Desafiando el corazón -
Capítulo 17
Capítulo 17:
“Puedo y lo haré si esta locura no se detiene”; dijo Benjamín viendo fijamente a su nieta.
Carina exhaló sus tristezas antes de voltear hacia su futuro esposo.
Rainer temía que la presión del viejo echara todo a perder, pero se llevó una sorpresa.
“Regresemos a Alemania” pidió Carina y él solo asintió.
…
Todos quedaron en silencio mientras Carina se alejaba, cada mirada estaba clavada en la mesa, sabiendo que llevarle la contraria a Benjamin podía ser la gota que derramara el vaso y deteriorara aún más su salud.
Frida fue la primera en levantarse para ir a buscara su hija y darle su bendición, pues, aunque Benjamín no quisiera volver a reconocer a Carina como su nieta, para ella siempre sería su hija.
Esa tarde, Carina y Rainer salieron rumbo a Alemania, todos se despidieron de los futuros esposos excepto el viejo Benjamín que se encerró en su habitación, aferrándose a su decisión.
Carina entró cabizbaja al departamento, Rainer la esperaba en el auto y no podía tardar mucho.
El lugar estaba igual a como lo dejó, pero parecía vacío.
Entró a su cuarto y creyó que Fred no había empacado nada, pero conforme más prestaba atención se daba cuenta de que sus cosas estaban organizadas diferente.
“Pensé que tardarías más en llegar… dijiste que estarías fuera una semana”
Agregó Fred apenado, ignorando lo que había dicho Carina.
“Fred…”
Lo descubrió detrás de ella, recargado sobre el marco de la puerta.
“¿Qué te parece si salimos a conseguir el desayuno? Solos tú y yo. Me muero por ir a la cafetería de siempre. ¿No tienes hambre?”
Era como si nunca hubiera pasado nada o por lo menos esa era la actitud que deseaba adoptar Fred, pero Carina no lo permitiría.
“¿Por qué no vas con Lena a conseguir el desayuno mientras yo empaco mis cosas?”, dijo desanimada y buscó las maletas debajo de la cama para comenzar a llenarlas.
“Carina…”
Fred se precipitó hacia ella y la tomó por las muñecas, deteniéndola.
“No lo hagas… no puedes irte, no sin que hablemos”
Parecía destrozado, pero Carina no estaba dispuesta a cambiar de opinión.
“No tengo tiempo”
“¿A dónde irás? ¿Ya rentaste algún lugar? ¡Por favor, Carina! ¡Solo dame cinco minutos!”, exclamó Fred y tomó el rostro de Carina entre sus manos.
“Perdóname… lo que dije fue estúpido, no sabía cuánto daño te estaba haciendo. Yo…”
“¿Dónde está Lena?”, preguntó Carina frunciendo el ceño con desconfianza por el comportamiento arrepentido de Fred.
Después de un par de segundos de silencio, una mano fuerte presionó el hombro de Fred y lo arrojó fuera de la habitación, haciéndolo caer sobre la mesa auxiliar de la sala.
“Sí, Fred… ¿Dónde está Lena?”, preguntó Rainer con esa sonrisa arrogante que proclamaba victoria.
Al llegar a Alemania, Magda había sido la primera en comunicarse con él, enviando mensajes desesperados, queriendo contactarlo y retomar los planes que habían hablado sobre el futuro de Lena, pero era muy tarde.
No solo se burló de su suerte, sino que decidió bloquear su contacto, no deseaba saber nada de esa mujer y su hija.
“¡¿Señor Winter?!”, exclamó Fred sorprendido.
“¿No le vas a comentar a Carina que la madre de Lena te repudia por creerte un bueno para nada? ¿No le dirás que te prohibió acercarte a su hija?”, preguntó Rainer divertido.
“Magda me lo comentó todo. Le apena los malos gustos de su hija”.
“¿Fred? ¿Eso es cierto?”, preguntó Carina asomándose por un costado de Rainer.
“¿No es la vida graciosa?”, le preguntó Freda Carina con un semblante taciturno.
“Tenía miedo de no ser suficiente para ti y me alejé, creyendo que sería suficiente para ella, pero no fue así”.
“Aunque tuvieras todo el dinero del mundo, nunca estarás al nivel de Carina. A ella no le importa el poder, le importa la inteligencia, algo que tú careces”, respondió Rainer molesto.
Le revolvía el estómago ver a Fred de esa manera tan vulnerable y mediocre.
Un hombre debía de pelear por lo que deseaba de pie y con la frente en alto, no desde el suelo y entre lágrimas.
“Vámonos de aquí”.
“Necesito recoger mis cosas”, dijo Carina ansiosa.
“Te compraré lo que necesites…”, respondió Rainer.
“¿Qué?, pero…”
“¡Bien! Entonces mandaré a Walter a que empaque tus cosas y las lleve al departamento después”, agregó Rainer molesto.
“¿Por qué te está hablando así?”, preguntó Fred levantándose y viendo a Carina con temor.
“¿Por qué, Carina?”
“¿Por qué?”, inquirió Rainer con orgullo y tomó la mano de Carina para que Fred pudiera ver el anillo.
“Porque ella es mía. Ahora me pertenece”
Fred retrocedió como si Rainer lo hubiera golpeado.
El aire se le escapó de los pulmones y su mirada rota se posó en Carina, quien prefirió desviar su atención hacia su futuro esposo.
“Carina… Dime que esto es un error…”, suplicó Fred dando un paso hacia ella, pero Rainer de inmediato la escondió detrás de él como un niño celoso de su muñeca nueva.
“Carina Gibrand será mi esposa y no quiero saber que estuviste acosándola o molestándola, porque no seré tan benevolente contigo como lo he estado siendo. Si crees que tu vida ya es miserable, créeme… puedo hacer que se vuelva peor”, dijo Rainer con el ceño fruncido.
Para Carina, no era agradable que hablaran de ella como si se tratara de un objeto, pero prefería que Rainer se hiciera cargo de ese asunto, pues ya no quería volver a ver a Fred.
Su corazón aún anhelaba ser el motivo de sus sonrisas y ese brillo tan especial que nacía en sus ojos cuando estaba de buenas.
Fred era el hombre del que se había enamorado y el sentimiento no desaparecería tan fácil.
Rainer la sacó del departamento, llevándola de la mano hasta su auto y una vez dentro, apretó sus manos en el volante queriendo contener su furia y sus celos.
Nunca había sentido esa rabia bullendo dentro de él, deseaba esconder a Carina debajo de su saco, como un pequeño tesoro al que solo él tuviera acceso.
“¿Aún lo amas?”; preguntó Rainer en cuanto dirigió el carro hacia la avenida principal.
“No…”
“Entonces… ¿Por qué pareces triste?”
“Son muchas cosas”
Carina se abrazó a sí misma y se concentró viendo el exterior por la ventana.
“Duele verlo siendo rechazado, como él me rechazó a mí. No suena lógico ahora que lo digo en voz alta, pero no lo puedo evitar. No lo amo, pero aún quiero al chico que cantaba conmigo en los parques, quien compartía un trozo de pan y un café bien caliente”.
Quien bromeaba en horas de trabajo y me sacaba de mi estrés.
Extraño al chico que cocinaba todas las tardes para mí…
Los ojos de Carina se llenaron de lágrimas y se le complicó seguir hablando y respirar al mismo tiempo.
Los recuerdos se agolpaban y entendía que por muy malo que él hubiera sido con ella, eso no significaba que no extrañara esa linda vida que tenía a su lado, como amigos, como su amor inalcanzable.
Sabía que tenía que olvidarlo, pero se sentía como una sanguijuela colgando de su corazón, enterrando sus pequeños dientecitos y haciéndolo sangrar cada vez que intentaba arrancarlo.
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