Corazón esteril -
Capítulo 8
Capítulo 8:
Pov Izar
”No te fue tan mal Izarcito así que punto para mí”.
“Ya cállate”, digo con aburrimiento
“Vamos a desayunar, yo escojo el restaurante y tú invitas”.
“¿Te he dicho alguna vez que te detesto?”.
“Todos los días”, lo oigo bufar mientras yo sonrió sacudiendo la cabeza…
“Buenos días Señor Messina, tiene algunos mensajes de dos proveedores y su abogado estuvo pidiendo una cita, quiere verlo para que firme algunos contratos”, dice mi asistente mientras me ve entrar a la oficina.
“Buenos días Vannesa, pase mis mensajes y dígale al abogado que lo espero aquí en una hora”.
“Si, Señor”.
Asiente hacia mí y regresa a su lugar. Entro a la oficina y me dirijo al reclinable.
Antes de empezar el día necesito un respiro, ayer fue Albert insistiendo hasta el cansancio para llevarme a ese bar, después encontrar a Isabella, pasar una noche increíble con ella y como cereza del pastel amanecer solo como si hubiera sido la chica en turno, me ha dejado exhausto mentalmente.
Recuerdo los días cuando estaba con Renata, todo parecía estar en su lugar, cómo si el puzle hubiera sido resuelto a la perfección y de pronto, todo cambio.
Estos cuatro años fueron difíciles, jamás pensé verme sin ella… por lo menos no tan pronto. El recuerdo de Isabella me invade. Su aroma, sus ojos, su voz… toda ella.
Sus rodillas raspadas que fueron el pretexto que el universo uso para que la cruzará por mi vida. ¡Bueno! creo que como anécdota y recuerdo será muy bueno.
Decido dejar de divagar y comienzo a revisar la documentación que se encuentra en el escritorio. Ha pasado un buen rato en el que he estado sumergido en el trabajo cuando suena el interfón.
“Señor Messina, la señorita Carol está aquí y pide verlo.
“¿Ya llegó el abogado?”, pregunto antes de recibir a Carol.
“Aviso que llegará en 10 minutos Señor Messina”.
“Está bien, que pase”.
“Si señor”.
Se abre la puerta de la oficina y Carol entra en toda su majestuosidad, se contonea entallada en una falda que resalta sus largas piernas, su rostro enmarcado por cabello negro hasta el hombro, sus ojos grandes color miel, su rostro afilado y con perfecto maquillaje.
Es una mujer bella, no puedo negarlo, pero su frivolidad y frialdad tan distinta la dulzura de Renata la hacen tan poco atractiva para mí. Me pongo de pie para saludarla.
“¡Hola querido!”, dice besando mi mejilla, seguramente dejando una marca muy visible de su labial.
“Hola, Carol ¿A qué debo el honor de tu visita?”, digo mientras la invito a sentarse.
“Quiero comentarte algunas cuestiones sobre Amelie y Logan”.
“¿Pasa algo con mis hijos?”, pregunto un poco exaltado.
“No, ellos están bien. Supongo que mis papás los traerán hasta la noche, estaban fascinados con ellos está mañana que los visité…”.
Me relajo un poco al escucharla, desde que perdí a Renata me es difícil soltar a mis hijos, me aterra pensar que puedo perderlos.
Me recargo nuevamente en el respaldo y junto las manos sobre el escritorio mirando a Carol, esperando a que continúe.
“De lo que quiero hablar es que siento que ya les hace falta una imagen materna en casa”, dice cruzando la pierna en un movimiento para nada recatado.
“Creo que sería un buen momento para que mude a tu casa y puedan empezar a sentir ese calor de hogar, necesitan alguien que los cuide”.
“Tienen quien los cuide, están Hanna y Lisa, los han visto desde que nacieron y no tengo queja alguna de ellas”, le digo.
“Hanna es mi ama de llaves y tiene toda una vida trabajando con la familia, ella misma es parte de mi familia y Lisa es la Nana de ambos, llegó cuando Amelie nació hace 7 años apoyaba 100% a Renata”, continué diciendo.
“Cuando llegó Logan hace 4 años que se quedaron solo a mi cuidado ellas fueron quienes después de la familia más me apoyaron a qué ambos se sintieran en un hogar y resintieron lo menos posible la ausencia de su madre”, terminé de explicarle.
“¡Pero no es lo mismo Izar! Yo soy su familia, unas empleadas no pueden quererlos, ni cuidarlos como yo lo haría, son mis sobrinos y Renata estaría más tranquila de que sea su hermana quien crie a sus hijos, no unas desconocidas”.
Esquivo su mirada y giro la cabeza a mi derecha, enfoco la vista en el gran ventanal que da a la ciudad. No quisiera tener que poner en claro este tema de nuevo.
Desde que murió Renata es lo mismo, Carol queriendo entrar a la casa por cualquier motivo, los niños, mi depresión, hasta la preocupación por: ¿Quién y de qué manera nos alimentará?
Me toma por estúpido pero se sus intenciones y no quiero darle más alas de las que sola ha tomado.
“¡¿Qué demonios te paso en el cuello?!”, pregunta.
Pregunta totalmente tensionada, al girar el rostro para mirarla casi puedo asegurar que escucho sus dientes rechinar de tan apretada que veo su mandíbula.
“¿Disculpa?”, pregunto sin entender que le sucede.
“¡Tienes un chupetón en el cuello Izar!”, cada vez se altera más y sube más la voz.
“¿Cómo es posible que le hayas hecho esto a Renata? Te fuiste a revolcar con una p%ta que hasta el cuello marcado te dejó”, se levanta del asiento y cruza los brazos bajo su busto mirándome con profundo rencor.
“No tienes un céntimo de respeta, ni vergüenza ¡Te creí una persona intachable!…”.
La miro sin poder creer la rabieta que está montando, sus mejillas están rojas supongo por el enojo que tiene. La escucho parlotear y analizo cada palabra que sale de ella.
“¿Qué clase de padre eres? ¿Este es el ejemplo que les vas a dar a los niños?”.
“¡Hasta aquí Carol!”, me mira esperando que continúe.
“Te respeto por ser la tía de mis hijos, la hermana de Renata, pero no voy a permitir que te inmiscuyas en asuntos que no te atañen y mi vida privada es eso… un asunto que no es de tu incumbencia”, me levanto de mi asiento y me acerco a ella porque voy a dejar este asunto en claro de una buena ves.
“Hace cuatro años tu hermana se fue, me dolió como nunca me había dolido nada en la vida pero tuve que continuar por nuestros hijos, he respetado y honrado su memoria durante estos 4 años, soy un padre presente y amoroso, ¡Así que no te atrevas a insinuar que mi vida privada tiene que ver con mi forma de criar a mis hijos!”, me mira sin poder creer que le estoy hablando así, rojo por la furia.
“Y respondiendo a tu pregunta lo único que hice con Renata fue amarla y respetarla hasta su último soplo de vida y la amare siempre, pero ella ya no está aquí y si yo decidiera rehacer mi vida con una mujer que considere pueda ser mi compañera, no es discutible, ni señalable”, la miro contener una lágrima que quiere traicionarla.
“Tengo 32 años, no soy un crío que puedes manejar como te venga en gana. Nadie, absolutamente nadie tiene injerencia en mi vida y te voy a pedir que sea la última vez que te tomes estás atribuciones. ¿Entendido?”.
No contesta nada y solo sale de mi oficina como alma que lleva el diablo.
Pov Isabella
Estoy sentada en mi oficina, con las manos a cada lado del teclado
Me siento desconcertada, llevo una hora sentada frente al computador y no sé qué rayos hacer o por dónde empezar. Definitivamente mi cabeza no está aquí, se quedó entre las sábanas de Izar.
No dejo de pensar en su cuerpo bajo el mío, cierro los ojos y puedo ver los suyos mirándome, frunciendo sus poderosas cejas antes de echar la cabeza atrás invocando al cielos de los cielos, mientras se corría dentro de mí.
¡Cielos me estoy volviendo loca! No puedo estar pensando así de un casado, que además de todo tiene un hijo o hija y que es un hijo de p%ta que me follo en su cama donde seguramente duerme con su esposa.
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