Arráncame la vida -
Capítulo 4
Capítulo 4:
“Pero no me vuelvas a quitar el tiempo. ¿No me quieres a tu lado? ¿No soy suficientemente bueno para ti? Bien… no te preocupes, no será difícil olvidarme de ti”.
Después de eso, Johan dejó a Lorena sola en la habitación, con el corazón roto y dudando si había hecho lo correcto.
Lorena, al notar que Emma no había regresado en toda la noche, decidió que, usar su tiempo para buscarla, podría ayudarla pasar ese trago tan amargo y doloroso.
Cuando se asomó, la vio a lo lejos, caminando como venadito sobre hielo, apoyada en la mujer que había acompañado a William Harper el día anterior.
¿Había pasado la noche con él?
“No lo sé, han pasado diez años, Mindy”, dijo Estefan mientras iba en su caballo.
“¿Me dirás que la has olvidado? Ella necesita un lugar donde refugiarse del odio del pueblo y tú, una criada. Además… no ha sido tocada por Gustav”.
Se volteó.
“¿No te interesa?”
“No estoy buscando una relación…”
En ese momento ambos voltearon hacia el río encontrándose con una hermosa revelación.
Lorena yacía sobre una enorme roca, recibiendo los rayos del sol, descansando después de atrapar un par de peces.
La blusa de manta era grande y resbalaba mostrando sus hombros, mientras que su falda vaporosa estaba remangada mostrando sus largas piernas y sus pies descalzos.
Mientras Mindy torcía los ojos, considerando que su prima jamás dejaría de ser una pueblerina, Estefan estaba completamente absorto.
Lorena era tan hermosa como la última vez que la había visto.
“Gustav aún no la ha buscado, pero temo que si la encuentra…”
Mindy intentaba presionarlo para que se llevara a Lorena, pero en cuanto Estefan se bajó del caballo y caminó como una polilla hacia la luz, supo que su trabajo había terminado.
“¿Lorena?”, preguntó Estefan llamando la atención de la joven.
En ese momento Mindy ya había salido corriendo, temiendo que su presencia echara todo a perder.
“¿Estefan?”
Lorena se puso de pie y bajó de la piedra de un brinco.
Volvía a verse como esa niña intrépida y rebelde que corría con los pies descalzos.
Estefan había sido el típico niño gordito y tímido, pero en la adolescencia las cosas cambiaron, la testosterona hizo efecto.
Se volvió muy alto y su sobrepeso desapareció, siendo sustituido por músculos.
Cuando todas las chicas se le acercaban, coquetas y ansiosas, él solo tenía ojos para su amiga, la única que había estado con él siempre, pese a como se veía, apoyándolo incondicionalmente.
Ahora, teniéndola de nuevo frente a él, no como una adolescente, sino como una mujer en la cual la belleza había florecido en todo su esplendor, se sentía fascinado e intimidado.
Ya había declarado su amor y había sido rechazado.
¿Lo volvería a intentar?
“Estás de vuelta…”, dijo una vez que pudo afinar su voz.
“Por un tiempo… son mis vacaciones forzadas”, dijo Lorena con melancolía.
“Te he extrañado mucho… ¡Te hemos extrañado mucho! ¡Todos! ¡El pueblo en general!”, exclamó nervioso.
Estaba perdiendo la cabeza.
“¿Todos? Lo dudo… me odian. Al parecer me tratarían diferente si el maldito de Gustav se hubiera salido con la suya. Como mujer fuerte me odian, tal vez como víctima, me amarían… en este pueblo les agradan los mártires”, dijo con despecho.
“Solo es la envidia de tu suerte y el deseo de justicia que nunca se ve saciado”, dijo Estefan con tristeza.
“Pasará… como todo en esta vida”.
Mientras Lorena iba en el caballo de Estefan, este cargaba el balde con pescados.
Platicaban animadamente de sus hazañas durante la niñez, sus aventuras ahora parecían graciosas e incluso vergonzosas.
La gente del pueblo los veía con curiosidad e indignación.
Lorena no solo se había salvado de la furia de Gustav, sino que tenía la benevolencia de Estefan y eso lo consideraban injusto.
Al llegar a casa, Estefan la tomó por la cintura para ayudarla a bajar.
Tenerla tan cerca e inhalar su aroma hacía que las mariposas en su estómago revolotearan.
“¡Lorena! ¡¿Dónde estabas?!”, exclamó la abuela saliendo furiosa a la entrada, pero se congeló al ver a Estefan.
“Joven Phai, qué gusto verlo por acá”.
“Señora Morel, el gusto es mío”, respondió Estefan con cortesía.
“Lorena, espero que no solo hayas traído pescado fresco sino también un empleo”, dijo la abuela ocultando su molestia.
“De hecho, me encantaría que Lorena trabajara en la casa…”
Intervino Estefan.
“Necesitamos ayuda y creo que ella nos caería de perlas, pero… no sé qué opine…”
Volteó hacia Lorena, temeroso de una negativa.
“¡Qué alegría! ¿Escuchaste eso, Lorena? Trabajarás de lo mismo que hacías en la ciudad, para que no te desacostumbres a servir”, dijo la abuela con ese veneno implícito en sus palabras.
Lorena tomó su mochila, lista para mudarse a la casa de Estefan.
Por lo menos ya no tendría que soportar a todos, aunque extrañaría a su Tía Gwen.
Cuando bajó las escaleras, sintió un fuerte retortijón que la hizo detenerse en seco.
En la puerta se encontraba Johan, con ese traje tan elegante y un abrigo sobre sus hombros.
Sus manos delgadas cubiertas por guantes de piel le daban una apariencia refinada.
“¡Mira quién tiene un nuevo empleo!”, exclamó Mindy feliz de ver mudarse a Lorena.
“No se te olvide que, aunque no vivas aquí, aún tienes que mandar dinero como lo hacías cuando estabas en la ciudad… es lo mínimo que puedes hacer por la familia”
Añadió la abuela con arrogancia.
“Sí, si… ya… suficiente humillación”, dijo Lorena con dolor de cabeza.
Cuando volteó hacia Johan, su corazón se estrujó, tenía ganas de decirle que necesitaba alguien con quien hablar, pero… sabía que él estaba esforzándose por olvidarla.
“Con su permiso”.
Johan permaneció en silencio y el dulce aroma de Lorena cosquilleó en su nariz cuando pasó por su lado.
No pudo despegar su mirada de la espalda de esa encantadora mujer que se robaba cada uno de sus suspiros.
Se moría de ganas por acercarse a ella y escuchar su voz pronunciando su nombre.
Fingir que no se conocían lo estaba matando.
Cuando estaba a punto de hacer a un lado su orgullo, vio a Estefan recibiendo a Lorena con una sonrisa radiante y una mirada gentil, tomando la mochila y ayudándola a entrar a una enorme camioneta.
Empezaba a odiar a ese hombre y aún no sabía quién era.
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