Amor verdadero
Capítulo 45

Capítulo 45:

Dejé pasar una semana antes de armarme de valor para ir al hospital a buscar a Sandy, todavía no lograba recordar nada sobre mi esposa, ni tampoco sobre Morelia, la mujer que decía mi madre que estaba frecuentando y que al parecer tuvo el detalle de regalarme una taza.

Mis pensamientos estaban enfocados en Sandra y en la posibilidad de recuperar aquello que un día nos unió.

Recordé el día que nos despedimos y terminamos nuestra relación.

Nunca fue por falta de cariño, pero éramos demasiado jóvenes y los dos tomamos un rumbo diferente.

Ella quería estudiar enfermería en el colegio militar y yo quería viajar y conocer el mundo.

Con mucho dolor y lágrimas de por medio terminamos nuestro noviazgo, en ese tiempo, las FFAA no eran lo que son ahora y ella estaría en el colegio militar prácticamente incomunicada.

Yo nunca me atreví a pedirle que abandonara su sueño de ser enfermera para irse conmigo a Estados Unidos y ella tampoco quiso que yo desistiera de mis planes, aunque sabíamos que quizá nunca volveríamos a vernos y justo ahora, la vida nos había puesto frente a frente.

Llegué al hospital media hora antes de que terminara su turno, me aseguré de que estuviera trabajando y la esperé a la salida del hospital, no quería interferir con su trabajo ni acarrearle problemas innecesarios.

La media hora que tuve que esperar sentado en una jardinera frente a la entrada, se me hizo eterna, hasta que la vi salir, ataviada con un pijama quirúrgico de color azul.

Aun vestida con esa ropa holgada y cómoda, se veía tan bella y sensual, que no pude evitar imaginarme quitándosela.

Ella y yo nunca tuvimos se%o.

Era su deseo guardarse para su noche de bodas y yo siempre la respeté.

Pero sí que había acariciado sus senos y sentido la tibieza de su entrepierna por sobre la ropa en muchas ocasiones y todavía mi cuerpo reaccionaba ante el recuerdo de la sensación que me envolvía al hacerlo.

Sabía por ella era madre soltera, pero no había querido averiguar más al respecto hasta que tuviera la confianza de contarme que tenía un pequeño hijo de cinco años que por el momento vivía en una ciudad cercana con su abuela, porque estaba en un colegio especial para niños de alto coeficiente intelectual.

No pude evitar sentir celos por no haber sido yo quien la convenciera de entregarse, aun sin estar casada, quizá fue por cuestión de edad.

“¡Adrián, qué sorpresa verte por aquí!”, exclamó apenas me vio caminar a su encuentro cuando la vi salir.

“¿Viniste a revisión médica?”.

“No, en realidad vine a verte a ti, quedamos en que nos veríamos pronto y pensé que tal vez podríamos tomarnos un café, aprovechando que es viernes y mañana no trabajas”.

“Adrián, no sabes cómo lo siento, precisamente porque es viernes y los fines de semana salgo corriendo a tomar el autobús, te comenté que viajo para pasar el fin de semana con mi hijo, cada vez me cuesta más estar lejos de él”.

“Entiendo, debí pensar en eso, lo siento no quise ser inoportuno, es solo que no registré tu número de móvil para llamarte antes”.

Lamenté que mi auto hubiera quedado destrozado, porque podría haberla llevado hasta donde fuera con tal de pasar tiempo con ella.

“No te preocupes, la verdad es que me da mucho gusto verte, pensé que no volverías a buscarme”, pude ver un poco de color en sus mejillas al contestar.

“¿Te parece si te acompaño a la terminal de autobuses? Así conversamos un poco y no te retraso en tus planes”.

“Me encanta la idea, y gracias por entender, así, si gustas, nos ponemos de acuerdo y nos vemos cualquier otro día de la próxima semana”.

Le extendí mi mano esperando que no lo viera como un gesto demasiado invasivo, pero cuando éramos novios en el bachillerato, solíamos realizar largas caminatas así, tomados de la mano, aunque yo prefería caminar abrazados y rodeándole la cintura.

Me dio la mano y yo tomé la pequeña maleta que llevaba arrastrando, seguro con lo necesario para pasar el fin de semana con su hijo.

La terminal de autobuses estaba a solo tres cuadras de distancia del hospital, así que fuimos caminando.

Me alegré porque en un taxi hubiera sido demasiado rápido y yo lo que quería era pasar el mayor tiempo posible con ella.

Lo sentí por Sandy, pero me alegré por mí, el autobús iba a tardar una hora en salir porque la siguiente salida ya estaba saturada.

“Nunca compro el boleto con anticipación, porque nunca me había ocurrido esto”, dijo con fastidio, por tener que esperar tanto.

Debía estar desesperada por ver a su hijo y eso me hizo admirarla más.

“Lo lamento, aunque para serte sincero, me alegro porque así te puedo invitar un café aquí enfrente en lo que esperamos a que salga tu autobús”.

Se encogió de hombros y sonrió, con esa sonrisa que solo ella tenía, una combinación perfecta de ternura, sensualidad y timidez.

Nos tomamos un café y le pregunté cómo había decidido que su hijo viviera con su madre y no con ella, sus ojos se llenaron de lágrimas al contarme su historia.

“No sabes cómo me duele no verlo todos los días, aunque hacemos video llamadas y le cuento un cuento para dormir todas las noches, me duele que no esté conmigo”.

“Su padre me dejó cuando supo que estaba embarazada, así que nunca conté con su apoyo, en ese tiempo yo trabajaba en el hospital militar y como mi embarazo era de alto riesgo, me tuve que dar de baja del servicio”.

“Por fortuna mi madre siempre me ha apoyado y me fui a vivir con ella hasta que nació el bebé, intenté conseguir trabajo en todos los hospitales públicos y privados de los alrededores, pero no tuve suerte, así que cuando me llamaron de aquí de esta ciudad, renté un apartamento y me vine, aun cuando mi hijo tenía solo seis meses de nacido”.

“Los primeros tres años, estuvo en una guardería y con mi salario me podía dar el lujo de contratar a una chica para que lo cuidara en casa hasta que yo volviera del trabajo y todo iba bien hasta que ingresó en el preescolar”.

“Las profesoras no podían lidiar con él porque es un niño hiperactivo, demasiado inteligente para su edad y con déficit de atención”.

“Como tú sabes mi madre es especialista en terapia para niños y trabaja en un colegio especializado en niños con el mismo problema que mi hijo, así que opté por llevarlo a ese colegio, aunque se me partió el corazón al separarme de él”.

“Intenté por todos los medios colocarlo en un colegio en esta ciudad, pero lo estaba traumando porque de todos me lo rechazaban a los dos días cuando se daban cuenta de su trastorno y no conseguí un colegio adecuado para él”.

“Así que los últimos dos años, ha vivido allá y yo viajo todos los viernes y me regreso el lunes de madrugada, así paso todo el fin de semana con él”.

“Es una pena, me imagino lo difícil que ha sido para ti todo este tiempo”, dije.

“Sí, el consuelo que me queda es que ya tengo un lugar para él en educación primaria, en cuanto cumpla seis años, podré traerlo conmigo a vivir aquí”.

Escucharla hablar de su hijo y de cómo había dedicado su vida a su trabajo y a él, entregándose por completo a su profesión y a su rol de madre sin pensar en volver a tener una pareja, me hizo verla con ojos de admiración.

Para mí, una mujer no valía por ser madre, pero sí consideraba que la maternidad ejercida, así, con devoción y sacrificio, le aportaba más valor del que ya de por si tenía.

“Me encantaría conocerlo dije sinceramente, tenía dos hijos, pero a pesar de todo lo que me habían contado, no recordaba mi vida con ellos, sentía que me había perdido de su niñez y de todos esos recuerdos que esperaba que un día volvieran”.

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