Arráncame la vida -
Capítulo 20
Capítulo 20:
“¡Ay, no! ¡No me digas que te enamoraste!”, exclamó Miley ansiosa y tomó a su hermano por los hombros.
“Quedamos en algo, Otto…”
“Lo sé… Sé que la idea era recuperar lo que Natalie nos quitó cuando murió papá, pero… Lorena no… no se lo merece”.
“Te enamoraste…”
Miley estaba desilusionada y desesperada.
Otto había llegado muy lejos como para echar todo a perder.
“¡Te dije que no lo hicieras! ¡¿Estás loco?!”
“¡Miley! ¡Conociste a Lorena! La has tratado… ¿En verdad se merece esto?”, dijo Otto ansioso.
“Nosotros no somos así…”
“Natalie engatusó a nuestro padre y nos quitó todo. Hizo que cambiara el testamento a última hora. En un par de años lo puso en nuestra contra… y ahora Lorena está haciendo lo mismo contigo”.
“Lo que hizo Natalie no tiene perdón, pero papá nos enseñó a trabajar y nos impulsó a crear nuestro propio negocio. No necesitamos nada de lo que él pudiera heredarnos. ¿En verdad tenemos que lastimar a Lorena?”
“No fuimos duros ni desconfiados cuando su madre se acercó a nuestro padre… no podemos dejar que esas mujeres nos vuelvan a quitar todo. ¿Cómo sabes que ahora no van por nuestro despacho?”
“Lorena no es capaz de algo así…”, dijo Otto agachando la mirada.
“¡Es hija de Natalie!”
“Miley, tú la conociste! ¡No son iguales!”
“¿Y qué planeas hacer? ¿Caer en sus redes sin pensarlo? Ese despacho no solo es tuyo, también es mío y…”
“Seguiré con la boda, haré una familia con ella… no pienso quitarle la empresa cuando la herede de Natalie, por el contrario, la asesoraré para que no se vaya a la bancarrota”.
“¡Bien! ¿Quieres dejarle todo lo que era de papá? ¡Está perfecto!, pero en cuanto quiera poner sus manos en el despacho, juro que haré hasta lo imposible por destruirla, no me importa que tú te hundas con ella”, dijo Miley llena de reproche y rencor.
“Ella no intentará nada… ya lo verás, es una buena persona, tiene un corazón noble… lo sé…”, dijo Otto con la dulzura de un hombre enamorado.
“Por fin te enamoraste y de la persona menos indicada…” dijo Miley y suspiró.
Aunque su hermano era muy frío para los negocios, su corazón era tan tierno como el de un cachorro.
…
El día de la boda, Lorena parecía un verdadero ángel, sus cabellos oscuros contrastaban con su hermoso vestido blanco y sus ojos parecían dos gotas de miel cristalina.
Frida y sus hijas se encargaron de ayudarla con el vestido y los accesorios, eran sus damas de honor, quienes revoloteaban a su alrededor afinando cada detalle.
“¿Cómo sabía que el señor Román era el correcto?”, preguntó Lorena viéndose al espejo, llena de ansiedad.
“Bueno… mi historia con Román fue… un torbellino de emociones, aún creo que lo que me une a él es el síndrome de Estocolmo”, respondió Frida conteniendo su risa.
“En mi caso, no sabía que William era el hombre de mi vida hasta mucho tiempo después de que nos casáramos”, expresó Emma frunciendo el ceño.
“Supongo que no debería de ser así”.
“¡Bien! ¡Ya aprendí la lección!, dijo Carina viendo horrorizada a su madre y hermana.
“No pienso casarme y mucho menos por contrato, primero muerta”.
“Otto es dulce y comprensivo, me trata con cariño y… me hace sentir que soy su prioridad. Es lo que siempre quise…”, dijo Lorena mientras se apoyaba en el tocador.
“Pero tu corazón no late por él”, dijo Frida notando su incertidumbre.
“Las mariposas en tu estómago no revolotean…”, agregó Emma con tristeza.
“¡Suficiente! ¡Esto es demasiado! Iré con papá”, dijo Carina asqueada por tanta melosidad y salió de la habitación.
“Lorena… siempre hay dos opciones, hacer lo correcto o seguir a tu corazón, y muchas veces no van en el mismo sentido”, agregó Frida.
“Lo que más te conviene contra lo que más quieres”, añadió Emma.
“¿Has encontrado algo?”, preguntó Román viendo a todos sentados en las bancas de la iglesia minuciosamente adornada, mientras en el altar esperaba Otto, elegante y atractivo con ese smoking.
‘Demasiado bueno para ser verdad’ pensó Román con molestia.
Tal vez era su experiencia, pero algo le decía que no era de fiar.
“Nada malo, pero sí sospechoso”, dijo Álvaro plantándose al lado de su jefe.
“EliteCount nació hace un par de años, teniendo gran éxito, pero, así como es una empresa reciente, también sus dueños”.
“Es como si no hubiera rastro de quienes eran antes de la fundación del despacho. No hay lugar de nacimiento, escolaridad, es como si hubieran aparecido espontáneamente”.
‘¿Espontáneamente?’
“No lo creo”.
Agregó Román con media sonrisa y los dientes apretados.
“Sigue buscando, debe de haber algo más”.
“¿Detendrá la boda?”, preguntó Álvaro lleno de incertidumbre, temiendo que Lorena cayera en manos de un mal hombre.
“No tengo motivos para detenerla…”, respondió Román sabiendo que intentarlo solo causaría caos y al final, no lo lograría.
“Dame motivos para un divorcio”.
“Sí, señor…”, respondió Álvaro antes de tomar su lugar del lado de la familia de la novia.
Después de un resoplido, Román volteó hacia la entrada y entonces vio a Lorena rodeada de sus damas de honor.
Se veía encantadora y celestial.
“Llévala sana y salva al altar”, dijo Frida guiñándole un ojo y dándole una palmada en el pecho.
“Sí, llévala a su perdición. ¡Tírala al infierno del matrimonio!”, exclamó Carina que tenía la actitud de estar en un velorio y no en una boda.
“Ven acá…”, dijo Emma torciendo los ojos y tomando a su hermana de la muñeca.
“Te sentarás en la banca de los amargados junto a Álvaro”.
“Discúlpala… está en la etapa donde cree odiar el matrimonio y todo lo que representa”, dijo Román y tomó la delicada mano de Lorena, engarzándola en su brazo.
“Tengo miedo de no estar haciendo lo correcto…”, dijo Lorena en cuanto comenzó la marcha nupcial.
“¿Y si me estoy equivocando?”
“Si te equivocas, tienes todo el tiempo del mundo para corregir tu error… nunca es tarde mientras la dicha sea buena. No tienes que estresarte cuando alguien como yo está cuidando de ti”, contestó Román con la frente en alto y esa sonrisa soberbia.
“Cuando me sacó de ese pueblo, me hizo prometer que yo sería quien cuidara de usted y de su familia. ¿En qué momento cambiamos de lugar?”, preguntó Lorena conmovida y antes de ser entregada a Otto, Román volteó hacia ella.
Tomó su rostro con ternura y besó su frente.
“En el momento que te volviste parte de mi familia…”, contestó antes de estrechar a la novia, dándole un abrazo cálido.
Una lágrima corrió por su mejilla mientras recordó cada día que pasó al servicio de Román, tanto días buenos como malos, no se podía quejar.
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