Arráncame la vida -
Capítulo 33
Capítulo 33:
“¡No! ¡No lo permitiré!”, exclamó con la mirada nublada por las lágrimas y se quiso poner en medio, como escudo, pero Johan posó sus manos sobre sus hombros y susurró en su oído tiernamente.
“Natalie quiso ser sepultada en este pueblo para cerrar el ciclo…”, dijo Johan y lo comprendió.
“Yo soy parte de ese ciclo. Aquí termino yo también. Bien lo dijiste, ojo por ojo deja al mundo ciego…”
“Johan…”
Lorena volteó con los ojos llenos de lágrimas.
“Prometí cuidarte e incluso dar mi vida por ti, si era necesario, y lo voy a cumplir mientras pago la deuda con ambas familias”, dijo con una sonrisa y una mirada tan tierna que dejó sin aliento a Lorena.
“Cuida de nuestros niños”.
Le guiñó un ojo antes de sacarla de la choza con un fuerte empujón que la hizo caer.
Luego cerró la puerta de inmediato, listo para enfrentarse a su destino mientras Lorena parecía confundida y mareada.
Cuando esta comprendió lo que iba a pasar dentro de la choza, se puso de pie y golpeó la puerta con fuerza, desesperada por entrar, gritando el nombre de Johan hasta desgarrar su garganta.
En eso, unas lámparas apuntaron hacia ella, llamando su atención.
“¡¿Lorena?!”
El Señor Gibrand estaba del otro lado del río con su gente.
“¡Señor Román!”, exclamó mientras corría hacia él, sosteniendo su vientre que punzaba dolorosamente.
“¡Ayude a Johan!”
Se metió al río, dando zancadas, y en cuanto Román vio su estado tan deplorable, se metió al agua para sostenerla antes de que desfalleciera.
Apenas la tomó entre sus brazos, escuchó una serie de disparos que salieron de la choza.
“¡Johan!”, gritó Lorena y se quiso zafar del abrazo de Román, pero no tenía fuerza y lo único que podía hacer era llorar desesperada.
“¡Johan!”
Los hombres de Román se acercaron, dirigidos por Álvaro y James, para inspeccionar la choza, mientras la desesperación y el dolor causaron estragos en Lorena, haciendo que se desmayara.
“Tranquila, Lorena… todo estará bien…”
Román la cargó con gentileza y volteó hacia Álvaro que no podía disimular su preocupación por su amiga.
“Quiero la cabeza de quien le hizo esto”.
Álvaro asintió, comprometido con la misión.
Él también deseaba hacer pagar a quien lastimó a Lorena. Cortó cartucho y junto a James avanzaron con precaución hacia la choza de donde seguían escuchándose disparos.
De pronto un silencio profundo los detuvo, alertándolos de que algo estaba mal.
Una fuerte explosión proveniente de la choza hizo pedazos todo e incendió ese viejo roble que había sido testigo de pasiones prohibidas y peligrosas con finales trágicos.
…
Lorena despertó en una cama de hospital, con dolor de cabeza y nauseabunda.
A su lado Emma la veía con detenimiento y preocupación.
“Hola… Buenos días, dormilona”.
“¡Johan!”, exclamó angustiada queriendo salir de la cama, pero Emma la abrazó en un intento por detenerla.
“¡No! ¡¿Dónde está?! j¿Qué ocurrió?!”
En ese momento entraron Frida y Carina, encontrándose, con inmensa tristeza, a Lorena.
Su mirada alterada, su debilidad y ese comportamiento errático y angustiante era una tortura para la vista.
“Lorena, descansa… sufriste de un ab%rto y casi te desangras… debes de tomártelo con calma”, dijo Frida sentándose en la orilla de la cama y acariciando su cabello.
“Todo terminó”.
“¿Dónde está Johan?”, preguntó Lorena sintiendo que el aire era denso y se ahogaba por no poder respirar.
“¿Qué pasó?”
Frida y Emma se vieron a los ojos, temiendo alterarla más si le decían la verdad.
“¡Cielos! ¡Pónganse en su lugar!”, exclamó Carina con lágrimas en los ojos y sacó su teléfono.
“Si se tratara de mi padre o de Will, ¿No querrían saber?”
Hizo a un lado a su madre y hermana, y le entregó su teléfono a Lorena, mostrándole las noticias recientes.
[Gran incendio en el bosque de los manzanos]
Decía el encabezado.
La noticia narraba una explosión cercana que envolvió en fuego al gran roble hasta consumirlo, propagando el incendio por el bosque aledaño.
La policía y los bomberos encontraron dos cuerpos calcinados que fueron identificados como Otto Fisher y Estefan Phai.
Lorena cubrió su boca y comenzó a llorar, su mano con el celular temblaba haciendo imposible seguir leyendo.
Agachó la cabeza dejando que las lágrimas cayeran sobre su regazo.
“Lo que causó el incendio fue un par de explosivos plásticos que claramente no se encontraban en esa choza”, dijo Román asomándose al escuchar el llanto desconsolado de Lorena.
Era la primera vez que la veía destrozada.
“Me temo que… esos explosivos los traía Johan pegados al cuerpo”.
“Muchos asesinos hacen eso, es una forma de asegurarse que el trabajo se hará a cualquier costo, incluso de su vida”.
“No… no… no…”, repetía Lorena perdiendo la cabeza.
“Él sobrevivió, él está bien… él… él escapó… él es bueno escapando…”
No pudo seguir hablando pues los gritos cargados de sufrimiento desgarraron su garganta.
Ya no era solo llanto, su pena no podía ser expulsada de otra forma.
El pecho le dolía.
Su corazón ardía.
Todo quemaba dentro de ella y la consumía en una agonía que nunca había sentido.
Gritó hasta que su garganta se secó mientras las lágrimas caían por sus mejillas.
Era el producto del profundo arrepentimiento.
“No tuve que casarme con Otto… tuve que huir con Johan e ignorar a Natalie, tuve que seguir mi corazón y quedarme con él cuando me lo pidió…”, repetía llena de dolor, sus palabras salían entrecortadas entre suspiros.
Frida la abrazó con todas sus fuerzas, queriendo mantener el corazón de su amiga unido, pero ya estaba hecho pedazos.
Ese día Lorena lloró hasta caer dormida, cuando despertaba, volvía a llorar desconsolada.
La doctora tuvo que administrarle calmantes para poder tolerar el dolor de su alma o por lo menos fingir que desaparecía por un momento, mientras sus familiares sufrían en silencio, desesperados por no saber cómo consolarla.
Lorena regresó a la Residencia Gibrand una vez que la dieron de alta. No quería volver a la casa de su madre y mucho menos a la casa que le compró Otto.
Sacó fuerza suficiente para mantener una sonrisa mientras veía a Jane y Peter como recuerdo del hombre al que tanto había amado.
Todos la animaban, incluso Álvaro siendo el amargado que era, intentaba hacerla sonreír.
Ella mantenía las comisuras de sus labios estiradas en una sonrisa, pero ante los ojos de cualquiera que la conociera, era evidente que algo no estaba bien, como si su alma se hubiera escapado.
No era la Lorena que conocían, estaba vacía.
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