Amor verdadero -
Capítulo 34
Capítulo 34:
De pronto algo cambió en su rostro y yo tuve miedo de volver a pasar por la situación de la vez anterior, bajó mis piernas y me pidió que me pusiera en cuatro.
Me acomodé para que me penetrara por detrás y sus embestidas fueron cada vez más fuertes, pero algo me decía que ya no lo estaba disfrutando.
Perdí la excitación y comenzó a dolerme, y él no emitía ningún sonido, tampoco me hacía saber si le estaba gustando, por lo que deduje que no.
Recurrí a esa mentira que solemos expresar las mujeres cuando queremos que ya todo termine y fingí un orgasmo.
Comprobé que él no estaba sintiendo nada cuando al ‘terminar’ yo, de inmediato lo sacó y pude ver en su rostro un gesto como de molestia combinado con alivio, como si en vez de disfrutarlo, lo hubiera padecido.
Estaba segura de que en ese preservativo no había ni una sola gota se s%men y por supuesto, corrió a meterse en el baño.
Me puse mi blusa y mis bragas, cuando salió del baño comenzó a vestirse de prisa.
“Espera, no te vayas tan pronto, acuéstate junto a mí”, le dije en un acto desesperado por evitar que lo ocurrido terminara con nuestra amistad.
“Discúlpame, tengo que irme, ya es tarde”, dijo sin siquiera mírame a la cara.
Lo acompañé a la puerta, no podía hacer nada más, y algo me decía que ese era el final de algo que jamás empezó.
Nos despedimos con el abrazo más rápido e incómodo del universo, no esperé a verlo partir, cerré la puerta de inmediato y corrí a ducharme, como si con eso pudiera borrar lo sucedido.
Un mensaje llegó, un sticker de buenas noches, al que respondí solo con dedo arriba, no tenía nada que decir.
A la mañana siguiente, me envió un sticker de buenos días y le respondí igual, era como si ya no tuviéramos nada que decirnos.
Sabía que lo ocurrido la noche anterior era mi culpa, no debí insistir en tener se%o de nuevo con él, al parecer no estaba preparado para dejarse fluir.
Por la tarde el mensaje de todos los días llegó y pensé que habíamos superado la incomodidad vivida.
[Hola More, ¿Qué tal tu día?].
[Muy agotador, los libros que me enviaron están extensos y es complicado, pero voy bien].
Mi mensaje no fue leído, supuse que estaba ocupado o que quizá se había quedado dormido.
Le envié un mensaje de buenas noches, no soy de las personas que se obsesionan si te dejan en visto o no te leen de inmediato.
Al siguiente día desperté y vi que mis mensajes seguían sin ser leídos, aun así, le envié un mensaje de buenos días.
Trabajé todo el día y estaba tan cansada que me duché para acostarme a dormir, un impulso me llevó a mirar la conversación.
Mis mensajes seguían sin ser leídos y por mi naturaleza de preocuparme por todo, ‘como buena canceriana’ diría mi amiga Peri, decidí llamarlo para saber si estaba bien.
El teléfono sonó, y sonó, solo tres veces y me cortaron la llamada.
“¡Eres una pendeja Morelia!”, me reñí por haber insistido tanto.
“Si no te quiere contestar, es el mensaje que necesitabas para mandarlo a la m!erda”.
Coloqué el teléfono sobre el buró y me quedé dormida.
…
Cuando llegué a casa de Morelia estaba indeciso sobre si dar ese siguiente paso de nuevo.
Ya lo habíamos intentado antes y no funcionó, pero esta vez estaba en juego nuestra amistad.
Dudaba que pudiéramos seguir siendo amigos después de un segundo fracaso.
Nunca pensé en llegar a sentirme tan inseguro a la hora de intimar con una mujer, me sentía como si fuera un adolescente en sus primeras citas, como cuando no se tiene la certeza de ser suficiente para la mujer que tiene enfrente.
Nos tomamos nuestro habitual café porque a pesar de ir preparado y con la mente abierta para tener con ella un encuentro se%ual. No quise apresurar las cosas e irnos directo a su habitación.
Incluso tuve la osadía de despedirme y sí, estuve a punto de salir corriendo para que no pasara nada de lo que tal vez me iba a arrepentir.
Ningún hombre en sus cinco sentidos sería capaz de desaprovechar una invitación a compartir la cama con una mujer como ella.
Vestida así, con una minifalda de jeans, un suéter con escote en ‘v’ que dejaba ver el nacimiento de sus exquisitos pechos y los cuales me volvía loco a la hora de tenerlos en mi boca.
Era obvio que no quería irme, quería tocarla, besarla y hacerla mía, pero tenía un profundo miedo de volver a lastimarla.
Me senté sobre la silla que utiliza para escribir y la senté sobre mis rodillas, tener sus piernas a mi alcance eran una tremenda tentación.
“Ahora sí dime todo lo que me dijiste por mensaje”, le susurré al oído y ella comenzó a besarme en el cuello ya ofrecerme el suyo.
“¿Y sí en lugar de decírtelo te lo hago?”, dijo apoderándose del lóbulo de mi oreja y provocando que todos mis sentidos se alborotaran.
“¡Eres una pervertida!”, dije y me dejé arrastrar hasta la habitación.
Todo iba bien, la pasión se había encendido entre nosotros y estaba fluyendo de una forma espectacular, tener sus senos en mi boca me excitaba demasiado.
Pero, así como subió la temperatura comenzó a descender cuando una extraña caja roja en forma hexagonal sobre su mesa de noche llamó mi atención.
No pude evitar recordar las palabras de mi madre.
‘No me creas, solo por favor cuando vayas a la casa de Karina, fíjate si en algún lugar tiene un altar extraño, con azúcar o miel, veladoras y algún santo, tal vez algunas manzanas rojas y lo más importante, una caja roja’.
No pude evitar cuestionar a More sobre el contenido de la caja.
Ella bromeó con decir que ahí guarda el miembro de su esposo y me lo dijo tan seria, que dudé que estuviera bromeando y la broma no me pareció graciosa.
Yo siempre me he jactado de no ser supersticioso, pero, todo lo que me había dicho mi madre encajaba a la perfección con todas esas cosas extrañas en casa de Morelia.
Ese altar en la cocina, lleno de azúcar, semillas y manzanas, con veladoras en ofrenda a San Judas Tadeo y ahora esa extraña caja roja, que estaba seguro de que no la había visto antes en ese lugar y vaya que había entrado en esa habitación en múltiples ocasiones durante mis visitas.
La libido se apagó por un momento, hasta que ella llevó mi mano a su vulva para que sintiera su excitación.
Le regalé un orgasmo por la vía oral, porque tenía que hacer que mi miembro volviera a responder, sus g$midos y sus convulsiones, así como su olor y su sabor me hicieron responder de nuevo.
Volver a tener mi miembro dentro de su boca era como un sueño, ella sí que sabía cómo usarla para darle placer a un hombre.
Pero todo se derrumbó cuando me pidió que la penetrara.
Al sacar el preservativo del sobre, mi vista se clavó en la caja roja, tuve que hacer un gran esfuerzo para mantener la er$cción, pero mi mente ya estaba viajando en otro lado y una y otra vez, el recuerdo de Karina aparecía como una maldición en mi vida.
¿Sería que nunca iba a ser capaz de escapar de su recuerdo?
¿Tendría que vivir atado por siempre al recuerdo de esa mujer que fue capaz de traicionarme?
Ya no estaba seguro de haber dejado de amarla, todo parecía indicar que seguía amando a la madre de mis hijos.
Sin importar lo que me hubiera hecho. ¿Sería capaz de perdonarla y olvidarlo todo?
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