Arráncame la vida -
Capítulo 13
Capítulo 13:
“Mi madre tiene razón, eres tan estúpido”, dijo Lorena entrando a la estancia con el corazón cargado de euforia y valor.
“Tus hombres están amarrados con sus propias corbatas… y me tomé el atrevimiento de quedarme con su juguete”.
Levantó el arma que aún tenía manchas de sangre en la cacha.
“¿Lorena?”, preguntó el Señor Phai sorprendido por ver a la criada dulce y humilde comportarse con la misma arrogancia que su madre.
Sin pensarlo dos veces, ella apuntó el arma directo hacia Alfonso.
La mano no le temblaba.
“¡Largo de aquí! ¡No eres bienvenido! ¡¿Temes regresar y que tu mujer te pegue?!”, exclamó molesta, apretando los dientes.
“Lorena, sé que… aún no te lo han explicado, pero yo soy tu padre… baja el arma y hablemos…”
“¿Mi padre? Eso significa que, sabiendo que yo era tu hija, no hiciste nada en contra de Gustav todas las veces que quiso abusar de mí o que me molestó”.
Si esperas que te guarde cariño y respeto por ver en silencio todo lo que me ocurría, creo que te equivocas…
Bajó el arma y disparó a los pies de Alfonso, haciendo que pegara un brinco hacia atrás y cayera.
En cuanto sus hombres quisieron sacar sus armas, Lorena y Johan les apuntaron.
“Yo no tengo padre, así que… ¿Te vas tú solo o te saco en pedazos?”, preguntó Lorena viendo fijamente a los ojos a Alfonso.
El Señor Phai estaba asombrado, no solo por la gallardía con la que Lorena se manejaba, sino que era como ver a Natalie cuando era más joven, tan altanera y prepotente.
No había duda de que era la fiel copia de su madre.
“Esto no se quedará así…”, dijo Alfonso poniéndose de pie y saliendo apresurado de la hacienda.
Lorena resopló aliviada en cuanto Alfonso rebasó las puertas.
Bajó el arma y se la entregó a Johan, ya que se sentía pesada en su mano.
“¿Estás bien?”, preguntó a Natalie que parecía desconcertada.
“Iré por el niño. Por cierto… dejé un par de hombres inconscientes frente a tu puerta, espero que no te moleste, Johan”.
Levantó los hombros y dio media vuelta en busca de Peter.
Llegó corriendo a su cuarto y cuando abrió el clóset se encontró al pequeño acabando con su reserva de chocolates.
Tenía la boquita llena de dulce y las mejillas parecían dos globos a punto de reventar.
“Alguien se devoró mis dulces… ¿Sabes quién fue?”, preguntó Lorena levantando la bolsa vacía mientras el pequeño Peter controlaba una risa traviesa.
“¡Ven acá!”
Lo cargó con ternura y le hizo trompetillas en las mejillas haciendo que el pequeño estallara en risas.
Johan vio la escena desde el marco de la puerta.
Marianne nunca había sido cariñosa con el pequeño, dejaba que las sirvientas se encargaran de él y ninguna era tan cálida como lo era Lorena.
“Ahora todo está bien, mi bebé bonito”
Lo abrazó con ternura, recargando la cabeza del pequeño contra su pecho.
Esa tarde Johan se encargó de los dos hombres que Lorena había atado, así como preparó todo para regresar a la ciudad.
Antes de que pudieran irse del pueblo, le hizo una visita a Alfonso, y como esperaba, la residencia estaba bien custodiada, pero no fue problema para él escabullirse.
Con una bala en la cabeza se aseguró de que el Señor Phai no volvería a crear problemas.
Natalie le pidió que dejara a su familia viva, así que no hizo nada en cuanto la Señora Phai lo encontró en el despacho, listo para marcharse mientras Alfonso tenía el rostro contra el escritorio, llenando todo de sangre.
Los gritos de Adelina llamaron la atención de todos, incluso de Estefan, quien vio salir presuroso a Johan con un pasamontaña cubriendo su rostro.
No dudó en perseguirlo y disparar con desesperación.
Aunque algunas de las balas lograron alcanzar a Johan, ninguna lo detuvo, dejando a Estefan frustrado en el límite de la propiedad, sabiendo que no había sido capaz de acabar con el hombre que mató a su padre.
Johan llegó con dificultad a la hacienda, cojeando y cansado por su aventura.
Se arrancó el pasamontañas en cuanto estuvo dentro.
Las balas de Estefan habían rozado su brazo izquierdo y su pierna derecha. La sangre salía profusa, pero él no paró hasta llegara la puerta correcta.
Cuando la abrió, se encontró con una imagen que lo consoló.
Lorena estaba profundamente dormida en su cama y el pequeño Peter entre sus brazos, sus pequeñas manitas se aferraban a la pijama perfumada de Lorena y su rostro se escondía contra la suavidad de su pecho, arrullándose con los latidos del corazón que Johan se había encargado de romper.
Lorena no portaba ningún camisón de seda o encaje, más bien una pijama de franela de dos piezas con estampado de patitos que la hacían ver adorable e infantil.
Johan sonrió en medio de un resoplido y cayó de rodillas ante la cama, agotado, herido y desconsolado.
Natalie nunca aceptaría que él estuviera con Lorena, lo había dejado claro más de una vez, insinuando que quería alguien que pudiera ofrecerle el mundo a su hija, un hombre bueno y adinerado que la protegiera; Johan no era bueno, tampoco adinerado, aunque le había arrebatado la empresa a Marianne, no era suficiente para los estándares de Natalie, lo único que podía intentar era protegerla, pero parecía que Lorena era buena protegiéndose ella sola, entonces…
¿Qué tenía para ofrecerle?
Acercó su mano llena de tierra y sangre, manchando las sábanas y entrelazándola con la suave mano de Lorena, que de inmediato cerró los dedos, aferrándose a él.
Johan besó cada delicado y delgado dedo de la mujer que amaba en secreto y por la que daría la vida, aunque no lo pudiera admitir, antes de caer dormido.
Durante la noche, Lorena se despertó por ese intenso olor a sangre, dándose cuenta de la presencia de Johan, dormido e hincado a la orilla de la cama.
Con cuidado de no despertar al pequeño Peter, acercó su mano libre hasta la cabeza de Johan, acariciándola con cuidado e intentando despertarlo.
“¿Johan? Despierta… ¿Estás bien?”, preguntó nerviosa al ver la sangre.
“¿Johan?”
El asesino solo sonrió al escuchar su nombre saliendo de esos labios.
Lorena liberó su mano apresada por la de él y acomodó al niño en la parte limpia de la cama.
“Respóndeme… ¿Estás bien?”
Lorena se puso al lado de Johan y tomó su rostro, viendo el sudor y la tierra, así como la sangre de su mejilla.
“Estoy demasiado cansado…”, dijo arrastrando la voz.
“Cansado de todo…”
Se abrazó a la cintura de Lorena, inhalando ese suave aroma que había arrullado al pequeño Peter.
“Me gusta tu pijama de patitos… te ves encantadora”
Acomodó su mejilla contra el suave pecho de Lorena.
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