Arráncame la vida -
Capítulo 8
Capítulo 8:
“Ella es tu madre, Lorena…”, dijo Gwen preocupada.
“¿Me dirás que no es como verte en el espejo?”
“¿Mi madre?”
Lorena sintió que todo le daba vueltas.
¿Esa era la mujer que la había abandonado cuando era una bebé?
“Creo que el piso se está moviendo…”, dijo Lorena antes de que las piernas se le doblaran y su cuerpo se precipitara al suelo.
Johan soltó de inmediato a la abuela y tomó por la cintura a Lorena, pegándola contra su pecho.
“Se desmayó…”, dijo sintiendo la suave respiración de la chica contra sus labios.
“Como dije… es tan débil como su asqueroso padre… y hablando de él… ¿Dónde está el idiota de Alfonso Phai? ¿Sigue en el pueblo?”, preguntó Natalie con arrogancia, pasando la mirada entre la abuela y John.
“Si, sigue viviendo en la residencia con su hijo y su esposa…”, dijo Gwen apretando los labios.
Natalie le daba miedo.
“Bien…”, respondió ajustándose los guantes.
“Quiero que desalojen esta casa de inmediato. Será demolida, lo digo como advertencia pues no creo que quieran terminar sepultados entre los escombros”.
“No puedes hacer eso, está a nombre de mi madre…”, dijo John con los dientes apretados.
“¡Claro! Se me olvidaba… Johan, por favor…”
De inmediato Johan levantó su arma hacia la señora y jaló el gatillo.
En cuanto el cuerpo de la abuela cayó al piso, Natalie prosiguió como si nada.
“Ahora es mío. Mi querido esposo, que en paz descanse, dejó todo esto a nombre de mi suegra, siempre y cuando ella siguiera viva, si no quedaría en mis manos. Pueden revisarlo en el testamento. Johan, vámonos”.
El asesino llevó en sus brazos a Lorena con delicadeza, siguiendo los pasos de Natalie hacia la salida.
“¿Qué le harás a Lorena?”, preguntó Gwen corriendo al lado de su cuñada.
“Es mi hija y estará a mi lado, como debe de ser…”, respondió Natalie y de pronto se detuvo.
“Gwen, tú cuidaste de ella como si fuera tuya e hiciste un gran trabajo, temo qué mejor del que yo hubiera podido. Ven conmigo, no te dejaré desamparada…”
“Mejor… déjala a ella conmigo. Prometo seguir cuidándola como si fuera mi hija…”
“Lo siento, Gwen… la necesito”, respondió Natalie con media sonrisa.
“Si necesitas ayuda sabes cómo encontrarme, siempre lo supiste”.
Siguieron su camino hasta el auto y justo en la entrada, Mindy se acercó corriendo hacia Johan que fingía no haberla visto.
“¿Señor Goretti? ¿Qué ocurre? ¿A dónde se lleva a Lorena?”, preguntó desconcertada, viendo como Johan acomodaba en el asiento de atrás a su prima.
“Mindy, estás despedida…”, dijo con una sonrisa antes de abrir la puerta del conductor.
“Has hecho un buen trabajo, Johan”, dijo Natalie.
“No la perdiste de vista en ningún momento. Me arrepiento si alguna vez dudé de tus capacidades”.
Natalie lo había sacado del orfanato donde creció.
Nadie querría a un niño revoltoso como él y, aun así, ella fue lo más cercano a una madre.
Se encargó no solo de su educación, sino también de su preparación como asesino.
Parecía un plan cruel, hacer que un niño aprendiera a pelear y matar para ella, pero era lo que los había unido.
Johan aún recordaba esos días cuando Natalie platicaba de Lorena y su anhelo por reencontrarla.
Le daba celos pensar que algún día las atenciones de Natalie se concentraran en su verdadera hija, pero cuando por fin conoció a Lorena en la puerta de la residencia Sorrentino, su percepción sobre ella cambió.
“¿Ahora qué?”, preguntó Johan escondiendo su angustia.
“Es hora de darle a este pueblo una lección de humildad… primero iré a visitar al padre de Lorena. Él juró mantenerla a salvo en este maldito lugar, pero veo que mi pobre niña solo ha recibido humillaciones e indiferencia”.
Cuando el Señor Phai era joven, llegó a ese pueblo ambicionando hacerse de un lugar lejos de la sombra de su padre.
En ese tiempo mientras construía la casa que ocuparía, se enamoró de una pelinegra de ojos que brillaban con la intensidad del oro.
Era una mujer joven y hermosa que lo había cautivado.
Había sido la esposa del hijo mayor de la Familia Morel, el cual había muerto a manos de vándalos, dejando a una joven viuda y sin hijos a la merced de su suegra.
El Señor Phai y Natalie se veían cada noche en secreto debajo de un gran roble, lejos de los ojos curiosos de los pueblerinos y siendo víctimas de la pasión que los torturaba en cuanto caía el sol.
Después de un mes, el Señor Phai tuvo que regresar a la ciudad, dejando a una mujer embarazada.
Los pobladores acusaban a Natalie de promiscua, ser madre soltera era pecado en la mente de cada ignorante y no dudaron en humillarla y menospreciarla mientras ella juraba que el padre de su hija volvería algún día.
Un año y medio después, él volvió contra todo pronóstico.
El pueblo hizo fiesta y Natalie tenía el corazón lleno de alegría.
Preparó a Lorena con su mejor ropita y la cubrió con esa cobija rosa que Gwen le había regalado.
Era un día especial, ella volvería a ver al hombre del que se enamoró y su pequeña hija conocería a su padre, pero cuando el Señor Phai descendió de su auto, lo hizo acompañado de una mujer que cargaba a un niño de apenas un año mayor que la pequeña Lorena.
Ese día, Alfonso Phai quedó petrificado al ver a la mujer que había amado en ese pueblo, cargando a una criatura entre sus brazos y con el corazón roto.
Quiso acercarse a ella y decirle que a la mujer que lo acompañaba no la amaba de la misma forma que la amó a ella, que lo único que lo mantenía aún casado era su pequeño hijo Estefan, pero nada de eso salió de su boca, en cambio, le dio la espalda y le abrió la puerta de la Residencia Phai a su esposa e hijo, ignorando a esa madre soltera que sufrió su ausencia en silencio.
En cuanto el Señor Phai supo de la tragedia que había ocurrido dentro de la casa de los Morel, no dudó en organizar unas vacaciones familiares improvisadas.
“Papá, no pienso irme de aquí, no voy a abandonar el pueblo como si estuviéramos huyendo…” dijo Estefan furioso.
“No estamos huyendo. Solo deseo cambiar de aires. ¿No te agrada ir a la ciudad?”, preguntó el Señor Phai mientras revisaba los documentos que se llevaría con él.
“Pues váyanse ustedes, yo me quedo…”
“Estefan, entiende…”
“Después de como mamá corrió a Lorena de la casa… No pienso seguir agachando la cabeza y haciendo caso omiso a lo que siento. No volveré a alejarme de ella, la buscaré y haré lo que sea para que esté bien…”
“Estefan…”
“Está desaparecida, papá… me quedaré y la buscaré…”
“No… no lo permitiré…”
“¡Papá!”, exclamó Estefan furioso y se alejó.
“¡Yo la amo! ¡La perdí una vez, no lo volveré a hacer! ¡La buscaré, la encontraré y me casaré con ella!”, gritó con devoción.
“¡No puedes casarte con ella!”, gritó Alfonso horrorizado.
“Dime que no te has involucrado con ella, júrame que no la has tocado”
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