Amor verdadero -
Capítulo 35
Capítulo 35:
Odié a Karina cuando supe que me había sido infiel de la peor manera, pero no era posible que cada vez que intentara estar con una mujer, siempre fuera a ella a la que deseaba tener en mis brazos.
Sí, quería negármelo a mí mismo, pero era siempre a ella a la que quería hacerle el amor.
Estaba tan confundido, por una parte, mi madre y sus tonterías sobre brujería, por otro lado, Morelia con sus altares extraños y esa caja roja y en mi mente Karina, dueña y señora de mis pensamientos, en el momento más inoportuno, justo en el preciso momento en el que menos debía pesar en ella.
Salí casi huyendo de casa de Morelia, nuestra despedida fue de lo más incómoda.
Sabía que algo se había roto entre nosotros y que iba a ser muy difícil superar, esta vez ya ni siquiera me atrevía a pedirle que siguiéramos siendo amigos.
Llegué a mi casa y me duché de prisa para que mi cuerpo recuperara la cordura, porque mi mente estaba vuelta loca, más que nunca.
Solo pude enviar un emoticono de buenas noches, y me pareció un recurso muy estúpido, pero no me atrevía a decir otra cosa.
La forma tan fría en la que ella contestó me confirmó que los dos estábamos quebrados por esa situación.
No podía dormir así que me tomé dos analgésicos para controlar el dolor de cabeza y me metí de nuevo en la cama tratando de no pensar.
Abrí los ojos y me vi atado a una cama, desnudo por completo y sin poder moverme ni gritar por la mordaza que cubría mi boca.
Unas manos femeninas portaban una daga y la desesperación se apoderó de mí cuando comprendí que estaban a punto de cortar mi miembro desde la raíz.
“Lo quiero para ponerlo junto al de mi esposo, ahí en la caja”, decía Morelia con una sonrisa macabra.
“Ven conmigo mi amor, solo yo te puedo hacer feliz”.
La voz de Karina aparecía para salvarme.
Desperté sofocado y sudoroso, aterrorizado y más confundido que nunca y solo había algo que podía hacer para salir de esa confusión.
Adrián me llamó para recordarme que teníamos cita con unos nuevos clientes, así que estaría ocupado toda la mañana y parte de la tarde, pero luego iba a resolver mi vida sentimental y se%ual de una vez por todas.
Le envié a Morelia un sticker de buenos días y ella respondió igual, había algo que me impedía romper de tajo la comunicación con ella y sí, debía reconocer que temía que tuviera algo que ver con ese altar y esa famosa caja que no me había dejado dormir.
Estaba tan confundido que ya me estaba volviendo loco al pensar en esas estupideces.
Terminé con los pendientes y dejé a mi hijo en su casa, le envié un mensaje a Morelia apara preguntar cómo iba su día.
Dependiendo de su respuesta evaluaría la posibilidad de continuar con nuestra amistad sería muy tonto terminar con una hermosa amistad por un momento de calentura que no había salido nada bien.
Quizá era momento de olvidarnos para siempre de la posibilidad de intimar, pero no quería perder lo que fuera que teníamos, esa complicidad y bella amistad entre nosotros.
Aguardaba la respuesta de More cuando entró una llamada a mi móvil, se trataba de Karina y estuve a punto de declinarla.
Pero debía aclarar mis sentimientos de una vez y valorar si era posible una reconciliación, me sentía enojado, herido y me dolía su traición, pero no había dejado de desearla y de pensar en ella aun cuando hubiera estado ya con dos hermosas mujeres dispuestas a todo conmigo.
Contesté la llamada y de inmediato escuché que estaba llorando
“¡Ven por favor! ¡Te necesito!”, dijo y algo en mí se activó en automático.
No sabía que había detrás de esas palabras, pero mi instinto protector me llevó a pisar el acelerador para correr en su auxilio.
Dejé el móvil en el asiento del copiloto y entré en la casa Karina me estaba esperando con un camisón transparente, había colocado velas y pétalos de rosa, recreando la primera vez que hicimos el amor cuando éramos novios.
“Hoy es nuestro aniversario ¿Lo olvidaste?”.
Sin decir nada me condujo hasta el centro de la sala, sobre la alfombra de pétalos de rosa y dejé que mis instintos afloraran.
Hicimos el amor como la primera vez, me dejé llevar por esa pasión que su cuerpo y sus besos hacían que naciera desde lo más profundo en mi interior.
Nos entregamos como esa primera vez en la que nuestro amor era el protagonista de nuestra historia.
Repetimos una y otra vez, hasta quedar exhaustos, Karina se quedó dormida entre mis brazos.
Cuando caí en la cuenta de que había caído en sus redes, mi confusión mental era todavía más grande.
No, no era amor, lo que sentía por ella, era un deseo insano, parecía ser que sería la única mujer con la que podría tener relaciones sexuales satisfactorias.
Me levanté y fui a la habitación que compartíamos en busca de una camiseta para cambiarme, había transpirado mucho y no quería ensuciar mi camisa.
Abrí el closet, lo primero que vi fue algo que no me esperaba. Un altar, una Santa muerte rodeada de manzanas rojas, sobre una cama de azúcar y con una fotografía mía clavada con unos alfileres.
Una caja roja que no dudé en abrir.
Dentro había un papel con una oración, en la que se repetía mi nombre y dejaba en claro que su intención era que volviera a sus brazos y que no consiguiera ser feliz con ninguna otra mujer.
No podía creer que Karina tuviera tan mala entraña, sabía que de ella podía esperar todo, pero… ¿Hacerme brujería?
Eso supera todo lo que hasta ese día le había hecho.
Unas caprichosas lágrimas se asomaron por mis ojos, no sabía cuál era el motivo exacto para derramarlas, pero no me molesté en limpiarlas, de alguna manera sentía que debía sacarlas de mi cuerpo, darle un desahogo a mi corazón.
Salí de la habitación con la caja, la Santa muerte y mi fotografía entre las manos.
“¡¡¡Karina!!!”, grité para despertarla pues seguía dormida sobre la alfombra.
“¿¡¡¡Me quieres decir qué significa esto!!!?”.
Arrojé las porquerías que tenía en las manos sobre la alfombra y tomé las velas con las que ella había decorado la habitación, usé el fuego para quemar eso que me estaba haciendo tanto daño.
“¡Eres un asco de persona! No sé cómo pude pensar siquiera en perdonarte, si en algún momento dudé, ahora lo único que quiero es que desaparezcas de mi vida para siempre. Te doy una semana para que hables con nuestros hijos y les digas la verdad sobre nuestra separación, ellos tienen derecho a saber la porquería de mujer que tienen como madre y de una vez te advierto que, si no lo haces tú, lo haré yo”.
Recogí mi ropa del piso y me vestí de prisa, necesitaba salir de ese lugar y esta vez para siempre.
Siempre habría otro lugar para coincidir con mis hijos, ellos eran adultos y tendrían que entender que su madre y yo no podíamos convivir en ninguna circunstancia.
Subí al auto y golpeé el volante con fuerza, mis dientes rechinaron con rabia, quería hacerle tantas cosas, pero esa maldita mujer seguía siendo la madre de mis hijos y eso me impedía siquiera pensar en desquitar mi furia contra ella.
“¡Perdóname, lo hice porque estaba desesperada, te amo tanto que no podía perderte!”, gritó y quizá era verdad, aunque eso no justificaba las cosas que me había hecho.
Como hombre me sentía frustrado, como ser humano quería volver el tiempo atrás y evitar casarme con Karina a toda costa.
“¡Estúpido! como si eso pudiera ser posible, corno si los deseos pudieran hacerse realidad”, grité en voz alta, antes de que el camión de transporte pesado impactara contra mi auto.
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