Del odio al amor -
Capítulo 38
Capítulo 38:
“Es triste decirlo, pero se tomó la vida con seriedad el día que perdió las piernas… entendió que no era tan fácil alcoholizarse y salir de fiesta, y dejó de hacerlo. ¿Cuánto tiempo crees que pase hasta que se aburra de la vida hogareña?”
“No debes de estar aquí, así que sal por tu propio pie y déjame en paz antes de que llame a alguien”, dijo Emma conteniendo su rabia.
“Recuerda muy bien mis palabras para cuando estés sacando a William de un bar, ebrio y sin poder dar dos pasos seguidos sin caer. Acuérdate de mi visita cuando lo descubras saliendo de una habitación de hotel con otra mujer que no seas tú. “
Al regresar a casa, todos los días Emma recordaba las palabras de Tina, ya fuera mientras veía a William dormir o cuando jugaba con el pequeño Alejandro entre sus brazos, pero siempre había un momento en el día donde la atenazaba el miedo de que lo que le había dicho se convirtiera en realidad.
“Solo te quiso meter miedo. Tuviste que llamar a alguien cuando entró a tu cuarto”, dijo Lorena mientras terminaba de preparar la sopa.
“¿Tú crees?”, preguntó Emma meciendo a su bebé
“¿Qué tal si William extraña esa vida de desenfreno?”.
De pronto su mirada se posó en Rose, que había decidido guardar silencio, pero su rostro expresaba la misma preocupación que Emma sentía.
“¿Tú qué opinas, Rose?”, preguntó Emma con angustia.
“Prefiero mantenerme al margen, Señora”, dijo.
Rose con una sonrisa tímida y salió de la cocina.
Esa noche William se quedó hasta tarde en la oficina, no quería tener pendientes para el fin de semana, pero al no tener una secretaria, el trabajo se había vuelto más pesado.
El edificio estaba completamente vacío con excepción de la seguridad y aunque se podría escuchar el caer de un alfiler, él no percibió el ruido de un par de tacones irrumpiendo en su oficina.
Emma lo vio abstraído en su trabajo y sintió lástima.
“¿Señor Harper?”, preguntó con voz queda y William levantó su mirada cansada hacia ella.
“Señora Harper, ¿qué hace a estas horas de la noche fuera de la cama?”, preguntó William estirándose en su asiento y dedicándole una sonrisa tan encantadora que Emma olvidó todos sus miedos.
“Extraño a mi esposo”.
Se acercó sacando de su bolsa un termo con café caliente y unos bocadillos que puso en la mesa auxiliar.
“Algo me dice que no has comido bien en estos días”.
“No he tenido mucho tiempo”.
William se levantó de su asiento y caminó hacia esa encantadora mujer
“Si quiero un fin de semana tranquilo, debo sacar todo el trabajo esta noche”
“Entonces, déjeme ayudarlo, Señor Harper”, dijo Emma ofreciéndole una taza de café.
“Después de todo, en algún momento fui su secretaria y también parte del departamento de finanzas”.
“Me encanta cuando me dices ´Señor Harper´, de esa forma tan servicial”, dijo William dejando a un lado el café para poder abrazar por la cintura a su esposa.
“Señor Harper, hay trabajo que hacer…”, agregó Emma tentándolo.
“Señorita Gibrand, usted solo me distrae… debería de estar avergonzada”.
Puso a Emma contra la pared mientras su mano buscaba debajo de su falda, acariciando la suavidad de sus muslos, haciendo que las mejillas de su esposa se ruborizaran.
Ese gesto vulnerable en el rostro de Emma, que se tambaleaba entre el gozo y la agonía, enloquecía a William.
Sin dudarlo, metió su mano debajo de esas bragas de algodón, haciendo que Emma perdiera el aliento y se retorciera entre sus brazos.
Lo que había comenzado como una inofensiva visita, terminó en un pasional encuentro sobre el sillón de piel. El cuerpo de Emma se había vuelto un templo para él, donde demostraba su fe y devoción en cada caricia y beso hasta verla temblar entre sus brazos.
“Prométeme que esto es para siempre…”, dijo Emma viéndolo directamente a los ojos, víctima de esas embestidas insistentes y violentas que le arrancaban el aliento.
Era la primera vez que veía duda y miedo en la mirada de Emma.
La llenó de su calor, aferrándose a su delicado cuerpo, sucumbiendo entre espasmos y jadeos. Pegó su frente a la de ella y delineó sus dulces labios.
“Esto es para siempre, Emma… te lo prometo”, contestó con voz cansada, pero comprometida
“Mi hermosa leoncita. Te amo tanto”.
La sonrisa tierna de Emma fue lo último que vio antes de caer completamente dormido entre sus brazos, acurrucado en su pecho, escuchando los dulces latidos de su corazón.
Con un bostezo que casi le desencaja la mandíbula, William se despertó, somnoliento y algo mareado.
Habían pasado la noche en la suave alfombra de la oficina, pero cuando buscó el cuerpo de su esposa, no estaba.
Apenas fue capaz de ponerse los pantalones cuando su esposa entró a la oficina, luciendo tan hermosa y alegre como siempre. Le dedicó una mirada tan profunda y hermosa que lo dejó congelado y con el corazón latiéndole en la cabeza.
“Ya llevé los documentos relacionados con comercio internacional al departamento de finanzas, también saqué las copias que necesitas y agendé las citas pendientes para la semana que viene…”.
No terminó de hablar cuando William la tomó por la nuca y la besó con intensidad.
Emma veía con adoración a William en el jardín, hablaba y jugaba con el pequeño Alejandro entre sus brazos, haciéndolo soltar risotadas que llenaban la casa de vida. Gracias a que lo había ayudado con el trabajo, el fin de semana era de ellos. Suspiró complacida y antes de acercarse una voz la llamó.
“¿Emma Gibrand?”.
Detrás de ella se encontraba un hombre tan alto como William, con una mirada verde como el césped recién cortado. Era la clase de hombre con sonrisa arrogante que tiene la presencia suficiente para despertar envidia en los hombres y el deseo en las mujeres.
“¿Nos conocemos?”, preguntó Emma confundida.
“Señora, él es el Señor Noah Smith”, dijo Rose con un gesto contrariado que no era capaz de ocultar.
“¡Mucho gusto, ´Señora Harper´! He escuchado de usted. Soy un gran amigo de su esposo”, agregó el hombre extendiendo su mano hacia Emma quien dudó en estrecharla.
“¡¿Noah?!”, exclamó William en cuanto lo descubrió.
“¡William! ¡Hermano! ¡Te ves espectacular!”, gritó Noah tan emocionado que el pequeño Alejandro se asustó y comenzó a llorar
“Oh… ¡Qué extraño verte cargando a un bebé!”.
Ambos hombres comenzaron a reírse divertidos y William, al no saber cómo consolar al bebé, terminó entregándoselo a Emma para poder saludar con un fuerte abrazo a su amigo.
“¡Rose! Hoy tendremos un invitado en la mesa”, dijo William con una alegría que Emma nunca había visto en su rostro, ni siquiera por ella.
´Es solo un amigo, ¿tengo que preocuparme? ´, pensó Emma víctima de una punzada de celos.
La comida se inundó de recuerdos que solo eran divertidos para el par de amigos: Noches de borracheras, mujeres de moral dudosa y algunas indecencias.
Emma veía a William y no creía que en el pasado fuera uno de esos chicos ricos y soberbios que usaban sus influencias para cumplir sus caprichos. ¿Pero no fue la clase de hombre que conoció al principio? Solo que más amargado.
“¿Qué les parece si vamos hoy al Crystal Bar?”, preguntó Noah emocionado.
“Hace años que no voy a un bar”, dijo William mordiéndose los labios, en verdad quería ir
“¿Por qué no?”.
De pronto Emma recordó esa plática que tuvo con Tina en el hospital.
´Maldita bruja´, pensó rechinando los dientes.
´ No hay nada de malo, solo va a salir con su amigo, eso es todo, tiene derecho”.
“¿Qué dices, Emma? Ese lugar tiene los mejores cócteles de la zona”, agregó Noah viéndola fijamente con una sonrisa amplia.
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