Arráncame la vida
Capítulo 34

Capítulo 34:

Un tiempo después…

Ella visitó la residencia Sorrentino como cada fin de semana, los niños la acompañaron, les encantaba jugar en los amplios jardines.

Llegó hasta el rosal que con tanta devoción cuidaba.

No entendía cómo sobrevivió después de pasar tanto tiempo lejos, pero agradecía que siguiera ahí, pues se había dado cuenta que no tenía nada de Johan, ni una foto o detalle, solo ese rosal que había sembrado cuando trabajó de jardinero.

Se había cumplido un año de su muerte y había una lápida con su nombre en el cementerio, pero a Lorena no le gustaba ir ahí, pues sabía que no estaba él en ese lugar, en cambio iba a ese jardín cada vez que quería buscarlo.

Después de que ella regresara, Miley Fisher fue arrestada, William logró meterla a la cárcel por cómplice de intento de homicidio y Román se encargó de pagar buena cantidad de dinero para que las reclusas se encargaran de hacer su estancia más agradable.

Unas semanas después Álvaro había descubierto que los viñedos de Johan estaban a nombre de Lorena, siendo la única heredera.

Al carecer de conocimientos suficientes para dirigir una empresa tan grande, Román tuvo que asesorarla para cuidar lo que Johan había dejado en sus manos.

Mientras regaba el rosal e inhalaba su aroma con melancolía, alguien tocó a la puerta, alertando a Lorena quien se acercó con desconfianza.

Un chico de traje y apariencia jovial le sonrió coqueto.

“¿Señorita Lorena Morel?”

“Soy yo, ¿Qué necesita?”

“Esto es suyo”

El chico le entregó una carta.

“Que pase buena tarde”

Con una leve reverencia, dio media vuelta y se fue.

Cuando Lorena abrió la carta y vio la caligrafía, su corazón dio un vuelco, era la letra de Johan.

Se asomó para buscar al chico y pedirle explicaciones, pero ya se había ido.

[Mi hermosa Lorena: Si estás leyendo esto es porque se ha cumplido un año desde que abandoné este mundo. Espero que haya sido de forma valerosa y cuidando de ti, tal como me prometí a mí mismo desde el día que te conocí, porque cabe aclarar que para mí nunca fuiste un trabajo, discúlpame si mis palabras te hirieron, créeme… yo sufrí de la misma forma, pues no toleraba la idea de tenerte que rechazar y mantenerme lejos de ti]

Ella tragó saliva.

[Espero que para este momento todas mis propiedades, incluidos los viñedos, estén ya a tu nombre, pon a Álvaro a trabajar. Ojalá sea suficiente para que los niños y tú puedan vivir cómodos sin que nadales falte]

Ella no lo podía creer.

[Te amo, Lorena, eres lo más hermoso que he tenido en mi podrida vida llena de muerte y plomo. Le diste luz a mis días y un motivo a mi existencia]

¿Esto era real?

[Vive plenamente, busca tu felicidad y no te arrepientas de nada. Sé consciente de que lograste que una bestia como yo lograra sentir algo que no fuera odio. Cuida de nuestros niños y no permitas que olviden cuanto los amo]

Buscando más contenido para leer, solo había un último párrafo.

[Mi corazón se quedó contigo]

Lorena dobló la carta para besarla con ternura antes de sentarse en las escaleras del pórtico a llorar desconsolada.

Los niños, al ver su estado de ánimo, corrieron hacia ella y la abrazaron con fuerza.

“Yo también extraño a papá”, dijo Peter privado por el llanto.

Lorena llegó a la Residencia Gibrand arrastrando los pies, con los ojos hinchados y algunas lágrimas secas en sus mejillas.

“¡Lorena!”, exclamó Román desde la puerta de su despacho, pero a diferencia de otras veces, Lorena no brincó ni corrió nerviosa hacia él.

Solo levantó la mirada y, con curiosidad, se acercó.

“¿Sí, Señor Román?”, preguntó tranquilamente y le rompió el corazón a su jefe.

“¿Qué tengo que hacer, Lorena, para que regreses?”, inquirió mientras sacudía el cabello de su criada.

“No lo sé, pero me temo que me voy a morir de amor”, dijo dolida.

“Tan solo míreme… ha pasado un año y lloro por él como si apenas lo hubiera perdido ayer”.

“Tengo la solución perfecta para eso”, dijo Román sonriente y tomó de la mano a Lorena.

“Tengo pensado contratar a otro jardinero, pero necesito que le des el visto bueno, después de todo tú contrataste al último que trabajó para la familia”.

Dentro del despacho del Señor Gibrand, había un hombre sentado ante el escritorio, escuchando atentamente la conversación.

Esos ojos dorados que habían perdido el brillo durante tanto tiempo, volvieron a encenderse.

Frente a ella, sentado cómodamente, se encontraba Johan, con esa sonrisa arrogante y mirada soberbia, su rostro tenía un par de cicatrices, producto de la fuerte explosión que había destrozado esa choza.

“De momento puedo aceptar que me paguen con asilo y comida… no tengo problema…”, dijo Johan al notar que Lorena no se movía, permanecía estática con la garganta cerrada y los ojos llenos de lágrimas.

En su desesperación brincó por encima del escritorio y se lanzó a los brazos de Johan que, al recibirla, terminó cayendo al suelo con todo y silla.

Lorena lloró desconsolada sin ánimos de quitarse de encima.

“Ya pasó, aquí estoy… “, dijo Johan con el corazón rebosante de alegría.

“Todo está bien”.

“¡¿Dónde estabas?!”, exclamó Lorena iracunda, montada en Johan mientras daba de manotazos.

“¡¿Sabes cuánto sufrí por tu culpa?! ¡Eres un desgraciado!”

“Lorena… lo siento…”

Johan se cubría de los manotazos sin dejar de reír.

“Tenía que arreglar cosas antes de poder venir por ti y los niños…”

Ella no paraba de golpearlo.

Eran golpes suaves, pero igual dolían.

“Muñequita, por favor… détente… ten piedad de mí”.

“¿Quieres piedad cuando tú no tuviste piedad conmigo?”, preguntó dolida y volvió a abrazarlo, desconsolada, temerosa de que fuera un sueño.

“El Señor Johan… Walker…”, dijo Román viendo los documentos de Johan sobre su escritorio, rebuscándolos en el caos que dejó Lorena.

“Tuvo mucho trabajo que hacer para cambiar su identidad y corroborar que la sociedad no lo fuera a descubrir”.

“Además… tenía que curar mis heridas, la explosión me dejó muy mal…”, dijo Johan mientras acariciaba los cabellos negros de Lorena.

“Yo hubiera podido curar tus heridas como siempre”, respondió Lorena ahogando su voz contra el cuello de Johan.

“Lo sé, mi muñequita, lo sé… tú siempre logras curarme”, dijo Johan con ternura, estrechando a Lorena y sintiéndose querido.

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