Arráncame la vida -
Capítulo 30
Capítulo 30:
“Prométeme que, si se da la oportunidad, lo aceptarás de nuevo en tu vida… corregirás mi error y serás feliz a su lado…”
“Mamá, estoy casada con Otto y él es un buen hombre. Así que en esta vida no creo que se pueda, pero en la siguiente tal vez decida hacerle caso a mi corazón…”
recordó el consejo que le dio Frida y Emma antes de contraer nupcias con Otto y se arrepintió de no haberlo seguido por su estúpido interés en hacer lo que creía correcto.
Lorena salió rápidamente por un café de la máquina, dejando a su madre unos minutos sola.
Cuando la puerta se volvió a abrir, Natalie esperaba ver a una enfermera o a su hija de regreso, pero en su lugar vio un rostro que, aunque le era conocido, le parecía repugnante.
“Natalie… bien dicen que todo se paga en esta vida”, dijo Adelina Phai, viendo a esa mujer que ante sus ojos había intentado robarse a su esposo.
“Adelina, en eso tienes razón… pregúntaselo a tu esposo”, contestó risueña, pero terminó tosiendo hasta arrojar sangre por la boca.
“Así como tú te tomaste tu tiempo para planear tu venganza, yo también lo hice…”
Adeline se acercó y le arrancó la almohada de debajo de la cabeza.
“Es hora de que ajustemos cuentas y te juro que tu querida hija y el maldito asesino que adoptaste te alcanzarán en el infierno”.
Le arrancó la mascarilla de oxígeno y presionó la almohada contra su rostro.
Aunque Adelina esperaba forcejeo por parte de su víctima, esta no hizo nada y aceptó su muerte pacíficamente.
Bien podría decirse que Natalie incluso la estaba esperando, ansiosa por abandonar esa cama donde solo sufría, siendo liberada por quien era su adversaria en el amor.
Después de un momento, Adelina dejó de hacer presión en la almohada en cuanto el monitor señaló que el corazón de Natalie no latía. Retrocedió sin despegar la mirada del cuerpo, temiendo que en cualquier momento se levantara.
Antes de que las enfermeras entraran a la habitación, ella salió corriendo.
Todo mundo se precipitó para auxiliar a Natalie, Lorena escuchó el bullicio desde lejos y, sosteniendo su café, corrió hacia el cuarto de su madre, casi chocando con Adelina, quien cubría sus ojos con unas gafas y con una mascada escondía su cabello.
Lorena la dejó ir, pese a su curiosidad, más preocupada por el escándalo que rodeaba la habitación de su madre que por descubrir a esa enigmática desconocida.
“Murió por asfixia”
Había dicho el médico.
“Sus pulmones estaban atrofiados por el cáncer”, dijo otro.
“Tenía la almohada en la rostro, no fue el cáncer”, murmuró la primera enfermera que atendió a Natalie mientras Lorena no dejaba de pensar en esa mujer misteriosa con la que casi choca.
“Natalie tenía los enemigos necesarios para no saber a quién culpar”, dijo Johan de brazos cruzados.
“Adelina Phai…”, indicó Lorena pensando en esa mujer.
Las gafas negras no habían escondido lo suficiente esos ojos, además, el perfume que usaba era inconfundible.
“¿Qué haces?”, preguntó Lorena viendo como Johan sacaba de su maleta un par de armas tipo escuadra con silenciador.
“¿Tú qué crees…?”, respondió Johan con el ceño fruncido y sin prestarle atención.
“Dicen que ojo por ojo deja al mundo ciego…”
“Descuida, en ese caso, yo ya estoy ciego”, agregó Johan divertido.
“¿Estás segura de que los niños estarán bien con los Gibrand?”
“Muy segura…”, respondió Lorena cruzándose de brazos.
Como última petición, Natalie quería regresar al pueblo, deseaba ser enterrada ahí, para terminar con el ciclo.
Ahí nació, ahí arruinó su corazón y ahí estaría su tumba.
Cumpliendo con su capricho, Lorena, Johan y Otto fueron al pueblo.
El velorio estuvo casi vacío por excepción de Gwen, que era la única que apreciaba y comprendía todo lo que había pasado Natalie.
“¿Estás seguro de que no nos acompañarás?”, preguntó Lorena viendo a Johan.
Aunque ambos vestían de negro, ella planeaba ir al entierro de Natalie, mientras él visitaría la residencia Phai.
“Ella ya no está… ese cuerpo está vacío. Este show solo es para los que se quedan y tengo cosas más importantes por hacer, que llorarle”, dijo Johan con los dientes apretados mientras ocultaba sus pistolas en su vestimenta.
“Johan… esto es demasiado peligroso, lo vi con Frida, lo vi con Emma… la mejor forma de detener una venganza es dejar las cosas como están”, dijo cerrando la puerta detrás de ella y posando su mano sobre el brazo de él.
“No, Lorena… así no funciona. Me encargaré de Adelina y Estefan, pues mientras sigan vivos no nos dejarán en paz…”, agregó Johan furioso.
“¿Cómo sabes que no te están esperando?”
Lorena puso ambas manos en el pecho de Johan queriendo detenerlo.
“Es obvio que me están esperando…”, respondió Johan divertido.
“Me emociona pensar cuántos hombres me recibirán y con qué armas…”
“¡Estás loco!”
“No, Lorena… Ya lo he dicho, lo que pasa es que no me importa morir…”
“¿No te importa? ¿Qué hay de tus hijos? ¿No te preocupa dejarlos solos?”
Lorena se sentía al borde de la desesperación.
“Lo único que me duele es saber que no los volveré a ver si algo me pasa… pero sé que no estarán solos, que tú estarás para ellos. Se quedarán en las mejores manos.”
Tomó las manos de Lorena y besó cada dedo con ternura.
“Te amo y jamás dejé de hacerlo. No lo olvides, por si no regreso”
El corazón de Lorena dolía y pegó su frente a la de Johan mientras su garganta se retorcía en un nudo.
“Déjame ir contigo…”, pidió.
“Si algo nos pasa a los dos, ¿Quién cuidará de nuestros hijos?”
Sus palabras hicieron sentir a Lorena que eran una familia de verdad y que siempre lo habían sido.
“Entonces regresa vivo…”, pidió Lorena viéndolo directamente a los ojos.
“Prometí que solo iba a preguntar una sola vez, pero… no puedo evitarlo, aún mi corazón alberga esperanza…”, dijo Johan sonriendo con melancolía.
“¿Me amas?… Di que sí y me esforzaré por regresar como un maldito perro fiel, buscándote, esperando la más mínima oportunidad para recuperarte… di que no y…”
“Te amo”, respondió Lorena sin dejar que terminara de hablar y selló su declaración con un beso tierno, tan dulce como aquel vino espumoso.
“Tienes que regresar…”
“De alguna u otra forma…”, respondió Johan y besó la frente de Lorena para después estrecharla con fuerza entre sus brazos.
Por primera vez tenía miedo de morir.
¿Esto era el poder del amor?
¿O era debilidad?
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