de éxtasis.

“Pídeme lo que quieras y te lo daré, Carina Gibrand”

La voz suplicante de Rainer hizo latir el corazón de Carina con fuerza.

De pronto no era esa mujer fuerte y altanera, con él siempre dejaba de serlo, pero justo en ese momento una sola idea cruzó su cabeza, una única petición que parecía rondarla.

Se abrazó al cuerpo de Rainer con fuerza cuando el placer llegó a ese punto donde se volvía una tortura.

Cansado y agitado, su prometido recargó la cabeza en su suave pecho, escuchando su corazón acelerado.

“Enamórate de mí…”, dijo Carina en un susurro apenas audible y cerró sus ojos mientras sus manos seguían acariciando los suaves cabellos rubios de su amante.

Creía que Rainer no la había escuchado, así que se dispuso a dormir profundamente, pero este había escuchado cada una de sus palabras.

La veía como una criatura divina, con esos cabellos castaños revueltos y su piel adornada por perlas de sudor.

Había sido presa de un momento de vulnerabilidad y había pedido lo único que ella no se sentía capaz de conseguir.

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