Corazón esteril
Capítulo 53

Capítulo 53:

“Que la mujerzuela de tu ex esposa está embarazada y nada menos que está esperando gemelos ¿Puedes creerlo?”.

“No es verdad ¡No! ¡No maldición!”, lo escucho maldecir mientras seguramente está acabando con todo a su paso porque oigo como rompe y rompe cosas.

Pov Izar

Siento que voy a enloquecer, esta angustia me está matando.

Camino como bestia enjaulada mientras la policía está interrogando a Amelia y Octavio sobre los movimientos de Carol. Amelia llora inconsolable pero justo en este momento que yo mismo no halló consuelo sus lágrimas me saben a nada.

Un sentimiento de culpa se desborda de mí. Esta es mi responsabilidad. ¡Fui un imbécil! No debí de escucharlos, no debí de esperar para ponerle un alto.

Por lo menos debí advertirle a mis hijos sobre Carol, decirles que no podían confiar en ella, pero querer protegerlos y que esta m!erda no los tocará también fue una estupidez. Esa mujer pudo llevárselos en medio de nosotros porque ellos confían en ella, no los obligó, ellos se fueron por su propio pie.

Y me duele tanto que ella aproveche ese amor que le tienen para tratar de lastimarnos. Ahora mis hijos están en sus manos y me llena de dolor, de rabia, de impotencia no poder hacer nada más que esperar.

Miro a todos a mí alrededor y veo lágrimas, caras de desconcierto y no puedo más. No puedo quedarme con los brazos cruzados. Subo las escaleras en busca de mi chaqueta y cuando entro a la habitación. Siento que alguien entra detrás de mí.

Al regresar mis ojos veo a Isabella recargada en la madera de la puerta con los ojos rojos e hinchados, la nariz muy roja y el cabello levantado en una coleta que se ve más como un desastre.

Verla ahí me quiebra un poco más, se ve destrozada pero no ha querido ir a dormir, han sido casi veinticuatro horas agonizantes, dónde no sabemos ni siquiera por dónde empezar.

Regreso mi mirada al clóset y saco la chaqueta que uso para la moto, me pongo unos jeans, todo bajo la mirada de Isabella. Cuando estoy a punto de sacar las botas siento su mano posarse suavemente en mi brazo y justo en este momento su toque me duele.

“¿A dónde vas Izar?”, pregunta con esa voz enronquecida de tanto que ha llorado.

Y me siento un inútil que no he sabido protegerla a ella, a Renata, ni a mis hijos. Esa realidad me golpea y me hace presa de los peores sentimientos.

“Tengo que salir a buscarlos, no puedo quedarme aquí viendo cómo pasan las horas y yo sin hacer nada cuando ellos están en manos de una psicópata”.

“Mi amor se está haciendo todo lo humanamente posible, ya se avisaron a todos los aeropuertos, terminales camioneras, la policía de todo el país está alerta, los van a encontrar pronto”, dice con la voz entrecortada como si necesitara creerlo ella misma.

“Necesito salir de aquí, necesito hacer algo ya que no pude protegerlos por lo menos tengo que hacer el esfuerzo de salir a buscarlos”.

“No es tu culpa…”.

“¡Claro que es mi culpa! Bajo mis narices mataron a Renata, bajo mis narices te abusaron a ti…”.

Veo como la simple mención le duele.

“Y por si fuera poco bajo mis narices se llevan a mis hijos”.

Me dejó caer en el colchón y llevo mis codos a las rodillas y escondo mi cabeza entre mis manos. Como si una presa se rompiera, el llanto que no salió desde que me enteré sale de manera dolorosa y violenta.

Mis hombros suben y bajan y aunque trato de no gritar como todo mi cuerpo me lo pide, dolorosos gruñidos salen de mí pecho que se acompañan de algunos espasmos.

Siento el pequeño cuerpo de mi mujer cubrirme y tratar de darme un poco de calma, pero no puedo, simplemente no puedo. Mis bebés están lejos y en peligro y yo siento que cada segundo sin ellos es una caída más profunda para mí alma.

“Déjame ir contigo, déjame buscarlos contigo…”.

Al escucharla levanto mi rostro y la veo, veo lo rota que está, lo mucho que está sufriendo al igual que yo.

“Yo también soy responsable de su bienestar, son míos Izar… y ella se los llevó por mí”, sus lágrimas bajan sin detenerse.

“Déjame ir, no me dejes sola aquí”.

Me levanto y la abrazo, la aprieto tan fuerte que siento sus latidos golpeando contra mi pecho y ahí los dos, en medio de un dolor que no le deseo a nadie, nos sostenemos, ambos nos sostenemos para estar firmes para ellos.

Todos los noticieros están inundados de las fotos de mis hijos, las llamadas no cesaban hasta que se les pidió dejarán libre la línea por si la secuestradora llama para pedir algún rescate.

Han sido cuarenta y cinco horas del terror más espeluznante que se puede sentir. En este momento están cateando la casa de Carol y sé que pronto encontrarán toda la podredumbre detrás de ella.

Solo sigo pidiéndole al cielo que ellos estén bien, si lo que quiere es estar conmigo debe estar consciente de que si los lástima jamás la perdonaré.

‘Por favor cielos, protégelos’

Albert y Lily han dado el todo yendo y viniendo para hacer papeleo.

Leonel y Leonardo están aquí pendientes de todo, sobretodo de ella que a pesar de que trata de verse tranquila sé que está deshecha.

Mis padres no se han ido y creo que son de gran ayuda para mí porque en momentos mi padre es mi ancla para no perder mi m!erda.

Los padres de Renata han ido y venido. Amelia está destrozada al saber lo que hizo su propia hija a sus nietos. Hemos buscado en las propiedades de su familia y nada, pareciera que se los trago la tierra.

Acaba de venir el detective y le entregué los pasaportes de mis hijos, nos informó que todas las fronteras están avisadas al igual que la interpol. Cuando Carol caiga, se va a ir directo al infierno.

“Señor Messina, me han informado que encontraron algunas cosas interesantes en el departamento de Carol Copper. Necesito que usted las vea”.

“Si detective…”, el sonido del teléfono me interrumpe.

“Conteste Señor Messina”, me dice mientras se colocan los audífonos.

“Si es ella trate de alargar la llamada para rastrearla”.

“Diga…”, contesto lo más tranquilo que puedo pero las manos me sudan. Puedo ver a Isabella acercarse poco a poco.

“¿Papi…?”.

Oigo la voz de mi hija y casi quiero caer de rodillas. ‘Gracias cielos’

“¿Amelie? Bebé ¿Dónde están?”, cuando todos en la casa escuchan pronunciar el nombre de mi torbellino lágrimas silenciosas caen y miran al cielo agradeciendo.

“Estamos en la playa papá, la Tía Carol dijo que ustedes nos alcanzarían pero no han venido, Logan los extraña y yo también”.

Trago el nudo en mi garganta.

“Si bebé lo lamento mucho, hubo un contratiempo pero ya vamos por ustedes. ¿Están bien?”, pregunto haciendo tiempo para que la llamada sea rastreada.

“Si papi estamos bien, solo ya vengan. Los extrañamos mucho a los dos”, el oficial me hace la seña de que ya localizo la ubicación.

“No le digas a Tía Carol que ya hablaste conmigo mi amor, que sea sorpresa,

“Ella no quería que te llamara, aproveche porque se está duchando. Papá… ¿Si vas a venir?”, escucho el miedo en su pequeña voz.

“¿Alguna vez te he mentido?”, le pregunto para tranquilizarla.

“No, papi”, dice más tranquila.

“Ya cuelga, ya vamos para allá mi amor”.

“Los amamos papi”, dice y sé que incluye a Isabella en la ecuación.

“Y nosotros a ustedes mi torbellino”.

“¿Papi..?”.

Cuelga y yo siento que el corazón me va a explotar.

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