Arráncame la vida
Capítulo 12

Capítulo 12:

“Soy un asesino, crecí y me eduqué para serlo. ¿Crees que es mi prioridad tener amigos y encontrar el amor?”

“¿Cuál es tu prioridad?”, preguntó Lorena conteniendo sus sentimientos.

“Mi hijo…”

“Entonces no puedes decir que tu prioridad no es el amor…”

“Ya basta”, dijo Johan entre dientes y tomó a Lorena del brazo.

“No me jales como si fuera una niña pequeña!”, exclamó Lorena zafándose de su agarre.

“¡Entonces no te comportes como si lo fueras!”, respondió Johan iracundo.

“¡Déjame hacer mi jodido trabajo! ¡Me hablas y cuestionas como si esperaras algo más en mí!”

“¡A mí no me grites! ¡No soy la criada tonta que conociste y que te va a estar aguantando!”

“Ahora te creo que mataste al imbécil de Bastian… pero eso no significa que seas capaz de enfrentarte a alguien como yo. ¿Te crees mucho por haberle ganado a Donna? Ella no era buena peleando y la tomaste por sorpresa. Ella se dedicaba a torturar… eso es lo que éramos, yo los capturaba y ella los torturaba hasta obtener lo que quería y después terminábamos revolcándonos y alcoholizándolos… ¿Ahora entiendes por qué no me importó volarle la cabeza? Solo era eso… trabajo y placer… como lo eres tú, ahora, muévete”.

Lorena veía su celular, el número de Román esperaba pacientemente a ser marcado, pero si algo caracterizaba a Lorena, aparte de su bondad y nobleza, era la indecisión.

Su ansiedad la hacía pensar que tal vez no era el momento.

‘Está demasiado ocupado salvándome el trasero como para alertarlo porque mi madre ha decidido venir al pueblo e incendiarlo. ¿No soy capaz de controlar la situación yo sola?’, pensó angustiada y se dejó caer en la cama.

Su estómago se retorcía nervioso y su corazón se desangraba.

Nunca se había sentido tan infeliz.

De pronto escuchó un golpe muy fuerte en la puerta principal, distrayéndola de su agonía personal.

Se asomó al recibidor y se encontró al Señor Phai ante Natalie.

Mientras ella descansaba tranquila en uno de los acolchados sillones de la estancia, el Señor Phai se mostraba arrogante y acompañado de un par de hombres con mala rostro.

Lorena notó que en la mesita auxiliar había un par de servilletas manchadas de sangre.

¿Le había hecho algo a Natalie?

No, ella parecía estar bien, un poco pálida, pero manteniendo su arrogancia.

‘Su enfermedad…’, pensó Lorena preocupada.

Johan salió de entre las sombras, como el espíritu de la casa, y se plantó al lado de Natalie de manera protectora.

“No pienso ceder a tus exigencias…”, dijo Alfonso con una máscara de odio.

“No fue mi culpa lo ocurrido y no me haré cargo de una hija que no pedí”.

“¿Quién escribió tu guion? ¿Tu esposa?”, preguntó Natalie con media sonrisa.

“Tuviste que ab%rtar a esa niña. Si crees que le daré mi dinero y un lugar en mi familia, estás equivocada. No voy a ceder. ¿Crees que me impresionó lo que hiciste con la Residencia Benatar? ¿Crees que me importa que Gustav haya muerto quemado?”

“Tocó a mi hija… es lo mínimo que se merece…”

“¡Pero no la abusó!”

“¿Insinúas que no importa lo que intentó porque no lo consumó?”, preguntó Natalie conteniendo su risa.

“Dicen que los hombres de pueblo son unos trogloditas, tú vienes de la ciudad y eres más ignorante y bruto”.

“Oféndeme todo lo que quieras… Lorena no verá ni un solo centavo de la Familia Phai…”, dijo Alfonso cargado de resentimiento y con ganas de torcerle el cuello a Natalie.

“Tu hija es una asesina igual que tú, la están buscando por matar a Bastian Bafel”.

“De tal palo, tal astilla”, contestó Natalie con media sonrisa.

“Me alegra que sea capaz de defenderse de aquellos que quieren poner su pie sobre nuestros cuellos y tratarnos como basura porque se creen mejores…”

Con dificultad, Natalie se levantó del sillón y respiró profundamente, haciendo a un lado el dolor que la consumía y manteniendo la frente en alto.

“No quiero que acojas a Lorena como a tu hija y que seas el padre dulce que nunca fuiste, pero sí tendrá lo que merece de la Familia Phai, así tenga que arrancártelo de tus manos muertas”.

“¿Me amenazas?”, preguntó Alfonso divertido.

En cuanto vio que Johan se puso frente a Natalie con intenciones de protegerla, no pudo evitar reír.

“Señor Goretti, debería de proteger a su hijo y no a este monstruo sin corazón”.

Esa era una clara amenaza.

‘¿Había más hombres en la hacienda? ¿Entraron por otro lado? ¿Estaban en busca del pequeño Peter?’, pensó Lorena echando un vistazo hacia atrás y el cabello de su nuca se erizó.

Retrocedió sobre sus pasos, al principio trotando, después corriendo.

Cuando llegó a la habitación de Johan se dio cuenta de que un par de hombres intentaban abrir la puerta.

¿Qué mejor forma de controlar a un asesino tan experto como Johan por medio de algo que le doliera perder?

Apenas la puerta se entreabrió cuando Lorena chocó con el primer hombre, este la tomó por los brazos en cuanto ella impactó contra su pecho y la hizo caer a un lado.

“¡Perdón, señor! ¡No lo vi!”, exclamó en el piso, ocultando su rostro.

“Estúpida niña…”, dijo el hombre y antes de desviar su atención hacia el cuarto, Lorena se levantó y apoyó el arma, que le había robado del saco, contra su abdomen.

“No me obligues…”, dijo en voz tenue y ambos hombres se vieron sorprendidos.

“Tú, cierra la puerta”.

El hombre que aún tenía la mano en la manija cerró la puerta lentamente.

Lorena golpeó con la cacha de la pistola repetidas veces la cabeza de su rehén hasta que este perdió el conocimiento.

El otro hombre intentó acercarse a ella, pero esta le aventó el cuerpo de su compañero, estorbándole, para después golpearlo con violencia.

Ambos hombres terminaron en el piso, desarmados e inconscientes.

Les quitó las corbatas y les amarró las manos antes de acomodarse el arma en la pretina del pantalón y entrar a la habitación del niño.

El pequeño Peter estaba ansioso sobre la cama.

Había escuchado el forcejeo y aunque desconocía el motivo del ruido, se asustó.

Lorena se acercó llena de instinto maternal y lo estrechó con dulzura, llenándolo de besos y consuelo.

“Mi bebé, todo está bien. No te asustes, yo te protejo”

Por un momento pensó en los niños Gibrand cuando eran pequeños, a todos les había hecho esa promesa en silencio y eso llenaba su corazón de valor.

Tomó algunos juguetes y se llevó al niño a su habitación, escondiéndolo en el clóset y pidiéndole que no saliera de ahí hasta que ella o su papá regresaran.

El niño asintió y entre golosinas que Lorena guardaba ahí, y juguetes, se quedó tranquilo.

Mientras recorría el pasillo de regreso a la estancia, Lorena revisó el arma y contó las balas.

No quería volver a matar a alguien, pero no significaba que no lo haría de no ser necesario.

“Quítate del camino, deja que Natalie de una vuelta con nosotros y prometo que tu hijo no sufrirá ningún daño. Si quieres ve a su habitación, te darás cuenta de que está bien acompañado”, dijo Alfonso viendo con odio a Johan, quien comenzaba a dudar.

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