Amor verdadero
Capítulo 47

Capítulo 47:

“Por favor teniente, haré lo que me diga”, estaba desesperada, no me importaba besarle los pies si era necesario, debía evitar que me echara del colegio a como diera lugar.

Si hubiera tenido la certeza de que Adrián me esperaba para que estuviéramos juntos, no me hubiera importado que me dieran de baja deshonrosa, el amor todo lo justificaba.

Pero en ese momento mi único amor era esa carrera por la que tanto había luchado y que con tanto sacrificio estaba a punto de concluir.

“Quítese la ropa, soldado”.

Abrí los ojos porque no podía creer lo que estaban escuchando mis oídos.

“¡¡¡Qué!!!”, contesté con tono de incredulidad.

“Escuchó muy bien, quítese la ropa, dijo que haría lo que yo quisiera y tengo seis meses sin salir de este lugar, mi cuerpo tiene necesidades”.

“¡Es usted un cerdo!”, dije y le escupí la cara.

“Como quiera soldado, haga sus maletas que en este momento procederé a pasar el reporte y la solicitud de su baja. Mañana temprano abandonará el colegio”.

Me di la vuelta para salir por la puerta, con la frente en alto, no podía denunciarlo porque no tenía pruebas de su propuesta indecorosa y sin embargo él si me había mostrado las fotografías mías, saltando por la barda.

Cuando estaba a punto de cruzar la puerta la imagen de Adrián besando a su esposa y lo felices que se veían en su nuevo matrimonio me atormentaron.

Yo había sufrido mucho y había sacrificado mucho por mi carrera y eso que estaba guardando para Adrián, ya no sería para él.

Me daba igual que fuera del teniente o para cualquier otro hombre, ya no había manera de que fuera con mi verdadero amor.

“Solo asegúrese de usar preservativo”, le dije mientras me quitaba la ropa frente a sus libidinosos ojos.

El teniente era un hombre joven, de unos treinta y cinco años máximo y yo recién había cumplido veintidós.

Esa noche perdí mi virginidad para salvar mis años de carrera, perdí al amor de mi vida y lo peor estaba por llegar.

Estaba en la segunda clase, no pasaba de las diez de la mañana cuando un cabo llegó a interrumpir la clase.

“Sandra Ramírez, recoja sus cosas porque se tiene que ir en este momento”.

El estómago me dolió por la ira y el coraje, el muy desgraciado me acusó después de haber hecho que me acostara con él, pero no, no me habían llamado por eso.

Mi padre murió esa misma noche, yo no podía creer que todas esas desagracias en mi vida se hubieran compaginado para hacerme la vida miserable.

Seis meses después me gradué con honores y fui trasladada al hospital militar para hacer mi servicio.

Durante años, me dediqué por completo a mi carrera, siempre dije que nunca me iba a volver a enamorar, no después de haberle entregado mi corazón a Adrián Morales, nunca iba a poder amar a alguien como lo amaba a él.

La vida no podía ser tan cruel conmigo, en algún lugar debía haber un hombre destinado para mí.

Así como Adrián se había enamorado y se había casado con otra en menos de cuatro años de separación no era posible que diez años después de mi desilusión, yo no hubiera podido encontrar el amor.

Estaba destinada a ser una solterona, a los treinta y cinco años no había conseguido ninguna relación estable.

Hasta que conocí a Joaquín, un ingeniero de la fuerza aérea que estuvo hospitalizado por apendicitis.

De inmediato tuvimos algo de química, él era divertido, era militar igual que yo y soltero.

Comenzamos a salir y a los tres meses me pidió que viviéramos juntos.

Me mudé con él, aunque era solo un decir, porque como militares pasábamos la mayor parte del tiempo de servicio.

Su rango de teniente coronel le daba ciertos privilegios y se encargó de que nuestros horarios fueran compatibles.

Al principio era maravilloso que quisiera compartir todo su tiempo libre conmigo, fueron tres años de una relación feliz, hasta que me tuve que quedar a hacer guardia porque una compañera se enfermó.

“¡Cómo te atreves a aceptar una guardia sin pedirme permiso!”.

Gritó antes de darme el primer golpe en el rostro.

Yo no sabía que estaba pasando, nunca antes había dado señales de ser violento, después de ese golpe se arrodilló y llorando me pidió perdón.

‘Estaba muy ofuscado’ ‘Te juro que no va a volver a pasar’

Sabía que no debía perdonarlo, pero tenía dos semanas de retraso y si estaba embarazada esperaba que mi hijo creciera al lado de su padre.

Lo perdoné y volvimos a tener esa relación de excesivo amor, su nivel de demostración de afecto rayaba en la exageración.

Sabía que había algo que no estaba bien con ese hombre, pero esperaba que cuando le dijera que seríamos padres, cambiara un poco y se mostrara más maduro.

Una semana después me confirmaron el embarazo.

Ese día las compañeras en el hospital compraron un pastel para festejar el cumpleaños de un doctor y me quedé al festejo.

Llegué al departamento que compartía con Joaquín para darle la noticia de nuestro embarazo.

Ya tenía treinta y ocho años y quizá era mi última oportunidad para tener un hijo, así que estaba feliz con la noticia.

No alcancé a decirle nada, apenas entre por la puerta me recibió con una bofetada que me mandó al piso y una patada en el v!entre me hizo retorcer del dolor.

“¡Joaquín estoy embarazada!”, grité y al escucharme se paralizó.

Mis ojos se cruzaron con los de él, sentí un hilo de sangre correr por la comisura de mis labios.

El rostro de Joaquín se desencajó.

Sin decir una palabra corrió a hacer su maleta y se fue del departamento sin decir una palabra.

Yo me quedé tirada en el piso tratando de recuperarme del dolor, me tuve que arrastrar para llamar una ambulancia.

Ese golpe estuvo a punto de provocarme un aborto y debido a eso mi embarazo se convirtió en una espera de alto riesgo.

Tenía dos opciones, ab%rtar o darme de baja del servicio militar.

Esa vez no tuve ninguna duda, me di de baja del servicio y me fui a casa de mi madre.

Solo esperaba que mi hijo naciera sano, los médicos temían que la patada que recibió le hubiera provocado algún problema en su desarrollo.

Por fortuna nació sano, pero yo tuve que buscar empleo en hospitales privados porque ya no podía ejercer como militar.

Fue la vida la que me alejó de Adrián Morales y fue la vida la que lo puso de nuevo en mi camino. Todavía éramos jóvenes y si su relación con su esposa estaba terminada, yo no tenía por qué privarme de su compañía.

“¡Mami!”, gritó mi pequeño cuando me vio entrar por la puerta.

“¿Qué hace despierto a esta hora jovencito?”, lo cargué y lo llené de besos en el rostro.

“Te estaba esperando porque tengo que pedirte algo”.

“Fabián, todavía falta mucho, no agobies a tu mamá con eso”, dijo mi madre poniendo los ojos en blanco.

Si había algo que Fabián no sabía hacer, era esperar.

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