Del odio al amor
Capítulo 40

Capítulo 40:

Eran un par de jovencitas hermosas con atuendos pegados y escotes pronunciados. Estas bailaban para ellos y aunque William rechazaba sus caricias y besos, entre risas, ante los ojos de Noah era cuestión de tiempo para que su viejo amigo volviera a ser el de antes.

Emma permanecía de brazos cruzados fuera de la habitación de su abuelo, mientras esperaba pacientemente que sus padres salieran.

Revisó su celular un par de veces después de que sus intentos por contactar a William terminaran, en cambio recibía los mensajes que Lorena mandaba desde la residencia Gibrand, ella era quien estaba cuidando del pequeño Alejandro, así como de los hermanos de Emma.

Cuando la puerta de la habitación se abrió, el semblante triste de Frida y preocupado de Román le generó un nudo en la garganta.

“¿Cómo está mi abuelo?”, preguntó acercándose a ellos.

“Su corazón está débil, necesita muchos cuidados “dijo Frida y una lágrima cayó por su mejilla.

“Desde que el Señor Román se libró de la cárcel y continuó dirigiendo el Corporativo, las cosas para el Señor Gibrand no han sido fáciles “, dijo Matilda y suspiró con tristeza.

“Al retirar de la herencia al resto de la familia, todos le han dado la espalda, ya no lo visitan con frecuencia ni siquiera preguntan si sigue vivo. Los únicos que están con él, son ustedes…”.

“Solo lo buscaban por su dinero”, dijo Román apretando los dientes, pensando seriamente en desaparecer a uno por uno de los Gibrand, aunque él se quede solo.

“Lamentablemente por nuestros asuntos en la ciudad, no hemos ido a verlo con frecuencia a su casa de campo y… se ha sentido muy triste y solo”, dijo Frida con culpabilidad.

“Aunque sé que Matilda puede cuidarlo, hablé con tu padre y nos mudaremos con él por un tiempo”.

“¿Se irán a la casa de campo?”, preguntó Emma sorprendida.

“Sí, junto con tus hermanos. Estaremos ahí para hacerle compañía y que la tristeza no torture su corazón. Román trabajará desde allá, salvo que haya necesidad de que regrese a la ciudad…”, dijo Frida comprometida.

“No llevas su sangre y, aun así, lo quieres más que cualquiera de la familia”, dijo Román viendo con ternura a su esposa.

“Gracias a él conocí al amor de mi vida… ¿Cómo podría dejarlo cuando más me necesita?”, contestó Frida abrazándose a Román.

“Es un buen hombre y no lo dejaré solo”.

“Hablando de ´buenos hombres´, ¿Dónde está William?”,  preguntó Román viendo fijamente a Emma, agudizando la mirada como si quisiera descubrir si miente al responder.

“Trabajando, ha tenido muchos pendientes en la firma y al no tener secretaria se ha vuelto más difícil”, dijo Emma sin sostener la mirada de su padre y su boca no pudo formar ni siquiera una sonrisa hipócrita.

“A tu abuelo le encantaría que fueran con nosotros. Está muy emocionado con el pequeño Alejandro…”.

“No puedo dejar a mi esposo solo”.

El rostro de Emma se ensombreció.

“Bueno, si cambias de decisión, puedo mandar a James por ti. Además… Lorena se quedará contigo por cualquier cosa que puedas necesitar. Creo que han hecho buena mancuerna”

“Sí, pá… gracias”, respondió Emma queriendo llorar.

El dolor y miedo que sentía por su abuelo, combinado con el cambio de actitud que tenía William, estaban torturándola, pero no era el momento para hablar, no quería preocupar a sus padres.

Sabía que, si decía por lo que estaba pasando, Frida no podría irse tranquila con el abuelo. Más valía no decir nada, después de todo era una adulta y ella tenía que resolver sus problemas matrimoniales, ¿No?

“Matilda, ve a descansar… te ves agotada. Yo puedo quedarme a cuidar al abuelo durante la noche”, dijo Frida frotando los brazos de la enfermera.

“Señora, puedo hacer mi trabajo, no se preocupe”, respondió con una sonrisa cansada.

“Yo lo haré, es mi abuelo”, agregó Román con seriedad.

“No, yo lo haré…”, dijo Emma deseando aportar algo y distraer su mente de William.

“Pero… ¿Qué hay de tu esposo y tu bebé?”, preguntó Frida desconcertada.

“Ale estará bien, dejé un par de mamilas con leche en el refrigerador, servirán para mañana en lo que llego a casa “dijo con media sonrisa

“Déjame cuidar del abuelo esta noche”.

“Supongo que no nos hará daño cuidar de un bebé”, dijo Frida frotando el brazo de Román.

“Sí, tal vez convenza a tu mamá de que te dé otro hermanito”, agregó Román guiñándole un ojo a Emma mientras la risa suave y tenue de todos sonaba como un murmullo en el pasillo.

Emma platicó durante la noche con el viejo Benjamín hasta que este cayó dormido y en el profundo silencio del hospital, ella lloró. Las lágrimas corrían por sus mejillas hasta alcanzar las comisuras de sus labios que formaban una sonrisa insípida.

Ningún sollozo salió de su garganta, pues esta se cerró orgullosa.

A la mañana siguiente Emma llegó a la residencia Harper con el pequeño Ale en brazos y Lorena cargando la pañalera.

Estaba muerta de sueño, pero con un semblante más tranquilo. Benjamín había amanecido de muy buen humor y aunque se había quejado de lo insípida que podía ser la comida de hospital, se la acabó.

Durante el camino, Lorena tuvo que manejar a casa e iba tan nerviosa al conducir un auto tan imponente como ese, que no se atrevía ni siquiera a acercarse a la velocidad señalada. Así que el camino se volvió más largo y le dio tiempo a Emma de revisar sus redes sociales para desaburrirse, pero se arrepintió.

´Disfrutando de su nueva vida´ exclamaba el encabezado de la noticia y los videos circulaban por todas las redes.

Eran William y Noah en el Crystal Bar, bebiendo y pavoneándose con prepotencia mientras mujeres de diferentes edades y con vestidos que no dejaban mucho a la imaginación, bailaban sobre la mesa y coqueteaban con ellos. Las trataban como bailarinas de burdel, dejando billetes en sus ropas y dejando que estas se insinuaran provocativas.

“Ya mandé a quitar todos esos videos y fotos…”, dijo Noah revisando su celular en la mesa.

“Uno no puede salir de fiesta con un amigo porque de inmediato lo acosan en redes sociales”.

William no parecía preocupado por los videos, más bien por la ausencia de su esposa. Cuando había llegado la noche anterior, la habitación estaba vacía.

Revisó su celular y no tenía ninguna llamada perdida, Noah había borrado el registro, permitiendo que creyera que Emma no había tenido la atención de llamarlo.

Intentó comunicarse a la residencia Gibrand, pero el alcohol en sus venas hizo que cayera dormido antes de que Lorena tomara la llamada.

Las puertas del comedor se abrieron, mostrando a Emma aún con la ropa del día anterior y un semblante demacrado. Lo primero con lo que se encontró fue la mirada fría y arrogante de su esposo.

“¿Dónde estabas?”, preguntó William con voz fuerte, insensible y fría.

“Lorena, ¿puedes llevar a Alejandro a su cunita?”, Emma le entregó al bebé, pues sabía que las cosas se pondrían feas.

“¿No me escuchaste? ¿Dónde estabas?”.

William se levantó de la mesa y avanzó hacia Emma, parecía un león dispuesto a atacar y Noah no pudo evitar sonreír divertido.

“Vi tus videos en F%cebook, te veías muy feliz. ¿Hiciste muchas amigas?”, preguntó Emma pasando por un lado y sentándose a la mesa.

Tomó su celular y los volvió a buscar, pero habían desaparecido. De inmediato levantó su mirada asesina hacia Noah que ocultó una sonrisa victoriosa.

“Emma… ¿De qué videos hablas? Tal vez te confundiste…”, dijo Noah con una inocencia que nadie le podría creer

“Te ves cansada, pudiste equivocarte por el sueño”.

Emma sonrió divertida, escuchando cada palabra y rebuscó en la galería de su celular, abriendo el video y subiendo todo el volumen.

“Lo bueno es que lo descargué antes de que desapareciera”, agregó Emma con la misma inocencia fingida

“Sí, efectivamente son ustedes…”.

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