Corazón esteril -
Capítulo 37
Capítulo 37:
“Mi corazón ¿Estas bien?”, lo miro y extiendo los brazos hacia él entre lágrimas,
Se sienta en la cabecera y me abraza acariciando mi cabello, mi espalda y mis brazos de ida y vuelta.
Yo no dejo de llorar en su pecho, lloro por todo y me aferró más a él como si fuese un salvavidas que tiene el poder de mantenerme a flote.
“¡Shhhh, ya mi corazón ya! Estás a salvó, solo fue una pesadilla y ya terminó”.
“¡No! No ha terminado papá, no ha terminado… ellos… ellos… me lastimaron”, digo entre lamentos que no puedo contener porque me ahogan.
“Papá, yo confié en ellos ¿Cómo podía no confiar?”.
“¿Qué te hicieron? ¿Quién te lastimó?”, pregunta con total dolor en voz que siento quebrarme más de lo que estoy.
“Ella le ayudo a que abusara de mí”, suelto en medio de mi dolido sollozó y aferrándome al material de su pijama.
“¿Quién es ella? ¿De qué hablas Isabella? Mi vida no te entiendo”.
“¡Aarón abuso de mi con ayuda de mi mamá!”, grito en medio de sollozos.
“¿Qué?”, su cara se palidece y me aprieta más fuerte mientras mi llanto inunda el cuarto.
“¿Por qué me hizo eso? Si así ama una madre, prefiero no tenerla y Nunca ser madre para no lastimar así a otro ser humano… ¿Por qué me odia?”.
Mi padre llora al escucharme y sigue acariciándome tratando de darme calma, una calma que no llega.
“Isabella mi corazón, perdóname”, dice casi susurrando.
“¡Me estoy volviendo loca papá! Me voy a volver loca…”, tomo un respiro muy forzado.
“Ella… ella…”.
“Mi vida ella no merece tu dolor, ella no merece nada tuyo después de todo lo que tú has sido y hecho para ella y no lo merecía… no lo merece ¡Maldita sea! Ella no es tu madre mi corazón”.
Pov Isabella
¿Qué fue lo que dijo?
Lo miro confundida, muda, siento un pequeño mareo que me da náuseas, pero esta vez no puedo retenerlas.
Me zafó de su agarre y corro al pequeño cuarto de baño y caigo de rodillas frente al retrete y empiezo a vaciar mi estómago entre arcadas dolorosas que hacen convulsionar mi cuerpo.
Mi padre llega hasta mí y recoge mi cabello mientras acaricia mi espalda dándome un poco de confort. Las arcadas no me dan tregua y me hacen sacar absolutamente todo. Cuando la náusea cede, me siento en el piso mirándolo fijamente.
Sus lágrimas me duelen pero sigo en shock, no sé si soñé lo que me dijo, tal vez el dolor me hace alucinar cosas, no le entendí o es que sigo dormida.
“Mi pequeña Bella, lamento mucho todo lo que has vivido mi amor…”, sus lágrimas bajan como un riachuelo interminable y provocan que las mías se asomen y siento el temblor en mi labio inferior que detengo atrapándolo con mis dientes.
“Repíteme lo que dijiste papá”, digo apenas con un hilo de voz.
Se levanta y me ayuda a levantar, me acerco al lavabo y enjuagó mi boca con un poco de agua.
“En la cajonera hay cepillos nuevos, por si quieres usarlo… te espero aquí afuera”, dice mi papá y sale del baño.
Me quedo frente al lavabo con ambas manos sobre el mármol y viéndome fijamente a los ojos en el espejo. Mis ojos rojos e hinchados, una profundas ojeras debajo de ellos, la nariz roja y sobretodo la confusión que amenaza a mi cordura.
Todo en mi vida tiene o más bien tenía un orden, un por qué de ser, una estructura y hoy me siento como si hubiese pasado por una demolición y lo que tengo en frente son solo los escombros de lo que un día fue Isabella Lennox.
Respiro profundo y tomo el cepillo de dientes, quitando de mi boca el asqueroso sabor a vómito.
¿Seré adoptada? Esa y otras mil preguntas rondan por mi cabeza mientras me aseo un poco.
Lavo mi rostro despejando un poco mis ideas, acomodo mi cabello en una coleta alta y sintiéndome más lista de dispongo a enfrentar lo que sea que tenga que decirme Andrew Lennox.
Está sentado en el pequeño taburete en una esquina de la habitación con los brazos en sus piernas y mirándome fijamente.
Tomo asiento en la cama y él se pone de pie arrastrando el taburete para quedar mar cerca de mí.
“¿Cómo te sientes?”, pregunta mirándome fijamente.
“Mejor”, me limito a decir.
Me mira y baja la vista, creo que se siente igual que yo, sin saber que decir, pero está conversación por más incómoda que sea es inevitable.
“¿Qué fue lo que sucedió hija?”, pregunta con tono calmado pero sé que dentro de él hay una tormenta en proceso, lo puedo ver en sus ojos.
“Creo papá, que esta conversación debe iniciarse por el principio y eso es hace más de veintiséis años”.
Agacha el rostro y por segundos que se hacen horas para mi clava la mirada en el suelo.
“Antes de contarte esto…”, inicia diciendo mientras levanta la mirada y fija sus ojos en los míos
“Quiero que sepas que nada de lo que sucedió lo planee o en algún momento lo hice por lastimarlos, tú y tus hermanos son lo más sagrado en mi vida y si me aleje no fue por falta de amor… no Isabella, yo no quería que ustedes vivieran dentro de la guerra que tu madre y yo ya nos teníamos declarada”.
Bajo el rostro y las lágrimas caen una a una…
Cuánta falta me hizo, cuánto lo llore, cuánto lo odié. Siempre muy dentro añoré su presencia y otra parte de mi me reprochaba añorar a alguien que había lastimado tanto a mi madre y que decidió destruir nuestra familia.
“Yo tenía veinticuatro años, acababa de terminar la carrera y los chicos de la facultad organizaron una fiesta en grande para celebrar nuestra graduación…”, dice y su vista se pierde, cómo si viajara a esos momentos.
“La fiesta fue en grande, todo el campus estaba ahí… entre tanta gente vi a la mujer más hermosa que había visto en mi vida, tenía el cabello rubio más hermoso que jamás había visto y su cara… era como un ángel mi amor”.
Si voz se entrecorta en la última frase y tiene que detenerse para disimular las lágrimas que quieren traicionarlo.
“Era una chica de otra escuela, jamás la había visto y no dude en acercarme a ella, de verdad que era linda, muy linda. Platicamos toda la noche y era como si ya nos conociéramos de años, se sentía tan natural oírla reír y estar a su lado…”.
Lo escucho y no puedo evitar recordar que así me sentí con Izar.
“La lleve a su casa y le robe un beso”, sonríe ante el recuerdo.
“Fue mágico ¿Sabes? Me enamore como un idiota, jamás había conocido alguien con el corazón más hermoso que el de ella, aparte de ser buena persona era muy bella, Tú me recuerda mucho a ella”, dice y una vez más su voz se quiebra.
Y por una extraña razón mi corazón se llena de nostalgia y un nudo doloroso se instala en mi garganta que hace que mis ojos se llenen de lágrimas que retengo.
“Mi mamá…”, digo casi en un susurro.
Él cierra los ojos y asiente.
Mi corazón martilla fuerte en mi pecho, tan fuerte que acelera mi respiración.
“Ella tenía una hermana gemela y cuando nos hicimos novios muchas veces nos acompañó a nuestras salidas…”.
“Papá ella…”, trato de decir confundida pero él me interrumpe para continuar su relato.
“Estuvimos más de un año juntos, yo la amaba con todo mi ser y solo esperaba a que terminara su carrera para pedirle matrimonio y poder hacerla mi esposa…”.
Otra vez las lágrimas no le permiten continuar y yo estoy apretando mis dedos esperando a que pueda seguir.
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