Arráncame la vida
Capítulo 10

Capítulo 10:

No tenía sentido seguir hablando del tema.

Dio media vuelta y abandonó el despacho, queriendo buscar un lugar donde esconderse y no sentir dolor.

Natalie la vio salir apresurada y decidió no detenerla.

“¿Hiciste algo de lo que me deba preocupar?”, preguntó sin despegar su mirada de la silueta de su hija.

“Hice todo lo que pediste, mantenerme lo suficientemente cerca para protegerla y lo suficientemente alejado para no formar lazos con ella”

Recordó esa noche en el casino y supo que mentía, pero su rostro era tan frío que no hizo dudar a Natalie.

“Mi pequeña, ha estado tan carente de amor que malinterpretó tus intenciones”, dijo dolida.

Johan guardó silencio, recordando como le suplicó a Lorena renunciar a todo por él.

¿En verdad creía que no solo la alejaría de los Gibrand sino también de Natalie?

¿Habría un lugar donde se pudieran esconder de ella?

‘Tal vez fue mejor así, no hubiéramos podido estar juntos por mucho tiempo’ suspiró con melancolía mientras pensaba eso.

Lorena se aferraba a su almohada, con el corazón herido.

Quería odiar a Johan, pero entre más lo intentaba, más le dolía.

Quería que todo fuera una mentira y que ese hombre desalmado entrara a la habitación diciendo que todo fue un mal sueño y que la amaba.

Pero obviamente eso no pasaría.

Aun así, cuando la puerta se abrió, Lorena volteó con su último rezago de esperanza, que pronto se volvió desilusión al ver a Natalie.

“Creo que no me he presentado de la manera correcta…”, dijo temerosa de asustar a Lorena.

“Me queda claro quién eres… mi madre, la mujer que decidió abandonarme cuando no tenía todavía la capacidad de recordarla…”

“Supongo que no me he ganado ese título después de lo que hice…”, agregó Natalie con tristeza.

“¿Sirve de algo si te digo que quiero arreglar las cosas?”

“¿Arreglar qué? Ni siquiera te conozco…”

“Eso justamente… quiero que me conozcas y quiero conocerte… quiero darte todo lo que no pude por mi ausencia… quiero…”

“Quieres redimirte… ¿Crees que llenándome de regalos y apareciéndote de repente las cosas estarán bien? ¿Crees que tengo ganas de llamarte mamá?”

“Pensé que eras tan tonta como tu padre, pero ya me di cuenta de que también eres necia como yo…”, le dijo.

Natalie resopló y se sentó en el borde de la cama.

“No estoy de humor… no me siento bien… no quiero hablar”.

“¿Es por lo de Johan?”

La mirada rota de Lorena le respondió.

“Lo envié para poder acercarse a ti y cuidarte… lamento que…”

“Lo enviaste para matar a las hijas del Señor Román…”, dijo Lorena con coraje.

“¿Por qué? ¿Qué te hizo el Señor Gibrand?”

“Cuando estaba dispuesta a regresar a este maldito pueblo por mi hija, me enteré de que él se encargó de llevársela y tratarla como una criada. ¿No es suficiente? Él me quitó a mi hija, así que yo le quitaría a las suyas”.

“¡Eso es completamente injusto! ¡Él ha sido bueno conmigo! ¡No tienes derecho!”

“Mi amor, te sacó del pueblo para usarte como criada. ¿Cómo sé que no abusó de ti? ¿Cómo sé que no te maltrató?”

“¡Porque no lo hizo!”, exclamó Lorena furiosa.

“Me sacó de aquí para protegerme de Gustav… él hizo más por mí de lo que tú has hecho”.

Natalie se quedó congelada.

Desde que había descubierto lo que hizo Román, creyó que tenía que darse prisa para recuperar a su hija, pero ahora que la tenía enfrente.

Ella era la villana y Román el santo.

‘Imposible, ¿Qué te hizo ese hombre? ¿Se enamoró de él?’, pensó aterrada.

“Bien, entiendo… Román es bueno, prometo no volver a hacerle nada… ¿No me merezco algo de compasión?”, preguntó temiendo nunca poder conseguir el amor de su hija.

“¿Para qué regresaste? Estaba bien sola…”

“El tiempo pasó más rápido de lo que esperaba y cuando me di cuenta, ya habías crecido. Ahora el tiempo vuelve a jugar en mi contra…”

Agachó la mirada y tomó la mano de Lorena entre las suyas.

“Hace… un par de meses fui diagnosticada con cáncer, tengo los días contados y no quería irme de esta vida sin arreglar todo lo que desarreglé… solo, te pido la oportunidad de antes de irme estar contigo para hacerte compañía”.

Lorena tomó un vestido floral del clóset, así como una mascada con la que recogió su cabello y caminó por los pasillos dispuesta a salir de la hacienda e ir al mercado.

“¿Saldrás?”, preguntó Natalie que descansaba en una cómoda silla de mimbre en el jardín.

“Iré al mercado por algunos ingredientes…”, dijo Lorena paralizada.

“No hay problema, ¿O sí?”

“Eres mi hija, no mi prisionera…”, respondió Natalie bebiendo su té.

De pronto su mirada se posó en el hombre que llegaba a la puerta.

Lorena se encontró con el asesino.

Este parecía apaleado, con la ceja abierta y el pómulo machacado.

Había estado fuera toda la noche haciendo un encargo.

Johan agachó la cabeza como saludo y siguió derecho hasta entrar a la casa.

Su frialdad hirió de nuevo el corazón de Lorena que lo siguió con la mirada, viendo como su pequeño hijo caminaba con pasos torpes hacia él y le estiraba sus manos, ansioso porque su padre lo cargara.

“No tardo…”

Agregó Lorena con pesar.

Aunque no era una prisionera y esa mujer era su madre, se sentía secuestrada.

“Con cuidado”, respondió Natalie con una sonrisa cálida.

El primer punto al que llegó fue a la casa de su abuela.

Había sido desalojada y la maquinaria de demolición la rodeaba.

Su corazón se estremeció.

“No deberías de estar aquí…”, dijo John quien veía como la casa en la que había crecido iba a caer a pedazos.

“¿Qué pasó?”, preguntó Lorena con voz temblorosa.

“¿No te lo dijo tu madre? ¿No te platicó cómo mató a tu abuela y decidió derribar la casa que la acogió por tantos años?”

“¿Mató a mi abuela?”

Lorena se sentía mal, debería de estar más preocupada o mostrar angustia, pero la muerte de esa mujer no le causaba tristeza.

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