De odiarnos a amarnos -
Capítulo 31
Capítulo 31:
“Quiero un beso”, dijo William inclinándose hacia ella.
“¿Es mucho pedirle a mi esposa?”.
Su ronroneo juguetón y esa actitud insolente y astuta causaban estragos en Emma, quería ceder y al mismo tiempo rehusarse, pero solo tuvo que ver esos ojos avellana para estar segura de que ella deseaba acceder a su petición.
Se inclinó hacia William y sus labios se encontraron ante los ojos de todos, quienes querían disimular no ver nada, pero estaban asombrados.
Las bocas estuvieron unidas el tiempo suficiente para que las mejillas de Emma se ruborizaran, dándoles ese color tan encantador que William adoraba, pues sabía que era él quien lo provocaba.
“Es de valientes intentar pretender a la hija de un hombre como Román Gibrand”, dijo Johan sorprendido por ese gesto romántico antes del desayuno
“Pero conseguir ser su yerno me hace pensar que el Señor William es más de lo que aparenta”.
William le dedicó una mirada profunda y fulminante a Bastian, mientras sonreía orgulloso.
Emma se sentía aturdida después del desayuno.
Mientras William fue con Mike y Gina a su oficina sin dar más explicaciones, ella terminó en la barra del bar, pidiendo un jugo con granadina, no era afecta al alcohol.
“Así que se redimió”, dijo Bastian al recargarse a su lado.
“Ayer se presentó en la mesa de póker con esa mujer en sus piernas. Todo el juego se mantuvo cotilleando con ella de manera coqueta y hoy te presenta como su esposa… y tú no pareces ofendida…”.
Emma se mordió los labios y se escondió detrás de su vaso.
“Creo que solo nos está demostrando el poder que tiene sobre ti y la ventaja que le da ante tu padre. Es un hombre muy inteligente”.
“Bastian si tus intenciones son…”.
“Me da coraje, Emma… ¿Dónde quedó la feroz niña que no se dejaba pisotear? ¿Dónde está la mujer que parecía determinada a que nadie la humillara? De pronto llega este idiota y pone su pie en tu cuello mientras toca las piernas de otra y… ¡tú no haces nada!”, dijo desesperado.
Por primera vez expresaba su sentir de manera sincera. No se trataba de enamorarla, se trataba de expresar su decepción
“¿Te volverás como esas mujeres que permiten infidelidades mientras tengan el título de esposa y acceso a la cartera de su esposo?”.
Emma volteó sorprendida por sus palabras y sin dudarlo, abofeteó a Bastian enérgicamente, haciendo que el rostro de quien alguna vez fue su amigo se torciera hacia un lado.
“¿Cómo te atreves a hablarme así?”, dijo con voz temblorosa pues el futuro que había propuesto le aterraba. ¿Se volvería esa clase de mujer?
“Al principio creí que mi madre era la única que carecía de amor propio… pero ahora me doy cuenta de que mujeres así, abundan”, expuso con media sonrisa y levantó su mirada oscura y llena de decepción hacia Emma.
“Siempre te consideré una chica tonta, sentimental y noble, pero determinada a no ser humillada ni usada como juguete, sin embargo, me equivoqué… eres igual que todas, que decepcionante”.
Por unos segundos se vieron en silencio, la mente de Emma era un caos y su corazón estaba roto.
Quería llorar y negar a viva voz sus palabras, pero ¿No era cierto? En la mañana William se había presentado con Gina sobre sus piernas y por la noche se había llevado a Emma a la cama. ¿Cómo estaba segura de que hoy no tendría a otra mujer a su lado?
Emma se dispuso a regresar a su habitación, sabiendo que lo que sentía y lo que pensaba, no congeniaba. Cuando llegó al cuarto vio a Lorena luchando por retener sus maletas.
“¿Qué ocurre?”, preguntó alterada mientras un grupo de hombres sacaban todo su equipaje.
“¡Se están llevando tus cosas!”, exclamó Lorena colgada de una maleta.
“También te llevarán a ti si no te sueltas”, dijo Álvaro resoplando.
“¿A dónde se las llevan?”.
Emma arrebató uno de sus bolsos de las manos de ese guardia que la había retenido ayer.
“Al pent-house del Señor Harper”, respondió el guardia tomando de nuevo el bolso.
“¡¿Qué?!”, exclamó Emma exaltada.
“Emma… es tu esposo… y estos hombres solo siguen sus órdenes, si quieres hacer algo, deberías de hablar con William”, dijo Álvaro torciendo la boca.
No le agradaba ver a Emma en las garras de ese hombre, pero no podía hacer más de lo que ella podría hacer.
“¡Llévame con tu líder!”, exigió Emma cruzada de brazos y echándole una mirada de muerte al guardia con su bolso bajo el brazo.
En el pent-house, William veía por los amplios ventanales la hermosa vista de la ciudad acompañado de una copa de whisky. Su camisa tenía los primeros botones desabrochados y parecía pensativo.
“¿Señor? Su esposa quiere hablar con usted”, dijo el guardia apenado y Emma pasó por su lado, avanzando con paso firme hacia William.
Durante el camino había pensado en todo lo que le diría, en como exigiría respeto y autonomía. Era su esposa, no su juguete ni su mascota y se lo dejaría claro.
Con el ceño fruncido y los puños apretados, atravesó la habitación donde había derrochado pasión la noche anterior y cuando abrió la boca para comenzar a reclamar, William dio media vuelta y su mirada divertida y media sonrisa la detuvo en seco, suavizando su mirada y aflojando sus puños.
Con la boca abierta, la mente de Emma se quedó en blanco, todo su discurso se había esfumado. ´Sabía que tenía que anotar lo que iba a decir´, pensó frustrada mientras la mirada de William se dedicaba a recorrerla de pies a cabeza.
“Necesitarás un vestido para esta noche…”, dijo William en un suspiro y bebió de su vaso
“Ya mandé a traer a la mejor modista de la ciudad para que te muestre sus vestidos y los ajuste a tu cuerpo. No debe de tardar.” Con toda tranquilidad, William pasó al lado de Emma.
El feroz toro que se había lanzado al ruedo ahora estaba paralizado y confundido.
“¡Oye no! ¡Yo vine aquí por un motivo!”, exclamó indignada y volteó hacia William, esforzándose por mantener el ceño fruncido.
Su esposo parecía paciente y atento, sentado en el borde de la cama, viéndola fijamente y con una sonrisa que amenazaba con explotar en carcajadas.
“¡Anda! ¡Ríete! ¡Pero no creas que se me olvidó que estoy enojada contigo!”, exclamó Emma y en el fondo de su corazón sabía que era mentira.
“¿Estás enojada conmigo? Puedo arreglarlo como lo hice anoche”, dijo William levantándose de la cama y comenzando a desfajarse la camisa ante la mirada perpleja de Emma.
“¡Estoy hablando en serio!”.
La voz de Emma tembló en la última sílaba y retrocedió un par de pasos.
“Yo también hablo en serio. ¡Mike!”, exclamó y su ayudante se asomó por la puerta.
“Quiero que me manden jarabe de chocolate y crema batida…”.
“Sí, Señor”, respondió Mike con seriedad.
“¿Para qué quieres que traigan eso? A mí no me gusta la crema batida…”. Emma retrocedió hasta que su espalda terminó contra el ventanal.
“Descuida, es para mí”, respondió William y cuando notó un leve alivio en el rostro de Emma.
“Para comerla directo de tu piel”, agregó William.
Los ojos de Emma se abrieron de par en par y su mandíbula se desencajó. Quiso exclamar, pero el aire le faltaba y la mirada depredadora de William la intimidaba. Se escabulló, manteniendo la distancia.
“¡William! ¡Ya basta!”, exclamó Emma y su mano se posó sobre el zafiro que pendía de su cuello, agarrando valor y recordando las palabras de Bastian.
“Esto es serio…”.
Al notar el cambio de humor en su esposa, William decidió quedarse quieto y en silencio.
“No pienso ser una esposa abnegada que se queda callada mientras estás con otras mujeres. A ti te gusta la opulencia y el libertinaje, tener una mujer diferente en tu regazo cada mañana, y yo… yo solo quiero tranquilidad, quiero un amor aburrido, quiero amanecer con el mismo hombre todas las mañanas y ser exclusiva en su vida y que él lo sea en la mía. Tú y yo no pensamos igual.”
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