Desafiando el corazón -
Capítulo 21
Capítulo 21:
En cuanto Rainer abrió la puerta, un par de tobillos finos salieron del auto. El Señor Winter se asomó con curiosidad, queriendo descubrir a la mujer que había escogido su hijo. Su sorpresa fue tal que se quedó sin aliento.
“Buenas tardes, Señor Winter…”, dijo Carina ruborizada.
Temía que su vestido no fuera el correcto o el maquillaje inapropiado.
Entre más tiempo pasaba el Señor Winter en silencio, más temía haberse equivocado.
“¿Carina Gibrand?”, preguntó el Señor Winter y comenzó a reír a carcajadas.
“¡Cari! ¡Cielos mio! ¡Qué gusto! ¿Cómo pasó esto?”
El Señor Winter estrechó con cariño a Carina y buscó la respuesta en los ojos de Rainer.
“Comenzamos a convivir más y… pasó…”, dijo viendo fijamente a Carina.
“Me enamoré…”
De nuevo esas punzadas dolorosas en el corazón.
Rainer sentía que le daría un infarto.
“Me alegra que por fin encontraras a una mujer que domara tu mal genio”, dijo Winter feliz.
“¡Rainer!”
Una voz chillona hizo a todos voltear.
La esposa del Señor Winter junto con su hija, se asomaron del pórtico, pero en cuanto vieron a Carina, su alegría se disipó.
“¡Aida! ¡Te quiero presentar a una chica muy especial!”, dijo Winter sin borrar su alegría y llevó a Carina de la muñeca.
“Es Carina Gibrand, la prometida de Rainer”
“¿Gibrand?”, preguntó Aida sonriendo ampliamente y le ofreció su mano.
“¡Qué lindos ojos tienes, como un par de zafiros! Tenía una amiga con unos ojos muy parecidos”.
“Carina, ella es Greta, mi hija”, dijo el señor Winter presentándole a la chica encantadora que estaba al lado de su madre.
Aunque tenía la apariencia de un ángel, su aura caprichosa y el desprecio con el que veía a Carina, molestaron a Rainer.
“¿Greta?”, preguntó esperando que saludara a su futura esposa, pero en vez de eso, la chica volteó hacia él y se lanzó a sus brazos, llena de cariño y emoción.
“¡Rainer! ¡Te extrañé tanto! ¡¿Por qué no nos habías visitado?!”, exclamó aferrándose a él, escondiendo su rostro en su pecho.
“Greta… he tenido mucho trabajo, pero ahora que estoy aquí me gustaría que saludaras a mi prometida, es muy importante para mí”, dijo Rainer con paciencia.
‘Esa chica es de mi edad, ¿Por qué se comporta así de infantil? ¿Será que es retrasada?’, se preguntó Carina intentando ocultar su molestia.
La forma en la que veía a Rainer la incomodaba.
“Me imagino lo difícil que debe de ser venir de otro país y asentarte en uno desconocido y que hablan otro idioma”, dijo Greta viendo con desprecio a Carina que casi se ahoga con su té.
“Algo… es complicado…”, contestó Carina con media sonrisa.
“Pero todos han sido muy cálidos conmigo”.
“Es curioso que la historia se repita”, dijo el Señor Winter con una amplia sonrisa.
“Mi mujer también vino de otro país, cuando la conocí ya tenía a la pequeña Greta, fue amor a primera vista”.
‘Ahora entiendo porque nadie aquí se parece’, pensó Carina, paseando la mirada entre el Señor Winter y Rainer, y después entre Aida y Greta.
Era genética completamente diferente. Aunque algo le llamaba mucho la atención de Greta, algo se le hacía familiar, pero le era casi imposible descifrarlo y su mirada tan insistente solo molestaba más a su cuñada.
Escapando de la situación, Carina se disculpó para ir al baño y aunque había comprendido las indicaciones para llegar ahí, ahora estaba perdida.
Atravesó un pasillo largo lleno de puertas cerradas y ninguna tenía apariencia de ser un baño. De pronto se encontró con la única que estaba abierta, era una habitación amplia y llena de comodidades, pero parecía que llevaba años desocupada.
Se acercó a una cajonera que en su superficie tenía varias fotos en marcos de colores sobrios y apagados, pero la alegría en las imágenes era suficiente para iluminarlos.
Vio a un joven Rainer, acompañado de amigos, en otra estaba siendo abrazado por una chica, parecía ser su novia de aquel entonces.
Siguió revisando las fotos con asombro, no se imaginaba que ese chico de sonrisa radiante fuera el mismo hombre amargado con el que se iba a casar.
‘Rainer, ¿Qué te diría tu yo de aquel entonces si supiera que has perdido la sonrisa?’, pensó con tristeza.
Una foto alejada de las demás llamó su atención.
Era una mujer rubia de mirada gentil, sus cabellos parecían oro puro y tenía en brazos a un bebé al que veía con adoración.
El corazón se le rompió a Carina.
¿Ella era la madre de Rainer? Parecía un hermoso ángel.
‘¿Por qué me tocó la suegra rara y loca? Yo quería a la de la foto’, suspiró apesadumbrada y de pronto una mano le quitó el marco con gentileza.
“Sabía que te perderías…”, dijo Rainer viendo con nostalgia la foto de su madre.
“Era muy hermosa, ¿No crees?”
“Mucho… parecía un ángel”.
“Era un ángel… dulce, comprensiva y tierna… Era la mejor mamá del mundo. Siempre tenía las palabras correctas, te abrazaba sin ninguna razón y era muy paciente… A veces me pregunto si hubiera sido más fácil perderla sin haberla conocido, ya sabes… que se hubiera ido cuando yo no fuera capaz de recordarla… tal vez dolería menos”.
“No lo sé… pero creo que es lindo que pudiste estar con ella y atesorar recuerdos. ¿Por qué no te llevaste esta foto al departamento?”
“Para no sentirme miserable como en este momento…”, respondió Rainer y dejó la foto en su lugar, dando media vuelta, dispuesto a salir del cuarto, pero Carina lo tomó de la mano, deteniéndolo.
Cuando Rainer volteó hacia ella, lo tomó con ternura del rostro y lo besó profundamente.
No sabía cómo consolar a un hombre con el corazón tan duro como una piedra, pero no quería verlo triste, era doloroso también para ella.
Rainer respondió el beso, dejando que curara su corazón.
Al final, abrazó con fuerza a Carina, como si ella fuera su paz y su lugar seguro.
Comprendía que su prometida tenía demasiado poder sobre él y sus emociones y, aunque eso lo asustaba, también lo tranquilizaba.
Cada vez que perdiera la cabeza solo tendría que estrechar a su mujer para recobrar la cordura.
“Qué suerte tuviste de que Rainer se fijara en ti”, dijo Aida dejando a todos en silencio ante la mesa.
“Me refiero a que… al venir de otro país, sin nadie que te apoye ni te cuide, el hecho de que tu jefe y el dueño de una empresa tan importante se haya enamorado de ti, es todo un logro lleno de beneficios”.
“Aida… no considero que sea agradable esa clase de comentarios”, dijo el Señor Winter con una sonrisa incómoda.
“No le veo nada de malo”, contestó Greta.
“Ella no tiene nada y de pronto lo tendrá todo al casarse con Rainer. Vaya golpe de suerte, ¿No? ¿Cómo lo convenciste? Él es muy difícil, ¿Qué tantos centímetros tuviste que subirte la falda?”
Carina casi echa el vino por la nariz.
Comenzó a toser entre risas, pues la furia de Greta solo le causaba gracia.
“Greta… Si papá no va a corregirte entonces yo lo haré”, dijo Rainer apretando los dientes y pasándole una servilleta extra a Carina.
“¡Rainer! ¡¿Por qué me hablas así?!”, exclamó Greta con lágrimas en los ojos.
“Creí que la familia siempre estaba antes que las cazafortunas como ella…”
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