Arráncame la vida
Capítulo 22

Capítulo 22:

Abril se alejó, mientras Lorena se acercaba con temor.

Johan parecía dormido, su rostro tenía rastros de violencia y su mano se aferraba a una botella.

Se sentó a su lado y, con un par de servilletas que tomó de la mesa, quiso limpiar la sangre de su rostro.

“¿Johan?”, preguntó con voz temblorosa.

Le dolía verlo herido de esa manera y con ese aspecto cansado que le daba una apariencia depresiva.

“Johan… ¿Qué fue lo que te pasó?”

“¿Lorena?”

Johan abrió los ojos, pero no la buscó, creyendo que solo había escuchado su voz en su cabeza.

“Aquí estoy…”

Respondió acariciando su mejilla.

“Vámonos de aquí”.

“¡Oye! ¡Bonita! No pierdas el tiempo con ese borracho”, dijo un hombre envalentonado por el alcohol.

“¿Por qué no dejas que te invite algo de beber?”

Lorena lo ignoró mientras intentaba hacer volver en sí a Johan.

Tenía que salir pronto de esa cantina.

“¿No me escuchaste? ¿Eres sorda?”

Insistió el hombre y se acercó motivado por sus amigos.

“¡No quiero problemas en este lugar!”, exclamó Abril desde la barra.

“Déjala en paz y que se lleve a su moribundo amigo”.

“¿Y desaprovechar la oportunidad de amanecer con esta hermosura en mi cama?”, contestó el hombre entre carcajadas.

“Anda… ven conmigo”

Tomó del brazo a Lorena para acercarla a él y de manera automática ella tomó la botella de la mesa para reventarla en la cabeza del hombre antes de que su aliento alcohólico le cosquilleara en la nariz.

El barbaján retrocedió un par de pasos, adolorido, mientras sus amigos se levantaron de la mesa sorprendidos por la reacción de Lorena.

“Maldita sea…”, dijo Lorena entre dientes al notar la furia en cada par de ojos.

“¡P$rra malagradecida! ¡¿Quieres jugar así?!”, exclamó furioso mientras de la frente le chorreaba sangre.

Lorena se quitó la sudadera para tener los brazos más libres, pensando cómo haría para evadir a esos tres hombres y sacar a Johan de ahí.

De pronto la mesa que estaba ante Johan salió disparada y este se puso de pie.

Bebió lo último que le quedaba a la botella para después arrojarla al piso, haciéndola añicos, listo para pelear.

“Toca uno solo de sus cabellos… ¡Te reto!”, exclamó iracundo.

“Yo puedo con esto”, dijo Lorena, halagada por ese instinto protector que despedía Johan hacia ella, pero temerosa de que algo le pasara.

“Lo sé…”, contestó Johan viéndola por el rabillo del ojo.

“No hay nada que no puedas resolver… solo, hazte a un lado y deja que me sienta útil”.

“¿Piensas enfrentarnos, así como estás? ¡Somos tres y tú destilas alcohol en cada herida!”

“La gran diferencia entre ustedes y yo…”, dijo Johan acercándose con la guardia abajo y el pecho hinchado de valor.

“Es que a mí ya no me importa morir”.

El hombre que encabezaba al grupo vio con desconfianza a Johan.

Aun así, se acercó con los puños en alto queriendo golpearlo, pero fallando, mientras que Johan descargó su furia contra él.

Cuando los otros dos hombres quisieron defender a su amigo, Lorena no dudó en acercarse a detenerlos.

Aunque dos contra tres parecía desigual, Johan y Lorena pudieron sortear los golpes y arremeter contra sus atacantes.

Todos los presentes se quedaron boquiabiertos, pues hacían buen equipo y en poco tiempo terminaron acabando con esos tres borrachos.

Mientras Lorena se apoyaba con ambas manos en sus rodillas recobrando el aliento, Johan parecía luchar por mantenerse de pie.

“¡Abril! ¡Otra botella!”, exclamó Johan demandante.

“¡No, suficiente alcohol!”, respondió Lorena haciendo que la cantinera desistiera de la orden.

“Regresaremos a tu casa y revisaré esas heridas”.

“¿No tienes una boda que celebrar?”, preguntó Johan entre dientes y sus ojos brillaban, ansiaba llorar como un pequeño desconsolado, pero se contuvo.

“Johan… por favor… vámonos”

Insistió Lorena tomando el rostro del asesino entre sus manos.

Sus ojos miel lo convencieron.

Lorena llevó a Johan hasta el viñedo Raizor donde limpió sus heridas y suturó las más grandes.

En ningún momento Johan se quejó por el dolor, tal vez el alcohol lo había insensibilizado o simplemente su corazón dolía más que su cuerpo.

“Listo… ¿Tienes analgésicos?”, preguntó Lorena, pero no recibió respuesta.

Johan permanecía con la mirada perdida en la ventana.

“Bien, iré a buscar en la cocina”.

Cuando se puso de pie, Johan tomó su mano, atrapándola contra su pecho y por fin la vio con los ojos cargados de dolor.

“No te vayas…”, dijo en un hilo de voz.

No quería suplicar, pero estaba dispuesto a hacerlo con tal de retenerla.

“Solo iré por medicamento… no tardo… no querrás pasar el resto de la noche con dolor…”

En ese momento, haciendo uso de la poca fuerza que le quedaba, Johan la jaló hacia él, tirándola a su lado en la cama y atrapándola entre sus brazos.

“No te vayas…”

Repitió mientras veía su rostro y delineó sus labios con sus dedos temblorosos.

El dolor que más lo torturaba era el que emanaba de su corazón partido.

“Johan…”

Lorena no sabía cómo detenerlo.

No quería hacerlo, pero ahora las cosas eran diferentes, no podía traicionar a Otto.

Aun así, Johan tomó la iniciativa, silenciando sus labios antes de que pudiera decirle lo que tanto temía escuchar.

Sus manos buscaron consuelo en la piel del otro y se fundieron en un beso profundo que sabía a dolor y sangre, que dolía en el alma, pero era adictivo.

Mientras el sabor de ella era miel y sueños, Johan era alcohol y sangre, su piel olía a pólvora y sus caricias dolían.

Lorena lloró sin dejar de besarlo, sin detener sus manos que desnudaron su piel.

Deseaba estar con él, pero dolía saber que nunca podría aspirar a un felices para siempre.

La piel herida de Johan se adhirió a la piel de durazno de Lorena y se entregaron entre pasión y lujuria, ansiando lo que no podían tener, burlándose de lo prohibido y sufriendo ese dolor tan agónico que solo dos amantes destinados a separarse pueden sentir.

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