Corazón esteril -
Capítulo 39
Capítulo 39:
“Hola Carol bienvenida”, le digo mientras nos saludamos de beso en la mejilla.
“Hola Izar, que bueno verte”, me lanza una de esas miradas coquetas y yo solo sonrió mientras abrazo a mi preciosa mujer.
La noche pasa sin contratiempos, una cena entre amigos para celebrar uno de los contratos más grande que mi empresa ha firmado, esto prácticamente nos pone en los cuernos de la luna.
Me acerco a Renata y Carol que parecen muy entretenidas.
“¿Debo sentirme ofendido de que Carol te acaparó?”, digo acariciando su hinchado v!entre.
“No mi amor, es que Carol me está diciendo que su colega es una eminencia en la medicina y tiene un hospital que ha recibido maravillosas críticas. Podría ser una opción para que nazca nuestro hijo… me gustaría que tuviera la mejor atención”.
“Me parece una excelente idea, si eso te hace feliz, así será”.
Estoy temblando, la sola idea de que yo la mandé cómo cordero al matadero me hace querer arrancarme la piel.
“¡Izar escúchame! Tienes que guardar la cordura…”, tomo varias respiraciones, abriendo y cerrando los ojos.
Me giro hacía él y con la mirada más calmada que tengo, asiento para que continúe. Resopla y sé que no es nada fácil para él puedo verlo en su rostro.
“Entramos a su teléfono y tengo cada detalle de todas sus conversaciones”.
Se acerca a la mesa donde deje los folders que me dio al principio.
“Dos meses antes de que Renata fuera a dar a luz se citaron y por la noche ella le mando un texto diciéndole ‘quiero un trabajo impecable’…”.
Me dice señalando algún punto de las hojas pero realmente no lo veo, estoy concentrado en no perder mi m!erda y acabar con todo a mi paso.
“Una semana antes del parto hubieron múltiples llamadas telefónicas entre ellos, pero aquí un día antes después de una llamada telefónica él le manda un mensaje diciendo ‘tendré cuidado con mujeres de cara bonita como tú, si tu hermana no se escapara de tu veneno ¿Que me espero yo?’”, dijo
Albert me mira tanteando el terreno para saber si puede continuar el relato monstruoso que estoy escuchando.
“Ese día ella le marco infinidad de veces hasta que cuando confirmaron que estaba hecho hizo la transferencia y como cortina de humo usaron facturas de operaciones estéticas para justificar ese dinero”.
Siento la mandíbula trabada, ni siquiera tengo ganas de llorar solo quiero matarlos con mis propias manos.
“Cien mil dólares ¿En eso valuaron la vida de Renata? Eso costó mi sufrimiento, el de mi hija, el de sus padres”, mi voz suena enronquecida del odio que destilo.
Nunca me he considerado un hombre malo, pero tampoco acepto un golpe sin regresar dos. Albert me mira y sabe que en mi se desató el infierno.
“Hermano, sé que esto es muy fuerte y siento mucho ser yo quién te lo dice, pero tenías que saberlo, tenías que conocer la verdad. Cuando lo supe dude mucho en decirte pero… es tu vida la que marcaron y solo tú puedes decidir sobre este tema”.
Camino decidido a salir de ahí, voy a encontrarlos y los voy a matar con mis propias manos.
“¡Hey! Espera, espera ¿A dónde vas?”, pregunta Albert deteniéndome por el pecho.
“¿Tú a dónde crees?”, digo sin siquiera mirarlo
“¡Espera Izar! Lo comprendo pero piensa en tus hijos, si ahora vas y te ensucias las manos con esas basuras, tú serás quien tenga que rendir cuentas ante la ley. Tus hijos ya perdieron a su madre, no quieres que te pierdan a ti también”.
“No importa lo que cueste Albert… pero los quiero muertos a los dos”, sentenció sin ninguna emoción en mi voz.
No es un arranque, no es momentáneo… es definitivo, quiero verlos tragando tierra a ambos, al bastardo y a Caín.
“Lo comprendo Izar, de verdad entiendo tu reacción pero eso sería poco para lo que se merecen, tienen que pagar ante la justicia… morir es un descanso que ellos no merecen”.
Estoy quieto, muy quieto. Pero dentro de mi algo se mueve como salido del Averno.
“¿Puedes demostrar ante una corte lo que esos dos hicieron?”, pregunto con los dientes apretados.
“Puedo y lo haré, sabes que lo haré…”
“No me importa absolutamente nada, todo lo que necesites para lograrlo lo tendrás…”, lo miro sintiendo como algo se rompe dentro de mí.
“Pero una vez que estén en la cárcel te juro por la memoria de Renata que van a preferir que les hubiera metido una bala entre los ojos”.
Albert me mira y asiente mientras yo camino de espaldas a la pared sintiendo cómo mi mundo colapsa y me dejó caer mientras grito como bestia herida, mi interior ruge desde lo más profundo y clama con hambre de venganza.
Alzo la vista y veo a mi amigo, me mira con tanta impotencia y con lágrimas retenidas.
“Quiero que consigas la orden de aprehensión hoy, no los quiero mañana en la calle”.
“Ya lo había previsto hermano, le presente estás pruebas a un juez que me debe muchos favores, estoy en espera de que falle a favor de abrir la investigación. Mientras tanto debemos ser muy cuidadosos de no ponerlos sobre aviso para que no puedan evadir la ley”.
“Fui un imbécil Albert, yo no lo vi… ¿Por qué hacerle eso? Era su hermana…”.
“Creo que la respuesta la sabes…”, lo miro sin entender.
“Ella siempre quiso meterse a tu casa desde que Renata murió”, continuó diciendo.
Niego bajando la cabeza y sintiendo que las lágrimas quieren traicionarme.
“Izar, tienes que sacar ese carácter decidido que tienes pero no para romper la cabeza de esas mierdas, sino para tenerla muy fría y hacer justicia… Izar hermano, sé que si quisieras tienes el poder suficiente para desaparecerlos sin que quede rastro de qué una vez existieron, pero…”, me mira directamente a los ojos.
“Tú no eres esa clase de hombre y ellos no merecen que te corrompas por sus bajezas”.
Rompo en llanto de impotencia, de ira, de dolor, encajo el rostro en mis rodillas y simplemente me dejó caer ante la mirada de mi amigo que toma mi hombro para darme un poco de consuelo, pero en este momento es simplemente inútil.
La camioneta estaciona frente a la entrada a la mansión, no me percate del tiempo, sumido en mis pensamientos solo mire la ciudad pasar.
Abro la puerta y las risas de mis torbellinos me reciben, siento una punzada de dolor en mi corazón, ellos están tan ajenos de la maldad y de la infamia.
Camino hacia la sala de estar y mi mirada conecta con ella. Las entrañas se me revuelven, un frío me recorre la espalda y siento como mi corazón martilla fuerte. ¡¿Cómo se atreve a estar en el mismo espacio de mis hijos?!
Dentro de mí cabeza la voz de Albert resuena ‘cabeza fría’ no puedo alertarla antes de que haya una orden de aprehensión
“Buenas noches”, digo con voz neutral.
“¡Papá!”, gritan al unísono mis hijos y vienen hacia mí.
Como puedo los cargo ante las miradas de sus abuelos y la arpía.
Me acerco a ellos y mi lengua quema por decirle frente a sus padres lo que hizo pero ¡No! será con pruebas, será irrefutable. No la quiero en mi casa y menos cerca de mis hijos, quiero que se largué ahora…
Estoy a punto de hablar cuando suena mi móvil. Bajo a mis hijos para poder revisarlo. Sin quitarle la vista de encima a Carol que me mira con esa sonrisa de estúpida.
Es un número no registrado y dudo en contestar.
“Diga”, contesto alejándome un par de pasos de ellos.
“Izar”, me dice y mi corazón se detiene al escuchar su voz.
“¿Isabella?”.
El pecho me retumba tanto, que siento mis latidos en la garganta, mi respiración se vuelve pesada y siento las manos sudorosas. Tenía tantas ganas de escucharla, pero también tanto miedo, miedo de que me odie que me reproche mi estúpida actitud.
Ciertamente por mí mismo jamás hubiera descubierto toda esta jodida m!erda que nos envuelve a Isabella y a mí.
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