Desafiando el corazón
Capítulo 19

Capítulo 19:

“Por favor, no me rechaces de esta forma. Sé que no será fácil volver a hacerme de un espacio en tu corazón, pero… no puedo estar tranquilo pensando que ahora tú eres víctima de ese loco. ¿Te exigió que vinieras a su plática?”

“No, Fred… ni siquiera sabía que vendría. solo… déjame en paz, que es muy difícil curarme si estás tan cerca”, dijo Carina retrocediendo sin quitarle la mirada de encima, se veía tan consumido por la tristeza que le causaba lástima.

Sin fijarse, chocó con alguien a quien hizo tirar su café encima.

Cuando volteó no pudo evitar lamentarse. Como en toda buena escuela no faltaba el grandulón con aires de grandeza y que se sentía más fuerte que los demás.

“¡Gibrand!”, exclamó iracundo.

“Oye, relájate, no fue adrede”, dijo Fred queriendo calmar la situación.

De pronto la mochila de Carina golpeó con tanta fuerza a su agresor, que terminó en el piso.

“Exacto… lo de tu café fue un accidente, pero esto no”, agregó Carina divertida y dejó caer con fuerza su mochila sobre el abdomen del chico.

“¿Se te olvida que no debes de meterte conmigo?”

No era la primera vez que Carina se enfrentaba a ese grandulón y sabía que tenía que frenarlo antes de que quisiera hacer el problema más grande, además… como le decía Román desde que era pequeña: ‘El que pega primero, pega dos veces’.

“¡Gibrand! ¡¿De nuevo causando problemas?!”, exclamó una de las maestras que había salido muy emocionada de la sala con Rainer.

Su coquetería se había visto frustrada por el revuelo del pasillo.

“¡Él empezó!”, respondió Carina ofendida.

“De hecho, tú empezaste”, dijo el chico en el piso, retorciéndose con ambas manos en el estómago.

“Mmm… tal vez tenga razón”, corrigió Carina haciendo memoria.

“Disculpe, Señor Winter… esto sucede seguido, pero es que la señorita ‘G’ es no sabe comportarse”, agregó la maestra a Carina.

“Me acompañarás a la dirección, estas peleas deben terminar…”

Antes de que la maestra continuara, la mano de Rainer sobre su hombro la silenció, poniéndola nerviosa.

“Maestra, por favor… tenga piedad de mi prometida, es un poco infantil”, dijo Rainer viendo a Carina mientras sus palabras causaban revuelo en los alumnos.

“¿Dijo: prometida?”, preguntó la maestra con el corazón roto.

“Carina…”

Rainer caminó hacia ella y tomó su rostro entre sus manos.

“La futura Señora Winter no puede comportarse de esa forma”.

Sin darle tiempo a contestar, Rainer le dio un beso dulce en los labios, haciendo más grande la sorpresa en cada presente y rompiendo aún más el corazón de Fred.

“¿Qué ocurre? ¿Te apenas?”, preguntó Rainer divertido mientras llevaba de la mano a Carina, directo hacia el estacionamiento de la escuela, mientras esta agachaba el rostro ante la mirada curiosa de todos.

“¿Te da pena que te vean conmigo?

“¡No!, pero ahora no me los quitaré de encima… si no quería que nadie supiera de mi familia, era para no llamar la atención, pero ahora tendré el efecto contrario en cuanto el rumor de nuestro compromiso llegue hasta el último rincón de la escuela”.

“¡Qué rara eres!”, dijo abriendo la puerta del auto para ella.

“Muchos estarían gustosos de ser el centro de atención”

“Pues yo no”, refunfuñó en cuanto entró al auto.

“Necesito ir al departamento por mi traje sastre…”

“Está en el asiento trasero…”, respondió Rainer saliendo del estacionamiento.

En ese momento Carina, asombrada de ver su ropa, se pasó al asiento de atrás, distrayendo a Rainer al hacerlo desviar la mirada hacia su trasero y sus largas piernas que fueron lo último en atravesar el espacio entre los asientos.

Este negó con la cabeza mientras apretaba sus manos en el volante.

Carina sabía cómo seducirlo con sus ocurrencias y torpeza.

Cuando desvió su mirada hacia el retrovisor, pudo ver como se desnudaba.

“¡Mirada al frente!”, exclamó Carina divertida.

“Lo haces adrede…”, dijo Rainer apretando los dientes, se moría por volver a ver lo que ocurría en el asiento de atrás.

“No lo hago adrede…”, Carina, luciendo únicamente su brassier, se asomó por entre los asientos y le dio un beso tierno en la mejilla a Rainer, que lo tomó por sorpresa.

“Eso si fue adrede”.

Al llegar al trabajo, Rainer tuvo que acudir a una reunión importante, mientras Carina resolvía los asuntos pendientes.

Cuando por fin había acabado y estaba dispuesta a echarle una ojeada a sus apuntes, llegó una chica con un contrato, dejándolo sobre su escritorio.

“Hola, Gibrand. ¿Puedes darle esto al Señor Winter cuando regrese?”

Carina tomó el documento descubriendo que el contrato iba dirigido al Señor Palmer, el dueño de la petroquímica con ese problema tan difícil que ella solucionó.

“Ya está corregido, solo es necesaria la firma de Palmer y la del Señor Winter…”

“El Señor Winter sigue en esa junta… ¿Qué hay de la firma de Palmer?”

“Lo mejor será que el Señor Winter se encargue de eso. El Señor Palmer es muy complicado”.

“¿Complicado?”, preguntó Carina confundida.

“Sí, solo espera a que llegue el Señor Winter… ¿Quieres?”

Con eso último, la chica se alejó, dejando a Carina llena de curiosidad.

De inmediato llamó al teléfono personal del Señor Palmer.

“Buenas tardes, ¿Señor Palmer?”, preguntó con cordialidad y después de un momento de silencio escuchó su respuesta.

“¿Sí? ¿Quién habla?”

“Soy la asistente del Señor Winter… el contrato está listo, pero de momento mi jefe está en una junta muy importante, ¿Hay inconveniente de que yo se lo lleve?”

De nuevo un silencio se apoderó de la línea.

“¡Claro! Sería maravilloso. ¿Tiene dónde apuntar? Le daré la dirección…”

El lugar donde había citado a Carina era un enorme y lujoso hotel.

Era normal que un empresario que no residía en la ciudad, pasara sus días en hoteles así de grandes mientras solucionaba sus asuntos, así que Carina no desconfió y pasó a la recepción para preguntar por él.

“El Señor Palmer me dijo que la mandara directo a su habitación…”, dijo la recepcionista con tranquilidad.

“Ah… Yo creo que no. Lo esperaré aquí, solo necesito que le avise que ya llegué…”

“Pero me dio órdenes estrictas”, agregó la recepcionista apenada.

“¿El Señor Palmer es discapacitado? ¿Tiene alguna característica física o mental que le impida bajara la recepción?”, preguntó Carina cruzándose de brazos.

“No, Señorita…”

“Bien, entonces… dígale que la asistente del señor Winter ya llegó y que lo espero en la mesa de allá”, dijo Carina señalando el lugar y dio media vuelta.

Si algo le había enseñado su padre era que un contrato jamás se firmaba en una habitación, dijeran lo que dijeran.

Se sentó en la mesa y pidió un café cargado mientras esperaba. En cuestión de minutos apareció el Señor Palmer, un hombre que bien podría tener la edad de Román.

Parecía molesto mientras se arreglaba la corbata y la recepcionista le señalaba con una pluma el sitio donde se encontraba Carina.

Se acercó con paso seguro, viendo por debajo de la mesa ese par de piernas largas, cruzadas de manera coqueta.

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