De odiarnos a amarnos
Capítulo 32

Capítulo 32:

“Crees que yo no puedo darte ese amor aburrido…”, dijo William con las manos en los bolsillos y agudizando su mirada.

“No eres así y no pienso obligarte a cambiar”, agregó Emma acercándose lentamente, como quien desea acariciar a un león, pero teme terminar sin mano.

“En verdad… estoy muy feliz porque hayas decidido operarte y que ahora puedas caminar. Me hubiera gustado estar a tu lado y apoyarte en esos momentos, que no estuvieras solo en el hospital. Sé lo complicado que puede ser…”.

William notó esa nota de tristeza en sus palabras y le dio curiosidad la nostalgia con la que hablaba, después de todo, él desconocía la enfermedad que había asolado a Emma durante su infancia.

“Pero ahora que estás bien, sé que una vida de casados, aburrida e insípida, no es lo tuyo. Si en silla de ruedas no había mujer que pudiera saciarte, menos ahora”, dijo Emma con una sonrisa apagada.

“¿Qué pasa si ya la encontré? “ William redujo aún más el espacio entre los dos.

“¿Qué tal si tú eres esa mujer que puede saciarme?… y no me refiero solo en la cama…”.

Con sus largos dedos, William acomodó un mechón castaño y acarició la mejilla de Emma, deleitándose con su suavidad.

“Diría que estás mintiendo…”.

La respuesta de Emma lo hizo sonreír con tintes amargos.

“¿Crees que si fuera mentira no te llevaría tatuada en mi piel?”.

Abrió su camisa y mostró su pecho, luciendo ese viejo tatuaje de as de picas y encima, unas líneas amplias que parecían atravesarlo como arañazos.

Cuando Emma posó sus dedos sobre los rasguños tatuados, se dio cuenta que empataban perfecto con sus uñas, eran los mismos que ella le había ocasionado la noche anterior. Retiró la mano sorprendida.

“Marcaste mi piel con fuego, mi hermosa Emma… si crees que llevar tus rasguños sobre el corazón no es suficiente, entonces tatuaré tu nombre. ¿Crees que te sería infiel llevándote en mí?”, dijo William viéndola directo a los ojos.

“¡¿Estás loco?! No te atrevas a tatuar mi nombre…”, dijo Emma y se sintió diminuta cuando William posó cada mano al lado de su cuerpo, atrapándola contra la pared.

“¿Qué mejor forma de marcar tu territorio?”.

Tomó las delicadas manos de Emma y comenzó a besar dedo por dedo

“¿De qué otra manera puedo demostrarte que te pertenezco? ¿Cómo quieres que aclare que me tienes a tus pies?”.

“No tienes que hacerlo… y menos ahora que estoy decidida a confesarme ante las autoridades”, respondió Emma cabizbaja

” ¿Qué sentido tiene declararte mío si este matrimonio forzado se disolverá? No pienso esperar a que tu padre encuentre una manera nueva de sabotear a mi familia a través de mí. Ya me cansé”.

William besaba con tanta devoción sus dedos, que Emma estaba absorta, atenta a esos labios delgados que jugueteaban en sus manos.

“Emma, admito que me comporté como un completo imbécil… involucrarme con esa sirvienta mientras tenía a una hermosa esposa de ojos celestes, fue estúpido. “

Tomó el rostro de Emma entre sus manos y comenzó a dejar pequeños y dulces besos con cada palabra.

“Y te pido perdón si te lastimé… pero si estoy aquí, de pie, es por ti. No quería casarme contigo, eso es verdad… pero ahora no sé lo que haría sin ti. Esos meses me atormentó tu ausencia. Jamás creí que sería capaz de extrañar a alguien cómo te extrañé a ti…”.

“¡Ajá! ¿Quieres que te crea cuando siempre te pavoneas con una mujer nueva?”.

Emma aún no estaba segura de creerle, pero cada beso la hacía olvidar su rencor.

“Gina es solo mi ayudante”.

Una sonrisa socarrona se dibujó en los labios de William

“Sabía que estarías presente en ese juego de póker y quería comprobar que seguía siendo importante para ti”.

Admito que no fue la forma más ortodoxa, pero te ves encantadora cuando mueres de celos.

“¡Eres un…!”.

Emma exclamó furiosa y antes de terminar su frase, William la besó con ternura en los labios, silenciándola con miel.

Poco a poco el cuerpo de Emma comenzó a perder su rigidez y ceder ante la dulzura de William. Se abrazó a su cuello, profundizando el beso y dejando que su cuerpo comenzara a consumirse entre sus brazos.

Su piel ardía y de manera inconsciente una de sus piernas comenzó a trepar hasta acariciar con la rodilla la cadera de William, que de inmediato comprendió los deseos de su mujer.

“Seré un maldito mujeriego, egoísta y arrogante… pero soy tu esposo y merezco una oportunidad para redimirme y ser el hombre con el que despiertes cada mañana, demostrarte que eres dueña de cada uno de mis pensamientos”, dijo contra los labios de Emma dedicándole una mirada profunda y llena de deseo.

De pronto alguien tocó a la puerta, era lo que había pedido William, justo a tiempo.

William limpiaba con minuciosidad los restos de crema batida de la espalda de Emma, su lengua se volvía una tortura insoportable cada vez que se paseaba recogiendo los rezagos dulces de la pasión que habían derrochado en la cama, y terminaba su trabajo de limpieza con un beso.

“A ver… ¿Qué pasó aquí?”, se preguntó Emma aferrándose a una almohada.

´Según mi plan, le diría que no pienso seguir su juego, lo abofetearía y saldría indignada con mi equipaje. ¿En qué momento terminé cubierta de crema batida y con las piernas temblorosas?´.

Encajó el rostro en la almohada, avergonzada de su poca fuerza de voluntad.

“¿Por qué sigues usando la silla de ruedas?”, preguntó sin voltear hacia él.

“Aún no me conviene que algunas personas sepan mi nueva condición, entre ellas, mi padre…”.

Se levantó de la cama y se sirvió un poco de whisky ante la mirada sorprendida de Emma. Era su esposo y ya se había entregado a él repetidas veces en ese corto tiempo, pero aun así se sonrojaba al verlo completamente desnudo.

“No soy como él, Emma…”.

“No, eres malo a tu manera…”.

La sonrisa de William se hizo más grande. Cuando volteó se encontró con esa encantadora criatura envuelta en las sábanas, desviando la mirada, mostrándose claramente avergonzada.

De pronto alguien tocó a la puerta y desde afuera se escuchó la voz de Gina.

“¡William! Llegó la modista que solicitaste…”.

“Dile que me dé… una hora. Mantenla ocupada”, respondió William acabándose su trago de una sola intención.

“¿Por qué tanto tiempo?”, preguntó Emma.

“Tomaremos un baño”, respondió William dejando su vaso y avanzando directo hacia ella.

“Estás pegajosa por la crema batida, no querrás arruinar los vestidos cuando te los pruebes”.

“Traje mis propios vestidos, no necesito más”, respondió Emma avergonzada al pensar en tomar ese baño con él.

“Además… ¿Una hora?”.

“Es que nunca te habías bañado conmigo…”, dijo William inclinándose a su oído, llegando con esa voz ronca hasta el corazón de Emma.

Antes de que pudiera escapar, William la tomó en brazos y la llevó al baño. Entre más probaba su piel, más adicto se volvía a ella. Su rostro sonrojado, sus labios entreabiertos y esos ojos que brillaban desconcertados, no había nada en Emma que no le gustara.

Dentro de la regadera, lo último que hicieron fue tomar un baño. William apresó a Emma, que se mostraba nerviosa y con ganas de huir. Era como un conejito asustado entre sus brazos y eso le hacía perder la cabeza.

Contra las paredes de azulejo negro, William la hizo suya, mientras el agua tibia cubría sus cuerpos y las pequeñas manos de su esposa se aferraban a él.

Estaban disfrutando de una luna de miel tardía, encontrando consuelo a sus pasiones y olvidándose por breves momentos de la forma en la que sus vidas se habían unido.

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