Amor verdadero
Capítulo 41

Capítulo 41:

Esa noche dormí en mi habitación de soltero y Sandy se metió en mis sueños, en nuestra época de bachillerato era sin duda una jovencita preciosa, pero ahora era una mujer bellísima, los años la habían convertido en una exquisita combinación de madurez y sensualidad.

Karla insistió en quedarse conmigo en casa de mis padres, se instaló en la que fuera habitación de mi hermana y estaba seguro de que no conseguiría que se fuera.

Su cariño y preocupación por mí me llenaban de ternura.

Se levantó muy temprano y me preparó mi desayuno favorito, se notaba que me conocía bien.

“Voy a ir a la dirección que hay en esa llave, tengo que ver ese departamento, tal vez logre recordar algo”.

“¡Voy contigo! No es conveniente que salgas solo”, dijo mi hija y sabía que no podía negarme.

Pedimos un auto de alquiler y le pedimos que nos llevara a la dirección en la tarjeta de la llave.

El portero del edificio me reconoció de inmediato.

Me saludó y nos abrió la puerta del edificio.

“¡Señor Adrián! Hace días que no lo veo por aquí, la dueña del departamento vino a cobrar la renta y estuvo tratando de comunicarse con usted, pero su móvil parece que está apagado”.

“Tuve un accidente y estuve hospitalizado. Por favor, Karla, dale tu número para que me llame en lo que recupero mi teléfono”.

Entramos en el apartamento y por más que lo veía no había recuerdos que llegaran a mi mente, tal parecía que mi memoria se había encargado de borrar todo.

Karla entro en la cocina porque sintió sed y quiso servirse un vaso con agua.

“¿Y esta taza tan bonita? ¿Me la regalas?”.

Salió de la cocina con una taza roja.

“No, esa taza me la regaló Morelia”, dije sin pensar.

“¿Quién es Morelia?”.

“No lo sé, fue solo un nombre que vino a mi mente, pero no sé por qué lo dije. No sé quién es Morelia. Llévate la taza”, dije, y mi cabeza comenzó a dar vueltas y a doler tratando de recordar quién era esa mujer y porqué su nombre había llegado a mi boca de la nada.

Regresamos a casa y cuando estuve a solas con mi madre le pregunté si ella sabía quién era Morelia.

“No la conozco hijo, solo sé que es una mujer que estabas frecuentando y en alguna ocasión me dijiste que vivía cerca de la entrada del fraccionamiento las casas. ¿Recuerdas dónde está el fraccionamiento?”.

“Claro que lo recuerdo madre, he vivido en esta ciudad toda mi vida”.

“Deberías ir a buscarla, tal vez si la vieras la recordarías”.

“Tienes razón, quizá vaya”.

No sabía quién era Morelia, pero en ese momento de mi vida solo había una mujer a la que quería volver a ver y esa era Sandra.

Sandy, estaba seguro de ella, era lo único que necesitaba para que mi vida volviera a recobrar sentido.

Lidiar con Adrián y con Karla fue bastante agotador.

Los dos se esforzaban en contarme anécdotas sobre nuestras vidas, pero por más que me esforzaba, nada pasaba por mi mente.

A Karla le costó trabajo despedirse de mí cuando tuvo que volver a la universidad, pero prometió que me llamaría todos los días.

Adrián me devolvió el móvil y comencé a revisarlo, pero no encontré ningún contacto con el nombre de Morelia.

Me intrigaba saber quién era esa mujer y porqué había recordado que me regaló esa taza.

Karla la dejó sobre mi buró y yo la usaba para tomar mi café todos los días.

Una noche tomé mi café y salí a la terraza, algo me llevó a encender un cigarrillo y salí porque a mi madre le molestaba que mi papá fumara dentro de la casa, al menos eso recordaba de mi adolescencia.

Cerré los ojos y pude ver el rostro de una mujer, una mujer sentada tomando café en una cafetería, la veía detrás de la ventana, con los ojos aguados, pero sin llorar.

Suspiré porque algo en su rostro me dijo que estaba sufriendo y aunque no sabía quién era ella, de alguna manera me había afectado su sufrimiento, incluso me dolió el pecho, como si de alguna manera su dolor estuviera conectado a mí de alguna manera.

De inmediato mis pensamientos volvieron a Sandra, tenía que volver a verla, solo al recordar su nombre me Invadía un deseo enorme de tenerla cerca.

Vi el reloj y me di cuenta de que era muy tarde, tendría que esperar al siguiente día para ir a buscarla.

Mi madre decía que llevaba meses separado de mi esposa y ella no se había atrevido a irme a buscar a casa de mis padres, así que supuse que las cosas no habían terminado bien entre nosotros.

Por lo tanto, me sentía libre, libre de buscar a la mujer a quién siempre consideré mi amor verdadero.

“Papi, tengo miedo ¿Puedo dormir contigo?”.

La vocecita de mi princesa desde la puerta me distrajo de mi conversación con Morelia.

Me apresuré a finalizar el chat porque el gesto en el rostro de Valentina me preocupó.

Ella era una niña muy inteligente y no solía asustarse con facilidad, pero desde que su madre se fue, buscaba cualquier pretexto para dormir en mi cama.

“¿Por qué tienes miedo? Las princesas valientes no tienen miedo”.

“No tengo miedo por mí, tengo miedo de que tú estés triste. Antes mi mami dormía contigo en tu cama y ahora que ella ya no está, te has quedado solito y no quiero que te asustes”.

Me enternecieron las palabras de mi hija, a sus cinco años y estaba queriendo tomar el rol de cuidarme.

“A ver, ven aquí. Cuéntame un cuento para que me duerma y no tenga miedo”.

Sabía que con ese pequeño gesto la hacía sentir que necesitaba de sus cuidados y fortalecía la comunicación entre nosotros.

La cargué y la senté sobre mi regazo, sabía que en esa posición no tardaría en quedarse dormida de nuevo.

“¿Cuál cuento quieres que te cuente?”, preguntó.

“¿Qué tal uno de princesas?”.

“¡No! No me gustan las princesas, mejor uno de dragones”.

“Está bien, entonces cuéntame uno de dragones”.

Me reí porque siempre era lo mismo, me preguntaba que quería y terminaba haciendo su voluntad.

Sabía que podía hacer conmigo lo que quería.

“Había una vez un dragón muy, pero muy malo”, comenzó a contar.

“Que vivía en una cueva en un monte muy, muy lejos del valle. En ese valle vivía una familia que era muy feliz, hasta que un día ese dragón malo, se llevó a la mamá para siempre dejando al papá y a la niña muy tristes”.

Se quedó dormida y las lágrimas brotaron por mis ojos.

No cabía duda de que su mente de niña la habían llevado a crear esa historia para justificar la ausencia de su madre.

Su tristeza me hacía sentir tan impotente a pesar de toda la fortaleza que mostraba ante todos, sobre todo ante mi hija.

Recordé la noche en que llegué de mi negocio, frustrado porque una banda de delincuentes me abordó y me amenazó a punta de pistola para obligarme a pagar ‘por protección’.

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