Corazón esteril -
Capítulo 28
Capítulo 28:
Abro el mensaje que es de un remitente desconocido. [Quiero agradecerte porque desde que tuviste a mi esposa le enseñaste trucos nuevos, fue delicioso tenerla entre mis brazos de nuevo, g$mía como una p%rrita en celo, Espero no te moleste que le haya marcado un poco el trasero, me excito tanto que no pude contenerme tal vez en una semana desaparezca la marca].
Aunado al mensaje la foto de un trasero con varios chupetones que bien podría ser de cualquier persona pero entonces veo el lunar en forma de ovalo que tiene Isabella arriba del coxis y siento que mis manos empiezan a temblar sin poder evitarlo.
No puedo dejar de ver el lunar y leo y vuelvo a leer el mensaje. No, no puede ser. Isabella es una mujer integra que jamás haría algo así. Pero vuelvo a ver el lunar y siento que voy a enloquecer.
En ese momento sale Isabella del baño envuelta en una toalla y con otra enredada en su cabello. Me mira y sabe que algo está mal.
“¿Qué pasa? ¿Te sientes mal?”, debo estar pálido.
“No pasa nada, solo estoy cansado”.
Veo en su mirada que no me cree pero no dice más.
Entonces toma sus bragas para colocárselas de una pequeña maleta dándome la espalda y deja caer la toalla para empezar a vestirse y es ahí que veo los chupetones en sus nalgas, justo como en la foto.
Y justo en este momento mi mundo se empieza a caer en mil pedazos.
Pov Izar
Siento un hueco en el estómago, mis manos sudan y tiemblan involuntariamente,
Me duele el pecho, de forma literal me duele. Siento como si no fuera yo, me siento incómodo en mi propia piel y de pronto todo empieza a ser visto por mis ojos como si estuviera en una pesadilla.
Cierro los ojos y la veo en mis brazos entregada al placer pero de pronto no soy yo quien la tiene sino él. Y con los ojos cerrados niego, niego y niego.
Trato de que el nudo en la garganta no me venza pero mis ojos pican mientras en mi mente la veo jugando monopolio con mis hijos, la veo en la cocina preparando el desayuno, la veo abrazada de mi cuello diciéndome ‘te amo’.
No puede ser verdad, mi Isabella no podría hacer esto ¡No y mil veces no! No se cómo sucede porque realmente he perdido toda noción de tiempo y espacio pero poco a poco me dejó caer hasta terminar de rodillas. ¡No quiero perderla! Pero… si hizo esto…
‘No, ella no pudo hacer eso’
‘¿Entonces de dónde salieron esas marcas?’
‘Yo la amo sin medida y ella a mí’
‘¿Entonces podrías perdonarla aunque te haya engañado?’
Y el infierno se desata en mi interior, una lucha a muerte en mi cabeza de la que sé que sea cual sea el resultado yo soy el perdedor.
Las lágrimas comienzan a bajar sin darme tregua porqué siento un dolor inexplicable, como si algo dentro de mí se hubiera roto y las puntas filosas acuchillaran mi corazón.
Siento las manos de Isabella en mis hombros y levanto la vista viendo el temor en sus ojos seguramente porque me veo como la m!erda.
Y es justo esa mirada la que me rompe más.
‘Ella es buena, te ama’ Repite una y otra vez una voz en mi cabeza y en contraste la imagen de esas marcas en su piel, las palabras de ese mensaje y esa foto que posee de ella.
Me rompo más, porque tengo miedo.
Tengo miedo de perderla, pero también de dejarla a mi lado y perderme a mí. Se hinca frente a mí y toma mis mejillas mientras mis ojos borrosos por las lágrimas se cierran.
“¡Izar, por favor mi amor respóndeme!… ¡Escúchame! Dime qué pasa por el amor de cielos”, dice zarandeando mi rostro.
Me abraza por el cuello y solo me deja llorar en su hombro sin decir una palabra. Pasan minutos, no sé cuántos pero se siente como una eternidad. Las lágrimas se empiezan a disipar volviéndose solo suspiros que me sacuden cada pocos momentos.
Ella sigue abrazada de mí en silencio y acaricia suave y casi imperceptiblemente mi espalda, tratando de infundirme calma.
Pero a pesar de parecer que todo vuelve a la calma, dentro de mí sé que este terror apenas inicia.
Ese hijo de p%ta es un mentiroso de m!erda. De alguna manera debió envolver a Isabella.
‘¿Por qué te lo ocultó?’, sigue reprochando esa voz.
“¿Estás listo para hablarlo?”, me pregunta casi en un susurro.
Me separó lentamente de ella y miro sus ojos llenos de tanta dulzura.
“No importa nada, de verdad nada… te amo con locura…”, le digo mirándola a los ojos.
“Solo dime la verdad… quiero oírlo de ti, por favor dime la verdad”.
Miro la confusión que mis palabras le generan, pero solo necesito eso, que sea sincera y saber que aunque haya cometido un error aún puedo confiar en ella. O tal vez solo quiero tapar el sol con un dedo pero necesito aferrarme a algo, lo que sea para no volverme loco de dolor.
Me levanto y ella también conmigo. Se sienta en la mullida cama y me mira con ojos grandes y expectantes.
“No entiendo nada de lo que me dices Izar”.
Me sitúo frente a ella en cuclillas.
“Por favor Isabella, solo dime ¿Por qué? Es que no lo entiendo. Quiero creer, necesito creer en ti, pero háblame”.
“Es que no tengo idea de que quieres escuchar. Háblame claro”.
Ella sigue con ese gesto y yo no puedo hablarlo. ¡Me repugna demasiado!
Extiendo mi mano entregándole el móvil para que ella vea con sus propios ojos lo que acaba de destruir mi cordura. Conforme recorre el mensaje, sus ojos se abren desmesuradamente.
“¡Esto es una infamia!”, mira de nuevo el teléfono
“Por supuesto que no soy yo”.
Escucho eso y mi cuerpo se pone rígido. ¿Cómo puede decir que no es ella?
“¿Dices que no eres tú?”.
“¡Por supuesto que no!”, dice segura de sí misma.
“Isabella, por favor solo quiero la verdad, solo quiero saber ¿Por qué? Sin mentiras, solo estamos tú y yo y quiero confiar en ti”.
“¡Que no soy yo carajo!”, la escucho alterarse y no entiendo cómo puede negarlo si las pruebas están tatuadas en su piel.
“Tiene muchos meses que no veo a ese tipo y no puedo creer que tú siquiera consideres esa posibilidad”.
La miro sintiendo rugir mi interior, la furia se empieza a apoderar de mí, pero sigo sin gesto alguno en mi exterior. Me está mintiendo viéndome a la cara, mirándome a los ojos sin el mínimo remordimiento.
Su rostro está rojo y veo la furia que emana, habla pero no la escucho solo la miro y repito una y otra vez la imagen de la toalla cayendo y revelando las marcas que ese miserable tatuó en su piel.
“¡No puedo creer que hayas considerado siquiera la posibilidad de que yo haya hecho algo así…! ¿Qué pasa por tu cabeza?”, dice iracunda
No lo pienso, solo actuó.
La tomo de la mano y la llevo al espejo del baño. Estoy mirándola a través del espejo a los ojos y esa seguridad que emana me desarma. La giro alzó su camisón y bajo sus bragas exponiendo la piel amoratada.
“¿Entonces esto es una alucinación mía?”, pregunto con calma.
Una calma que no siento en lo absoluto. Ella se mira y se horroriza al ver su piel tal cual la miró en el teléfono.
“Izar yo… esto es imposible, no puede ser…”.
Regresa su vista a mí y yo solo miro la prueba de que si fue posible, que si sucedió. Suelto su camisón y salgo del baño, me pongo la pantaloneta sin mirarla en ningún momento. La escucho detrás de mí, pero no habla, ni yo tampoco.
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