Del odio al amor -
Capítulo 37
Capítulo 37:
Tomó una de las libretas sobre el escritorio y comenzó a hojearla, encontrándose con apuntes impecables en diferentes tonos de tinta y márgenes coloridos y elaborados.
Emma le quitó la libreta con delicadeza y las mejillas ruborizadas.
“¿Quieres que le pida a Lorena que me consiga una pijama para ti o algo más cómodo?”, preguntó y su rostro se volvió completamente rojo cuando recibió esa mirada profunda y cargada de lujuria de su esposo.
“Emma, ambos sabemos que no dormimos con pijama…”, respondió mientras se quitaba el abrigo y el saco
“Cada noche entraba a tu habitación para verte dormir… encontrándome a un hermoso ángel en lencería… me sorprende que no te despertaras por el ruido de la silla o la sensación de mis caricias en tu piel”.
“¡William!”, exclamó Emma escéptica.
“¿En verdad había hecho eso?”.
“No es mi culpa que desde el primer día muriera de deseo por ti”, agregó antes de arrebatarle un beso cálido y pasional.
Mientras las manos de Emma buscaban a tientas deshacerse de su camisa, William, con habilidad, recorría el cierre del vestido, ansioso por desvestirla.
Cuando Emma consiguió posar sus manos sobre ese firme abdomen cubierto de tersa y cálida piel, la boca de William se apoderó de su cuello.
Rompiendo con la pasión del momento, alguien tocó a la puerta con fuerza y la abrió sin esperar que lo invitaran a pasar. Emma se separó de William de un brinco y sostuvo su vestido con ambas manos mientras Román se asomaba con su aura tenebrosa.
“Quería pasar a darle las buenas noches a mi princesa”, dijo con los dientes apretados y viendo directamente hacia William, con la camisa desabotonada.
“Pero… me diste las buenas noches antes de que subiéramos al cuarto”, dijo Emma completamente ruborizada.
“¿Recuerdas cuando eras pequeña y tenías un mameluco de leoncito?”, agregó Román con media sonrisa.
“No sé por qué me nació compartir ese recuerdo vergonzoso en este preciso momento.
“¡Papá!”.
Emma quería ser devorada por la tierra y no tenía la fuerza para voltear hacia William.
“¿Quieres uno? Te puedo conseguir uno para adulto…”.
“Román no quería que su pequeña durmiera en la misma cama que ese hombre”
“Román… ¿Qué haces aquí? Vamos a la habitación…”, dijo Frida tomando a su esposo de la corbata.
“Solo quería darle las buenas noches a Emma y…”.
“Vámonos… Déjalos descansar…”, agregó Frida y dedicó una sonrisa apenada a modo de disculpa.
Cerró la puerta de la habitación dejándolos de nuevo solos. William no pudo desaprovechar la oportunidad de abrazar por la cintura a Emma y, sin borrar la sonrisa de su rostro, habló en su oído:
“¿Eras una leoncita linda?”, preguntó arrastrando la voz.
“Mi oscuro pasado”, respondió Emma con la rostro ardiendo.
“Solo tenía ocho o tal vez nueve años”.
No sabía lo que hacía.
“Espero que haya fotos de eso”, agregó William conteniendo su risa.
“Ya me las mostrarás después, esta noche tengo pensado hacer algo diferente, te he extrañado mucho en este par de meses…”.
Emma no pudo decir nada más, pues las manos expertas de William le arrebataron el aliento en cuanto siguió desnudándola y acariciándola con ese ardor que la hacía retorcerse, mientras los dulces labios de su amante silenciaron los suyos.
“Esta casa no es hotel y…”.
Román estaba completamente indignado y deseaba regresar sobre sus pasos y mandar a William a dormir a la sala.
“Ya están casados. ¿Qué quieres evitar? ¿Qué Emma se embarace? Lamento decirte que te tardaste”, respondió Frida divertida.
“No puedo con la idea de que ese barbaján le ponga las manos encima a mi princesita”.
El rostro de Román se volvió una mueca de angustia y frustración.
“Esta noche no podré dormir”.
“Entonces… tendremos que aprovechar el tiempo de otra manera”, agregó Frida y se deshizo de la bata que cubría su cuerpo ante la entrada de su habitación, mostrando la lencería de color vino que tanto le gustaba a Román, despertando su lujuria.
“¿Intentas seducirme?”, preguntó Román con su voz ronca, pereciendo ante esa imagen angelical que despertaba al demonio en su interior.
“No lo sé… ¿Está funcionando?”, respondió Frida entrando a la habitación sin darle la espalda a la bestia en la que se estaba convirtiendo su esposo.
Román le dedicó una sonrisa arrogante antes de abalanzarse hacia ella y devorarla con deseo mientras la lencería era desgarrada y terminaba en el suelo junto con el resto de la ropa.
Los meses pasaron y todo era júbilo y cariño. Emma regresó a la residencia de William y conforme su vientre crecía, dejó a un lado la escuela y el trabajo.
Tanto Frida como Román la visitaban con frecuencia, ansiosos por conocer a su primer nieto, incluso Benjamín, que su cuerpo ya no era tan fuerte como antes, visitó un par de veces a Emma, llenándola de regalos y golosinas.
William era un esposo ejemplar, acompañaba a Emma a cada revisión médica y cumplía sus antojos más bizarros. Para él, su prioridad era ella y el hijo que cargaba en su vientre. Siempre llegaba con algún regalo para complacerla y las flores rosas nunca faltaban en la casa, así como las palabras dulces.
Cuando el día llegó, Frida se mantuvo al lado de su hija hasta el momento del parto, después William tomó la mano de Emma y secó su sudor con ternura, sufriendo por verla consumirse en dolor, pero cuando el llanto del recién nacido invadió el quirófano, todo cambió.
El pequeño iluminó el rostro de sus padres, haciéndolos olvidar la faena tan agotadora. Ese día William comprendió las palabras de Emma y supo, al ver a su pequeño e inocente bebé, que daría lo que fuera por él.
Estaba creando una familia con la mujer a la que amaba, tenía un trabajo prometedor y su vida era maravillosa.
Aunque el pequeño Alejandro tenía su cunero, Emma lo cargó hasta dejarlo a su lado en la cama y ahí lo cuidó con paciencia y todo su amor para consolar su llanto, esperando que la doctora la diera de alta y poder regresar a casa.
La puerta de su habitación se abrió y ella creyó que se trataría de la enfermera o tal vez la doctora. Temía que la regañaran, pero no se arrepentía de haberse llevado a su pequeño. Le partía el corazón escucharlo llorar lejos de ella.
“Lo lograste…”.
La voz de Tina le puso los cabellos de punta y de manera instintiva, abrazó a su pequeño hijo de manera protectora.
“Has parido al hijo del hombre que amas, estás felizmente casada, tienes una casa bonita, el amor de tus padres y todo tu futuro pinta de maravilla”.
Retomarás la escuela y cuando te recibas como economista, de seguro te volverás jefa del departamento de finanzas de la firma de abogados Harper. Tal vez tengan un par de hijos más antes de envejecer juntos… ¿No?
“¿Qué quieres, Tina?”, preguntó Emma viéndola con recelo.
“Advertirte…”, respondió y torció el rostro en una mueca de desagrado.
“¿Por qué crees que la propia familia de William no confía en él? Su padre le dejó la firma a su hermano porque sabía que no era responsable. William podrá ser un hombre capaz e inteligente, pero los vicios lo pierden. Era borracho, fiestero y mujeriego… no se tomaba nada en serio. ¿Cuánto tiempo crees que le dure está faceta de esposo encantador y buen padre?”
“¿Y tú crees que no sé reconocer a una bruja perversa y dañina cuando la veo? ¿Qué esperas? ¿Llenarme de miedo y que desconfíe de mi esposo? ¡Por favor! Eres la persona menos adecuada para hacerme dudar”, dijo Emma molesta.
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