Corazón esteril -
Capítulo 15
Capítulo 15:
Me toma desprevenido, pero a pesar del asombro trato de lucir normal, miro a Isabella, no quiero que se sienta incomoda u obligada por las palabras de mi hija.
“Te agradezco mucho Amelie, por esta ocasión no puedo, pero más adelante vendré por esos panqueques que seguramente están deliciosos”.
“¡Lo están! Son los mejores panqueques que he comido en toda mi vida”, contesta mi torbellino asintiendo con sus ojos bien grandes y con la sonrisa ancha que amo inmensamente.
“A dormir mis amores”, les digo dando un beso a cada uno.
Se despiden de Isabella y los vemos desaparecer por las escaleras hacía la habitación. Ella me mira con un brillo en los ojos que la hace ver más hermosa de lo que ya es.
“Son muy hermosos tus hijos”, me dice con una voz suave y dulce.
“Y ellos te aman, si no supiera más de ti, me bastaría con ver esto para saber que eres un gran hombre”.
La miro en silencio, realmente no sé qué contestar. Solo atino en sonreír
“Muchas gracias por tus palabras”.
“¿Vamos por ese café que me prometiste?”, dice aligerando el ambiente.
“Si, vamos”, digo conduciéndola a la sala de estar donde la chimenea ya da calor.
La noche transcurre de maravilla, hemos platicado tanto, cómo dos amigos que se están poniendo al día después de años de no verse.
Con tanta familiaridad como si la conociera de toda la vida; como si mi corazón la hubiese reconocido como alguien que ya estuvo en mi camino. Ella poco habla, ríe más de mis ocurrencias y anécdotas asombrándose de muchas de ellas.
Toma su café y come algunas galletas y no oculta que le encantaron, hasta hace mención de llevarse a Hanna solo para que le haga café y galletas. Y me gusta que no sea de esas personas que quiere aparentar para dar una buena impresión.
La siento tan natural, tan ella, podría decir que hasta feliz. Reímos sin mirar el reloj, solo alumbrados por la luz que emana la chimenea, sus facciones se hacen un claro oscuro con la poca luz existente y me siento extasiado de ella, de sus labios, de sus hermosos ojos, de su cabello que enmarca su rostro hermosamente.
La miro reír echando la cabeza hacia delante y cuando regresa su mirada a mí un rebelde mechón de cabello se va a su rostro y sin resistir la tentación tomo el mechón entre mis dedos y lo paso por detrás de su oreja. Sus ojos no se separan de mí y detallan mi rostro como si me estuviera mirando por primera vez.
“Eres tan hermosa”, le digo, sintiendo cada palabra retumbar en mi pecho.
Entre abre sus carnosos labios, tal vez para decirme algo pero yo no puedo resistirlo y me la como en un beso donde descargo toda la emoción que alberga mi corazón.
Ella corresponde con el mismo desespero pero a la vez con calma, sin prisas, cómo sabiendo que tenemos todo el tiempo del mundo para estar juntos. Se separa de mí y su mano se posa en mi mejilla mientras su pulgar acaricia mi piel. Me mira incesantemente y una hermosa sonrisa se asoma en sus labios.
“Debo estar loca”, comenta sin quitar sus verdes ojos de mí.
“Pues espero que esa locura te dure mucho tiempo”, replicó bajito para ella.
Junta su frente con la mía cerrando sus ojos y yo hago lo mismo, sintiendo su respirar, su aroma y su toque sobre mí.
“No hemos hablado”, dice ella mientras yo sigo disfrutando de su toque.
“Según yo, hemos hablado por más de dos horas”.
Escucho una leve sonrisa.
“Pero no de lo que teníamos que hablar”.
Abro los ojos y le doy un pequeño pico en esos labios que me fascinan.
“Está bien, tienes razón”, me incorporo y tomo su mano en la mía.
“Primero que nada quiero que sepas que estoy muy feliz de haberte encontrado, me desconcerté mucho cuando no te encontré esa mañana”.
Ella mira sobre mi hombro.
“Pensé que eras casado, cuando desperté y vi tu anillo y después la foto donde estás con tu esposa y cargando a un bebé que supongo es Amelie, me sentí muy mal, culpable…tenía que salir de aquí”.
“Hubiese sido más fácil que me despertarás”, digo tomando su mentón y regresando su mirada a la mía.
“Lamento mucho que te hayas sentido así”, miro el anillo que reposa en mi mano
“Renata se fue dando a luz a Logan, fue muy difícil perderla y me fue difícil desprenderme de cosas que fueran significativas cómo este anillo…”.
Me mira con tanta comprensión, con tanto cariño en la mirada.
“Cuéntame de ti Isabella, has escuchado mucho de mí, incluso escuchaste atentamente de mi torneo de macarrones con queso”, se ensancha su sonrisa y niega un poco.
“No creo tener algo más interesante que contar que un torneo de macarrones con queso”.
“¿Me quieres contar que paso con tu esposo?”, pregunto con cautela y ella desvía de nuevo la mirada. Por un momento pienso que se va a negar a hablar.
“Me case muy enamorada, mi infancia y adolescencia no fueron fáciles y creo que me refugie en él. Me cegué completamente y alguien me abrió los ojos de la peor forma posible. Me engaño no sé cuántas veces y ahí lo conocí realmente”.
Me mira y veo que no es cómodo y mucho menos fácil externarlo.
“Te agradezco mucho la confianza”, me sonríe al escucharme.
“Creo que a veces cielos nos mueve el piso cuando estamos en el lugar equivocado”.
“También creo lo mismo y te admiro por la fortaleza que has tenido a pesar de pasar por ese terremoto de emociones”.
La noche se hace tan corta, seguimos hablando de tantas cosas, unas más profundas que otras. Es el momento más íntimo que he compartido con una mujer que no sea Renata. Siento como si pudiera desnudar mi alma ante ella y ella ante mí.
“Es tarde”, dice mirando su reloj”, será mejor que me marche para que tú puedas descansar con tus hijos.
“Puedes quedarte si quieres”, digo bajito como si fuera una travesura.
“Amelie te prometió una buena ración de los mejores panqueques”.
Me mira con algo diferente en los ojos, me sonríe y yo siento que el corazón late frenéticamente dentro de mí.
“Será en otra ocasión, lo prometo. En otra oportunidad que pueda traer mi pijama de borrego”.
Mi sonrisa se ensancha y no sé cómo no me duelen las mejillas de tanto sonreír está noche.
“Vamos, te llevo”.
“No es necesario, ya es tarde y tus pequeños te esperan, puedo pedir un taxi sin problema”.
“De ninguna manera”, le refutó.
“Por lo menos permite que mi chófer te lleve, no me sentiría para nada tranquilo si te vas sola”.
“Está bien, vamos”.
Llamo al chófer y le aviso que aliste la camioneta para que lleve a Isabella. Estando al pie de la camioneta, la tomo por los brazos y sin dejar de mirarla le digo a mi chófer.
“Joel lleva a la señorita Lennox y no te despegues de ella hasta que la dejes segura en su apartamento”.
“Con gusto Señor Messina”, contesta Joel,
“Permíteme llevarte”, le digo esperando acceda.
“Ya le diste instrucciones a tu chofer, yo estaré bien, no quiero que los niños vayan a despertar y no te encuentren a su lado”.
“Volveremos a vernos pronto ¿Verdad?”.
“¡Claro! Tengo una cita con unos deliciosos panqueques que una hermosa pequeña me prometió”.
Beso su mejilla y ella cierra los ojos ante eso, y muy cerca de su oído susurro solo para ella.
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