Corazón esteril
Capítulo 49

Capítulo 49:

Los minutos se me están haciendo eternos y justo cuando pienso que estoy a punto de enloquecer una enfermera sale de la puerta de cristal.

“Familiares de Isabella Lennox…”, mi corazón da un brinco dentro de mí.

“Es mi prometida”, digo lo más tranquilo que puedo acercándome a la mujer que me mira sobre sus gafas y hace alguna anotación en la carpeta que trae en las manos.

“Su prometida reacciono y está ahora con el médico, sígame por favor”.

La sigo en silencio sintiendo el corazón martillar fuerte en mi pecho y mis manos sudar.

Llegamos a una habitación y la enfermera me cede el paso y ahí la veo sonriente acostada en la camilla con el color de nuevo en su piel y eso hace que expulse todo el aire retenido sintiendo que la tranquilidad regresa a mí.

A su lado un doctor que aparenta unos cincuenta y tantos me recibe también con una sonrisa. No pierdo tiempo y me acerco a ella tomando sus mejillas y dándole un pequeño beso,

“¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?”, le digo detallando su rostro.

“Me siento bien amor, perdona por el susto que has de haber pasado”.

Niego sonriéndole. Regreso la vista al doctor.

“¿Qué es lo que le pasó?”.

“Aún no lo sabemos ¿Señor…?”, pregunta el doctor.

“Izar Messina, un gusto”, me acerco y estrecho su mano.

“Mucho gusto Señor Messina, soy el Doctor Lawrence. Cómo le decía aún no tenemos claro que sucedió, a simple vista Isabella es una muchacha muy sana pero ya mandé a hacerle unos estudios de laboratorio para descartar alguna irregularidad”.

Asiento a lo que me dice sin soltar en ningún momento la mano de Isabella.

“¿Pero no habrá que hacerle radiografías o algo así?”, pregunto realmente preocupado.

“No sé preocupe, un paso a la vez. Dependiendo lo que los laboratorios arrojen tomamos decisiones”.

“Está bien doctor, muchas gracias”.

Regreso la vista a Isabella y con esa mirada dulce que quien me dice.

“Estoy bien, no te angusties”.

En ese momento entra la enfermera que salió.

“Doctor Lawrence, los resultados”.

“Gracias”, dice el hombre tomando la carpeta metálica y enseguida la abre y empieza a leer ante la mirada de Isabella y mía.

Cierra la carpeta y vuelve su vista a nosotros.

“Bueno pues ciertamente hay noticias pero me alegra que sean buenas”.

“¿A qué se refiere?”, le digo apresurado.

“Ese desmayo no es nada de lo que haya que preocuparse”, dice sonriendo.

“Isabella está embarazada”.

“¿Qué?”, preguntamos ambos, seguramente con la misma cara de sorpresa.

“Los felicito. Estás embarazada Isabella”, dice el hombre sonriendo.

“Hay que hacer una ecografía para saber cuántas semanas tienes”.

“Espere, eso no es posible”, dice Isabella con la sonrisa borrada de su rostro y creo que de nuevo está pálida.

“Yo soy estéril doctor, hay un error en esos estudios”, continua diciendo.

Yo estoy como una estatua, no sé qué rayos decir.

“Isabella, el estudio…”.

“¡No, es que usted no entiende! Es un error… estuve en tratamiento de fertilidad por años y me dijeron que jamás podría tener hijos…”, dice alterándose cada vez más.

“Cálmate mi amor”, digo acariciando su mano.

Pero sus ojos se llenan de lágrimas.

“Entiendo Isabella, a veces cuando estás bajo esos tratamientos, el cuerpo vive un constante estrés que impide la fecundación y cuando la mujer en cuestión se relaja puede ocurrir el embarazo”.

“No doctor…”, dice un poco más tranquila pero sin que esa tranquilidad llegue a sus ojos.

“Claramente me dijeron que es una infertilidad irreversible… por favor haga otros estudios esos están mal”.

El doctor la mira confundido y yo solo soy un espectador de todo lo que sucede, miro como Isabella se rompe poco a poco en llanto, solo atino en abrazarla sintiendo su rostro encajado en mi pecho.

“Muy bien, haremos de nuevo los estudios pero recomiendo que en este momento se haga una ecografía pélvica”.

“Haga lo que sea necesario por favor doctor”, le digo sin soltar a mi mujer que tiembla en mis brazos.

“Muy bien pediré que venga por ustedes”, dice el médico saliendo de la habitación

“Tranquila mi amor”, le digo acariciando su espalda.

“No tienes idea de lo doloroso que es pasar por un proceso de fertilidad, la infinidad de veces que se me rompió el corazón cuando me hice pruebas de embarazo que salían negativas y cada vez me dolía más, porque a pesar de todo mi esfuerzo y sacrificio no cambiaba el resultado”.

“Mi ilusión me mantenía firme, no dejaría de luchar por ese angelito y por qué cielos viera cuánto lo anhelaba, tarde o temprano diría que sí y lo mandaría a mis brazos. Hasta que dieron el diagnóstico definitivo y deje de buscar, deje de rogar por ese hijo Izar, porque mi cuerpo, mi alma y mi mente estaban muy agotados de tanto dolor, porque en cada negativo se iba un pedazo de mí, ya no tenía más para dar”.

“Ya no quería soñar con tener en mis brazos a un hijo que no llegaría nunca. No pueden ilusionarme con algo así para que en un segundo estudio me digan que es un error, simplemente no pueden”,

Llora y siento su dolor como mío, un nudo se hace presente en mi garganta pero no lloro porque no se trata de mí, se trata de ella y yo tengo que sostenerla en esto que sé que le duele sin que yo pueda evitarlo.

Entra una enfermera con una silla de ruedas para llevarnos con el médico,

Cargo a Isabella y la acomodo en la silla de ruedas volviendo a tomar su mano. Llegamos al lugar de la ecografía. Se encuentra el doctor ya preparado.

“Por favor Isabella, acuéstate en la camilla y descubre tu v!entre”, ordena e doctor.

Ella obedece y se recuesta descubriéndose.

El doctor aplica un gel en su v!entre y pone un aparato sobre ella que hace que algunas formas en blanco y negro empiecen a verse en el monitor que está frente a nosotros.

Sigue moviéndose y de pronto.

“Aquí está”, dice el hombre y yo siento que el corazón me empieza a latir más fuerte y más rápido. Señala la pantalla y yo me acerco aunque no distingo nada.

“Aquí está el saco gestacional y….”, todo deja de existir a mi alrededor solo la mano de Isabella que no he dejado de apretar.

“¡Por cielos, que maravilla!”.

Hay dos embriones, felicidades papás, van a tener gemelos.

Me quedo en pausa, no sabiendo si escuché lo que escuche o lo soñé. Es Isabella quien me regresa a mi cuerpo cuando la escucho sollozar.

“No es posible…”, gime bajito sin dejar de ver la pantalla, sus mejillas mojadas por las lágrimas que bajan una a una sin darle tregua.

“Es un milagro”.

Se recuesta en la camilla y su sollozo se intensifica mientras lleva su brazo a sus ojos y llora inconsolablemente.

Yo también lloro y siento mi pecho desbocado pero en silencio la acaricio esperando que se calme un poco, entiendo que esto es un shock para ella.

“Gracias cielos… muchas gracias cielos… gracias…gracias mamá, gracias mamita”, dice entre pequeños hipidos.

“Gracias, gracias, gracias”.

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